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Falta vergüenza y orden

Foto: citaconsonia.wordpress.com
Foto: citaconsonia.wordpress.com

El problema de la higiene en nuestros barrios y calles, sobre todo en la capital del país, está en una situación crítica, y es más visible y peligroso en esta etapa veraniega de intenso calor, cuando muchas personas están de vacaciones en casa o acuden a las distintas opciones recreativas existentes.

No tenemos que enunciar aquí, porque son harto conocidas, las consecuencias nefastas que tal abandono puede provocar para la salud humana, y en sentido más amplio los perjuicios que esto implica para el bienestar y la calidad de vida en las comunidades. Pero sí debiéramos intentar aportar alguna luz sobre las probables causas de este fenómeno tan negativo y algunas maneras posibles de enfrentarlo.

Son ciertas, por supuesto, las complicaciones que origina el exceso de población en determinadas zonas de nuestras urbes, así como la escasez de recursos para los servicios comunales; pero la percepción casi generalizada entre la ciudadanía es que hay un mal aprovechamiento de lo que tenemos, y sobre todo, una deficiente organización y exigencia de las autoridades locales.

No sería justo absolutizar para todo el país, porque otras ciudades cubanas destacan por su tradicional limpieza, lo cual incluye la cultura cívica del cuidado del entorno y el manejo integrado de sus desechos sólidos, con fórmulas diversas que abarcan desde el aporte de las entidades estatales tradicionales hasta del trabajo por cuenta propia.

Pero que el asunto resulte inmanejable en La Habana es ya una especie de círculo vicioso que habría que romper. Es cierto que son muchas las partes involucradas en la misión de garantizar la higiene comunal en una ciudad enorme y superpoblada. Pero también es frecuente que cada una de ellas responsabilice a la otra, mientras la suciedad, la desidia y la basura nos rodean hasta casi resultarnos ya penosamente habituales.

Aunque nos duela decirlo, falta vergüenza; y también un sistema de trabajo que proyecte, ejecute y controle una política de saneamiento más integral. La conducción de la limpieza no puede ser el asunto exclusivo de una empresa u otra, entre otros motivos porque no es solo Comunales la que interviene en el estado de la higiene en la capital.

Desde el que construye una gran obra o su pequeña casa, hasta la entidad que brinda servicios cuyo sostenimiento y reparación requiere intervenir en los espacios públicos; desde los que comercializan, hasta los que transportan; desde el vecindario hasta los paseantes, todo el mundo puede aportar su granito —y muchas veces lo hace— de suciedad y desorden.

El único actor que podría aunar, conducir y verificar el cumplimiento de lo que a cada entidad o persona corresponde en materia de higienización es el gobierno local, ya sea en la provincia o en los municipios, mediante la coordinación de los esfuerzos y recursos existentes en un programa racional y ordenado, y una supervisión real en la base, a pie de calle, fuera de las oficinas y los informes burocráticos.

No es comprensible, por ejemplo, que los camiones colectores de los tanques y las carretas que recogen los desechos vertidos en el suelo cuando estos ya están llenos, no puedan pasar juntos o al menos durante la misma jornada, para garantizar de manera efectiva que las cuadras queden limpias, aunque sea por un tiempo prudencial. O que donde no existe el camión y vierten los tanques al piso para recoger su contenido con palas, luego no pase el barrendero detrás.

Si los vehículos para extraer la basura no son suficientes, entonces no debiera faltar al menos una programación lo más ajustada posible a la capacidad real de recogida, de modo que le permita a la población planificar y crearse un hábito para sacar los desechos de casa en el momento más oportuno, incluyendo el rescate de los antiguos “planes tareco” para la extracción de escombros, ramas y otros desechos de los hogares. Estos ciclos y horarios deben ser de conocimiento de los presidentes de consejos populares, los delegados en la circunscripción, los ejecutivos de los CDR, los vecinos, para velar y exigir por su cumplimiento.

Y al frente de esta tarea de higienización, organización del trabajo y recuperación de la disciplina social, individual y colectiva, tiene que estar el liderazgo visible de las autoridades políticas y administrativas de cada provincia, municipio, localidad. Así, tal vez ,podríamos recuperar el hábito de la limpieza.

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