Había que verlo –o mejor, contemplarlo- con la batuta en movimiento, el sombrero alón, traje largo, pantalones anchos y de tirantes. A su orquesta le llamaba “mi tribu” y con ella era capaz de cautivar multitudes y sacudir hasta al más impertérrito de los humanos hasta hacerle mover los pies al ritmo de un son montuno, el chá-chá-chá, la guaracha, un mambo o un bolero.
La música no era otra cosa que la sangre que corría por las venas de Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, Benny Moré, así de sencillo, como le llamamos los cubanos a aquel hombre dotado quizás de algo sobrenatural en su voz de tal modo que el paso del tiempo la ha hecho aún más sonora y melódica. Y es porque de él también hay que decir que cada día canta mejor.
“Lajas mi rincón querido, pueblo donde yo nací”, es la estrofa de una canción que revela el amor por su cuna –Santa Isabel de Las lajas-, en la actual provincia de Cienfuegos, donde nació el 24 de agosto de 1919.
No aprendió en academia alguna, pero estaba hecho para la música. «Yo creo –confesó en una ocasión- que empecé a cantar cuando me quitaron los pañales, por lo menos así yo me veo en mis recuerdos, cantando desde muy niño.»
Tal vez por su origen campesino, pobre y mulato hubo quien no le augurara éxito en una sociedad discriminatoria. Pero pudo más su talento innato y la voluntad para abrirse paso y ganarse el sustento en difíciles condiciones económicas.
Autodidacta, sus primeras experiencias fueron cantos y bailes de carácter rural y tonadas campesinas, así como su conocimiento del tres, el bongó, las claves y otros instrumentos de percusión.
Un día le dijo a Virginia, su madre: “Me voy para La Habana a ver si triunfo en la música, para que tú no tengas que lavar y planchar más.”
Entonces tomó su guitarra y como todo un juglar llegó a la prometedora urbe de los años 40 del pasado siglo en busca de mejores horizontes.
Así anduvo por bares, cantinas y otros sitios en populosas barriadas hasta que Siro Rodríguez, integrante del mundialmente conocido Trío Matamoros, lo escuchó y de inmediato incorporó al joven delgadito y pueblerino para ampliar el grupo o sustituir a una de las voces principales.
Fue en México donde adquirió nombre artístico: el Benny. Allí actuó con los Matamoros, puso su voz en la orquesta de su compatriota Dámaso Pérez Prado -el Rey del mambo- en los momentos en que el novedoso ritmo se enseñoreaba en películas, cabarets, salones de baile y ganaba terreno en las firmas discográficas de la época. Hay que escucharlo en La múcura, Pachito e´ché, Mambo Batiri y otros para aquilatar el timbre vocal que lo identificaba.
Dada su versatilidad fue bautizado popularmente como El bárbaro del ritmo.
Abundan en su quehacer los boleros, sones montunos, merengues, afros y guarachas que cantó con diferentes agrupaciones. En el decenio de los 50 era muy solicitada la Banda Gigante -creada y dirigida por él- con la cual visitó varios países latinoamericanos.
Quienes lo conocieron o han estudiado su obra relatan que no fue un compositor de extensa ejecutoria, sin embargo le sobraba capacidad para interpretar diferentes géneros. “Nunca he estudiado música, yo lo que tengo es un gran oído y le pongo a las cosas el ritmo que me corre por la sangre”, expresó en una ocasión.
Por toda Cuba en las victrolas y estaciones de radio se escuchaban números como Dolor y perdón, Maracaibo oriental, ¡Qué bueno baila usted!, No hay tierra como la mía, Mucho corazón, Soy guajiro, El conde negro, ¡Oh, vida!
y Te quedarás, por sólo citar algunos.
Toda una generación de bailadores lo recuerda en escenarios cubanos como el Salón Rosado de la Tropical, el cabaret Alí bar, ambos en La Habana y demás lugares de la Isla donde derrochó cubanía mientras esgrimía jubiloso su bastón, gesticulaba con gracia como para guiar el compás de los saxofones y las trompetas de la orquesta e improvisaba estrofas que reafirmaban su propio estilo. La multitud lo aclamaba y no pocas veces se detenía a contemplarlo haciendo de las suyas.
Así transcurrió hasta los albores de la década del 60. Jamás lo deslumbró la fama. Profesaba humildad, sencillez y solidaridad que profesaba hacia sus compañeros y amigos.
María Teresa Linares, Premio Nacional de Música 2006, nos revela exactamente la raíz de aquel genio criollo que falleció el 19 de febrero de 1963. «El encanto de Benny Moré radica en su integralidad como
artista: compositor de originales y espontáneas dotes, cantante sublime, organizador y director de su fabulosa orquesta, histrión, humorista y comunicador. Fue bohemio, trashumante, sincero, tierno, machista, desbordado, violento, sensual, derrochador, mujeriego, pero sobre todo cubano auténtico. No fue un hombre perfecto. Los orichas tampoco lo son.»
A 95 años de su natalicio toda Cuba le tributa homenaje. Y brinda por él cuando parafraseamos una de sus tonadas y le decimos: ¡Benny Moré, qué bueno canta usted!.