La Primera Guerra Mundial estalló en 1914, pero en ese momento era un acontecimiento muy lejano en relación con Cuba; sin embargo, en 1917 la Isla declaró la guerra a Alemania, primero, y después a Austria-Hungría. La guerra se había transformado en un asunto propio. ¿Cómo se produjo esa declaración de guerra? ¿Qué razones se dieron para ello? ¿De qué manera se hizo?
El 6 de abril de 1917, el presidente Mario García Menocal envió un mensaje al Congreso solicitando la declaración de guerra al imperio alemán, el Congreso se reunió en sesión extraordinaria al día siguiente y emitió una Resolución Conjunta por la que se declaró la guerra que fue sancionada por el Presidente ese mismo día. No era una casualidad que el 5 de abril el Senado estadounidense hubiera aprobado la declaración de guerra a Alemania. El 6 de diciembre del propio año, el Ejecutivo volvió a enviar un mensaje al Congreso solicitando la declaración de guerra a Austria-Hungría, ante lo cual el Congreso emitió otra Resolución Conjunta, que fue sancionada por Menocal el 16 de ese mes, por la que igualmente Cuba entraba en guerra con Austria-Hungría. Ese mes Estados Unidos había tomado igual resolución, por lo cual el senador Campos Marquetti propuso que Cuba declarara la guerra también a Turquía y Bulgaria porque no estaban en guerra con Estados Unidos y así se demostraría la independencia de ellos.[1] Los textos de tales documentos muestran los argumentos que se utilizaron en tal coyuntura.
El primer mensaje de Menocal hace un recuento de las declaraciones del Gobierno Imperial Alemán dirigidas a las naciones neutrales acerca de sus propósitos de combatir, “con todas las armas sin previo aviso”, al comercio y a los barcos neutrales que navegaran en la zona prohibida, por lo que tales barcos lo harían “a su riesgo”.[2] Por supuesto, eso afectaba las zonas donde había posesiones de los países beligerantes. El presidente cubano decía que Cuba había protestado tales disposiciones, pero Alemania insistía en su plan de guerra submarina y, de hecho, desde el primero de febrero los submarinos germanos habían atacado y hundido numerosos barcos mercantes. A partir de estos antecedentes, Menocal pasaba a fundamentar las razones para solicitar la declaración de guerra.
En su exposición, el Presidente explicó que el Gobierno de Estados Unidos, “al que nos ligan tan íntimos y estrechos lazos”, había protestado durante dos años por la actitud alemana y, ante la gravedad de ello, había roto las relaciones diplomáticas. Menocal planteaba que Cuba no podía ser indiferente a las violaciones del Derecho de Gentes, “ni puede en modo alguno, digna y decorosamente, mostrarse ajena o extraña a la actitud noble y valientemente asumida por los Estados Unidos, a cuya nación nos unen sagrados vínculos de gratitud y confraternidad, juntamente con las obligaciones explícitas e implícitas del Tratado de Relaciones Políticas, de 22 de mayo de 1903 (…) y que ha creado y sostiene entre ambos países, por su naturaleza y necesarios afectos, una inteligencia tan íntima que resulta, de hecho, una verdadera alianza que en cualquier tiempo exigiría de Cuba un concurso decidido, pero que la reclama con mayor fuerza en ocasión como la presente, en que los Estados Unidos defienden a toda luz los fueros de la libertad humana, de la justicia internacional, del honor y de la seguridad de las naciones libres e independientes (…)”. El mensaje argumentaba que, en tal situación, Cuba no podía permanecer neutral porque eso obligaría a tratar por igual a todas las partes, lo que se contradecía con el sentimiento y con los pactos y obligaciones con Estados Unidos. A esto añadía que la posición geográfica de Cuba hacía inevitables los conflictos.
La declaración de guerra que solicitaba el Ejecutivo cubano implicaba, según el texto oficial, “cooperar decididamente” con el Gobierno estadounidense, “prestándole toda la asistencia que esté a nuestro alcance, para la defensa de la libertad de los mares, del derecho de los neutrales y de la justicia internacional.” Se hacía evidente la necesidad de presentar la decisión del poder cubano en su relación con lo realizado por Estados Unidos, inclusive en las cuestiones que atañían a las acciones que Cuba debía desplegar como país beligerante. Este asunto se reiteró en el mensaje del Ejecutivo “Al Pueblo de Cuba”, así como en los documentos de diciembre relativos a la declaración de guerra a Austria-Hungría.
La Resolución Conjunta del Congreso declaraba el estado de guerra y señalaba el propósito de “mantener nuestros derechos, resguardar nuestro territorio, proveer a nuestra seguridad, prevenir cualesquiera actos que puedan realizarse o intentarse en nuestro daño y defender la navegación de los mares, el derecho de los neutrales y la justicia internacional.”[3] El mensaje del Presidente al pueblo, dando a conocer este asunto, es más escueto que el dirigido al Congreso, se refiere a los agravios que Alemania había inferido a Cuba con sus decisiones, pero no deja de mencionar la analogía de la declaración cubana con la de Estados Unidos y los vínculos de “comercio, de tratados y convenios, y también de estrecha confraternidad” que existían entre los dos países.[4]
El estado de guerra que se inició entonces se producía en medio de fuertes conflictos internos en Cuba, motivados por el fraude electoral cometido para la reelección del presidente Menocal, que llevó al alzamiento liberal del mes de febrero conocido como “de la Chambelona” –por el estribillo de la conga que identificaba al Partido Liberal. En ese contexto, se definió que el aporte fundamental de Cuba a la guerra radicaba en la producción de azúcar, por lo que una convulsión interna que afectara a esa industria era inadmisible.
Los intereses que se movían en torno a la participación de Cuba en la guerra necesitaban estabilidad en el país, de ahí el alineamiento del gobierno estadounidense de Woodrow Wilson con Menocal en todo el proceso de la insurrección liberal. En la medida en que pasaban los días, los gestos norteamericanos de condena a los alzados y sus jefes se fueron haciendo más evidentes. Se planteaba que, ante los graves acontecimientos mundiales, era necesario obviar las diferencias políticas, con lo que se estaba llamando a aceptar el escandaloso fraude electoral.
Si bien el Partido Conservador, con Menocal a la cabeza, contó con el apoyo norteño, los liberales procuraron granjearse ese respaldo para su combate contra la fraudulenta reelección. Para ello, buscaron la supervisión del vecino en las elecciones a realizar en los colegios y comarcas donde se habían anulado, lo que no se logró. De todas maneras, una comisión de ese partido fue a Washington para “abrir una fuerte campaña” que diera a conocer en aquel país lo que pasaba en Cuba. Raimundo Cabrera, quien fue uno de los designados por José Miguel Gómez para esa misión, lo relató posteriormente, así como reprodujo documentos enviados al Gobierno estadounidense en solicitud de que aquel “hiciera justicia” en Cuba.
A pesar de los esfuerzos liberales, la retórica norteamericana ante el conflicto cubano incluyó la mención de alemanes dentro de las filas rebeldes y hasta acusó a estos de germanófilos. En tal posición, Estados Unidos utilizó presiones extraordinarias, como el aviso del 15 de mayo emitido por su Departamento de Estado para ser publicado, en el que se afirmaba el aprecio y amistad con que se había recibido la declaración de guerra a Alemania por parte de Cuba, a lo que se agregaba que Estados Unidos se consideraba obligado a reiterar sus manifestaciones sobre los cubanos en armas “frente al Gobierno constitucional”, y añadía “en términos categóricos” que consideraba que era hora de dejar a un lado la cuestión política. Establecía que había dos obligaciones: la militar y la económica, por tanto el aviso afirmaba:
(…) como los poderes aliados y los Estados Unidos tienen que depender en gran parte sobre la producción de azúcar, toda alteración de orden que obstruya esa producción tendrá que considerarse como acto hostil, y el Gobierno de los Estados Unidos se ve precisado a advertir que si todos los que están en armas contra el Gobierno de Cuba no se someten inmediatamente al mismo, pueden los Estados Unidos verse en la necesidad de considerarlos como enemigos y de tratarlos como tales.[5]
Con tan importante respaldo norteamericano, las fuerzas gubernamentales enfrentaron a los sublevados, quienes fueron progresivamente deponiendo las armas, sobre todo después del apresamiento de su dirección. Entonces, se podía pasar con mayor rigor a atender la condición de beligerante en el conflicto mundial. En esa condición, el gobierno desplegó una fuerte represión para garantizar la tranquilidad y la producción azucarera.
Entre las medidas de guerra estuvo la formulación de una política represiva, tal como muestra la suspensión de las garantías constitucionales o la puesta en vigor de la vieja Ley de Orden Público de 1870, o el decreto 1900, del 27 de noviembre de 1917, por el cual se establecía una férrea censura postal –que el Departamento de Estado de Estados Unidos había solicitado a Menocal en nota del 20 de noviembre–, y también a la prensa, y prohibía la circulación de cualquier escrito o dibujo que incitara a cualquier acto contrario o de desobediencia a la autoridad o que indujera a huelgas. Asimismo se intentó la aprobación de la ley estableciendo el servicio militar obligatorio, aunque no se logró hasta el 3 de agosto de 1918 por la fuerte oposición que concitó. En 1917 se aprobaron igualmente dos leyes de espionaje que facultaban al Ejecutivo para establecer la censura y normaba el trato a los extranjeros enemigos, las que entrarían en vigor cuando se restablecieran las garantías, lo que ocurrió el 14 de agosto.
En el contexto de la guerra, el gobierno conservador del mayor general Mario García Menocal ponía a funcionar su capacidad para asegurar el ambiente y la eficiencia necesarios, pero también recibía tropas norteñas en territorio cubano, que se decía era para entrenamiento, al igual que situaba o permitía la presencia de funcionarios de ese país en determinadas labores como el control de la censura, para lo cual el presidente había pedido el envío de un oficial estadounidense que implantara en la Isla el sistema de aquel país.
Realmente, la contribución fundamental de Cuba a la guerra sería como productora de azúcar, pero ese será otro asunto a relatar; lo que interesa ahora es destacar cómo Cuba entró en la guerra en 1917, los argumentos, el contexto y, sobre todo, lo que este momento evidenció acerca de la dominación norteamericana y la subordinación de las élites políticas cubanas al imperio del Norte.
[1] León Primelles: Crónica Cubana. Editorial Lex, La Habana, 1955, T I, p. 425 [2] El texto del mensaje en Luis Valdés Roig: El comercio exterior de Cuba y la Guerra Mundial. Imprenta “Avisador Comercial”, Habana, 1920, pp. 1-5 [3] Ibíd., p. 9 [4] Ibíd., pp. 11-12 [5] Raimundo Cabrera: Mis malos tiempos. Imprenta “El Siglo XX”, Habana, 1920, p. 281Acerca del autor
Profesora titular
Esto dijo Rafaelito, valiente de corazón: cantaré una canción en unión de Facundito
Se nota que un tu vida te haz comido un snickers… escribes como quien no conoce nada más que la opresión. Pobre jodido de la mente.
PROPIO DE UN ESTADO VASALLO BAJO EL YUGO DEL IMPERIO YANQUI. POR SUPUESTO LOS POLITIQUEROS CIPAYOS, TÍTERES Y LAMEBOTAS VEÍAN SUS BOLSILLOS HINCHARSE CON LAS GANANCIAS QUE ESTA GUERRA LES TRAERÍA.
SUS AMOS CEL NORTE NO NECESITABAN » SUGERIR «, » ASESORAR » O EN CASO EXTREMO » COACCIONAR «. LA BANDA DE POLÍTICOS, COMO FIELES Y SUMISOS SIRVIENTES DOMÉSTICOS, LES AHORRARÍA ESTAS DIPLOMÁTICAS FAENAS.