Por Frank Padrón
Para el guionista y realizador Eduardo del Llano (famoso por sus cortos, sobre todo de la serie Nicanor), el cine cubano tiene que trascender el inmediatismo, ese circunscribirse siempre, y tan solo, a la realidad contemporánea, para explorar otros terrenos.
Predicando con el ejemplo, se remontó al Renacimiento con su película anterior (Vinci, 2012), y ahora se adelanta un siglo en un lugar no definido, enrumbándose por los senderos de la ciencia ficción —con pocos precedentes aquí en la imagen móvil— aunque insertándose a la vez en una tradición no menos prestigiosa, donde sí contamos con títulos memorables: el cine “culinario”.
En Omega 3, su nueva entrega, grupos de militantes en diversos y opuestos “partidos gastronómicos” afrontan una guerra… con cuartel. Los vegs (vegetarianos), los macs (macrobióticos) y los ollies (ovolácteos) tratan de imponer sus regímenes dietéticos como únicos y por tanto, absolutos; con tal objetivo descalifican a los otros, los enfrentan o —siguiendo la anécdota— unos caen prisioneros de quien trata de “convertir” a los reos por la fuerza a su banda, o sea, a su manera de concebir la alimentación.
Está clara la transferencia metafórica: Del Llano impugna con esta parábola los fundamentalismos de cualquier signo —políticos, ideológicos, religiosos— que tanto daño han hecho durante toda la historia de la humanidad, generando constantes guerras (desde las intestinas hasta las mundiales) junto a las intolerancias cotidianas y personales que no generan daños menores.
Válido el abrazo al “cine de género”, concretamente a esta modalidad que él mismo ha empleado en alguno de sus cortos. Pero Omega 3 carece, en casi todo su desarrollo, de ritmo y dinámica. La cinta, que maneja decorosamente los pocos recursos de que disponía a nivel de producción (magros, comparados con las superproducciones hollywoodenses para este tipo de filmes) y consigue mediante ellos notables efectos especiales, se estanca desde su arrancada, demora en presentar el conflicto y después no lo despliega adecuadamente, extraviándose en frases y gestos, expresivos en sí pero que no logran desencadenar acciones, ni las peripecias que todo cine de ciencia ficción debe echar a andar.
Sin embargo, hay valores también innegables que avalan a los respetables profesionales que trabajaron en los diferentes rubros; habría que encomiar la fotografía preciosista de José Manuel Riera, atenta a claroscuros que completan los contrastes conceptuales que propone la obra; la dirección de arte (Jorge R. Zarza) con esos escenarios futuristas donde se enfrentan frecuentemente civilización y barbarie; el vestuario (Vladimir Cuenca y Celia Ledón), muy en concordancia con los perfiles de los personajes; o la música, del avezado argentino Osvaldo Montes (El lado oscuro del corazón), quien ya trabajara con Del Llano en Vinci, y que repite la hazaña mediante una partitura saludablemente ecléctica, rica, muy sintonizada con las coordenadas del relato según sus modulaciones diegéticas y —en este caso— también, claro, … dietéticas.
No quedan detrás las actuaciones; entre varios desempeños de esos que siempre se rubrican como “especiales” —Omar Franco, Edith Mazola… —y algún debut para seguir (Yernadi Basart). Sobresalen los protagónicos: Carlos Gonzalvo, Héctor Noas y Dialenys Fuentes, quienes se revelan ajustados a sus roles, matizados, convincentes.
Con limitaciones y conquistas, hay que agradecer en Omega 3, sobre todo, la posibilidad de ensanchar los territorios expresivos y estéticos del cine cubano.