Las tantas veces que he oído la exhortación me motivan a escribir sobre ella. La plantearon en el XX Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) y la reiteran en conferencias, asambleas, reuniones… Y no es que la repitan porque “se haya puesto de moda”, como ha sucedido con otras, sino porque resulta una necesidad primordial. Escuchar a los trabajadores, o sea, tomar en cuenta sus consideraciones, con la seriedad debida, tiene que ser una actitud persistente en los centros laborales, siempre que tenga la connotación debida.
Me viene ahora a la mente una asamblea de afiliados a la que asistí en funciones periodísticas. Un trabajador, sentado en la penúltima fila, le susurraba a quien estaba a su lado y los instaba a intervenir: “¿Para qué lo voy a decir, si no me van a hacer caso?” Nunca supe cuál sería su planteamiento ni me atreví a preguntárselo. Hubiese resultado interesante que lo expresara para conocer seguramente, de la existencia de un problema o de alguna posible solución, pero a él le faltó la fe.
¿Qué ocurre en ese sentido? Generalizar no es adecuado, pero afirmar que eso sucede en pocos centros no se ajustaría a la realidad. En muchos lugares algunos directivos parecen no tener los oídos muy atentos a las preocupaciones y opiniones de los trabajadores, esos que están ocho horas en sus puestos laborales y conocen mejor que nadie sus funciones, las características y complejidades de las funciones que ejecutan.
Si vamos al campo de las investigaciones realizadas por los especialistas encontramos afirmaciones interesantes, como esta: “Nuevos estudios centrados en la conducta de los directivos destacan la importancia de una comunicación fluida entre el jefe y sus empleados”. Los expertos aseguran, además, que no existen excusas para evadir las reuniones de trabajo o para no mantener el consenso dentro de un buen equipo. Sin embargo, a menudo muchos se resisten o ignoran que incluso la tecnología les permite tener ese acercamiento necesario con los trabajadores, para conocer la opinión del equipo y alcanzar incluso un mayor respeto por parte del personal, agregan.
Los colegas que investigan y escriben sobre la vida y obra de Lázaro Peña González han resaltado en más de una ocasión ese método tan proletario como inteligente que él aplicaba al llegar a cualquier centro laboral del país. Antes de reunirse con los dirigentes administrativos, sindicales y políticos o presidir una plenaria iba puesto por puesto, dialogaba con los trabajadores y escuchaba atentamente sus opiniones, sin temor alguno al carácter o a la complejidad del planteamiento. Con seguridad, el líder de la clase obrera cubana estaba convencido de que los obreros, por la humildad que los caracteriza, la experiencia que aportan los años y el constante hacer y el amor a lo que hacen, están siempre bastante cerca de la verdad.
Un libro que leí hace algunos años sobre los caminos existentes y probados para lograr la excelencia en el funcionamiento general de las empresas (de cualquier tipo) reseñaba un ejemplo digno de tener en cuenta: el directivo principal de una gran industria con magníficos resultados integrales definió como su primordial y primera actividad de cada jornada laboral visitar los puestos de trabajo, saludar a los empleados y dialogar con ellos. Después de aplicar ese método durante varios años reconoció que constituía para él la fuente fundamental de conocimientos y también de soluciones posibles a los más complejos problemas de la producción. Otras tareas administrativas “que roban demasiado tiempo” —según confesó— las delegaba en los restantes integrantes del equipo de dirección.
No se trata de que esa tenga que ser la “fórmula mágica” para la comunicación con los trabajadores, ni que resulte aplicable en todas las empresas sencillamente porque en aquella dio satisfactorios resultados. El asunto radica en hacer cotidiano el arte de escuchar, porque además de constituir una muestra elemental de respeto, es un deber ineludible de quienes tienen en sus manos las riendas de la conducción.
El nuevo Código de Trabajo, en el Capítulo II, Artículo 18, establece: “Los trabajadores participan en la dirección de las entidades donde laboran. La forma de participación puede ser individual y colectiva”. En tanto, escucharlos y tener en cuenta sus consideraciones no es un favor, sino una obligación refrendada por la Ley.
De quienes están encargados de mantener las maquinarias o los servicios funcionando pueden salir grandes aportes para el beneficio del centro y el colectivo laboral. “Lo mejor para motivar a una persona es escucharla”, dijo muy acertadamente alguien hace mucho tiempo.