En la cocina, mi mamá revuelve la cazuela donde tiene el manjar. Ella, con una paciencia ancestral, revuelve una y otra vez. Y sin quererlo, también remueve mis recuerdos. El majarete fue siempre uno de los platos preferidos por mi padre, y era él, excelente repostero, quien se encargaba de hacerlo.
Eran los sábados o domingos los días escogidos, porque podía recrearse y tomar el tiempo necesario. Mientras jugábamos o hacíamos las tareas, pipo se adueñaba del fogón y después nos sorprendía con el postre bañado en canela. No faltaba nunca un platico para los abuelos maternos y también para Chicha y Pio, nuestros vecinos, unos ancianos que se convirtieron en otros abuelos cercanos.
Ahora, mi madre apuesta por el postre que todos esperan con ansias. Casi, cuando está cuajando, me lo da a probar: “quizás un poquito más de azúcar”, le digo, y ella asiente y dice: “No será como el de tu papá, pero está bueno”, y le respondo que sí, que casi le supera y ella sonríe, cómplice de mi lisonja. Luego, las dos callamos, las dos nos ponemos serias, nunca será igual que el majarete de antes.
Ingredientes:
1 libra de maíz tierno molido
2 tazas de leche
1 taza de azúcar
1 pedacito de cáscara de limón
una pizca de sal
Modo de preparación:
Una vez que haya molido el maíz, debe colarse, hasta extraer todo el zumo. Después se le añade el resto de los ingredientes y se coloca en una cazuela a cocinar a fuego lento. Debe revolverse constantemente hasta que espese. Luego se vierte en una dulcera. Si lo prefiere, puede polvorearle canela al gusto.