Nicolás Guillén honra lo genuino

Nicolás Guillén honra lo genuino

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Por Ernesto Montero Acuña

Nicolás Guillén recibió numerosos premios y condecoraciones a lo largo de su vida, distinciones que en muchos casos ocurrieron en el segundo semestre de cada año, a veces coincidentes con su cumpleaños, el 10 de julio. Había nacido en 1902, en Camagüey, ciudad a la cual se encontraba atado, aunque el vínculo era sólido con todo su país.

En la mañana del 5 de agosto de 1972 apareció en la redacción del periódico Adelante, de la otrora villa principeña,  para comprobar si se había recibido una información relacionada con la Orden Bandera Roja del Trabajo, premio que le habían otorgado las máximas autoridades de la Unión Soviética.

Invitamos al poeta, sudoroso por la elevada temperatura de aquel agosto en la entonces cuatricentenaria ciudad, a comprobarlo en el machacante teletipo que suministraba las informaciones de mayor trascendencia.

La tronante maquina era lo más avanzado para recibir el mensaje anunciado aquel día en la prensa internacional, lo que tornaba grato contar con el valetudinario equipo, en tal circunstancia.

Había viajado él a Camagüey, dijo, para retomar su habitual “ser y estar” luego de los agitados programas cumplidos durante la celebración de su cumpleaños setenta, si bien a la ciudad natal acudía con la referida frecuencia sistemática y con indudable añoranza.

En innumerables ocasiones y circunstancias lo dijo y también lo escribió, como en su Elegía camagüeyana, un canto dolorido y esperanzado sobre el lugar de las raíces inolvidables.

El anterior es un hecho significativo, como también lo es el cincuentenario de su libro Tengo (1), cumplido en este 2014, algo no suficientemente destacado, por cierto, en el caso de una obra de tal  trascendencia en la cultura y la historia nacionales.

En Guillén fueron siempre de la mano periodismo y obra poética, con parejo rigor, urgencia y militancia. Siempre respondió la realización artística a sus inquietudes intelectuales, pero también, y muy significativamente, a su sentido de la justicia, la ética, los valores humanos y a  la necesidad de reflejarlo con la mayor inmediatez posible.

Por esto merece destacarse que su libro en el que todo esto converge con suprema diafanidad es Tengo, en el que se funden la necesidad de cantar, aplaudir o defender a la revolución triunfante el 1 de enero de 1959 y de hacerlo con la celeridad, el rigor y la fidelidad a su militancia de larga data.

Si se hurga en sus Pistos Manchegos del periódico El Camagüeyano, escritos entre el 25 de marzo de 1924 y el 26 de agosto de 1925, se descubrirá, bajo la apariencia de ligeros mensajes comerciales, su profundo sentido de la justicia, la crítica acerva contra la corrupción política nacional y sus mensajes ya nítidos, aunque en maduración, en contra del dominio imperialista.

Esto viene a colación en virtud de las coincidencias en su obra, tanto periodística como poética. De igual modo que Tengo se encuentra en su cincuentenario, Pisto Manchego y su estreno periodístico en El Camagüeyano cumplen ahora los noventas. El 24 de marzo de 1924 se publicó la primera sección, y el 26 de agosto de 1925, la última.
Sobre lo urgente del periodismo en Tengo, Ángel Augier deja sentado en una de las notas a la Obra poética (2) de Guillén que “La circunstancia inmediata, no hay dudas, predomina en la mayoría de las composiciones de Tengo, pero siempre dadas con genuino lenguaje poético”, a lo que añade: […] “puede afirmarse que en Tengo se encuentra la resonancia poética de los primeros años tumultuosos y fecundos de la Revolución Cubana”.

En un trimestre de tan significativos aniversarios, no se olvida tampoco que el 15 de julio de 1955 se lanzó la primera edición de una antología suya en ruso, con tirada de 150 mil ejemplares, la mayor de que se tenga noticia, en cualquier país.

Como él les dedicó a Cuba y al socialismo los altos valores de su obra, su país y muchas otras naciones lo reciprocaron con sus mayores condecoraciones, especialmente la Orden José Martí (3), el 7 de septiembre de 1981, y el Premio Lenin de la Paz (4), el 24 de diciembre de 1954, algo que Guillén calificaba como honores sin medida. Sin duda bien medidos.

 

(1) Nicolás Guillén: Tengo, ed. Universidad Central de Las Villas, Santa Clara, Cuba, 1964.

(2) Ángel Augier: Notas, Obra poética de Nicolás Guillén, tomo II, 2011, p. 488.

(3) Conferida por el Consejo de Estado e impuesta por Fidel Castro.

(4) Recibido en el Salón de las Columnas de la Casa de los Sindicatos, en Moscú, ante varios miles de asistentes.

 

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