Por Reinerio Lorenzo Toledo
Quizás nadie podía presentir las consecuencias de lo que planteó el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la celebración del aniversario 36 de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Camagüey, hace ahora 25 años. Con su proverbial capacidad de alertar y en un acto valiente de previsión, fue el único que expresó la posibilidad cierta de que el campo socialista y con él la Unión Soviética se derrumbaran.
No lo hizo solo para aclarar al pueblo, sino también para que nuestro mayor enemigo supiera que estábamos dispuestos a resistir hasta las últimas consecuencias.
“Tenemos que ser más realistas que nunca. Pero tenemos que hablar, tenemos que advertir al imperialismo que no se haga tantas ilusiones con relación a nuestra Revolución y con relación a la idea de que nuestra Revolución no pudiera resistir si hay una debacle en la comunidad socialista; porque si mañana o cualquier día nos despertáramos con la noticia de que se ha creado una gran contienda civil en la URSS o, incluso, que nos despertáramos con la noticia de que la URSS se desintegró (…) ¡aun en esas circunstancias Cuba y la Revolución Cubana seguirán luchando y seguirán resistiendo!”
Fidel se había apercibido de lo que estaba sucediendo en los países socialistas. El inveterado atraso tecnológico y de la productividad debía resolverse, pero la dirigencia de los partidos y Gobiernos arremetieron con medidas no previsoras y autodestructivas que trajeron como consecuencia el hundimiento del parque industrial en vez de su mejoramiento. En general se liberalizó unilateralmente el comercio con occidente, e internamente se dejó a la espontaneidad con vistas a que “triunfaran las empresas más eficientes”, junto con la desembocada privatización y el reinado de la corrupción, lo cual produjo el fracaso de casi todas y la entronización de un modelo de capitalismo neoliberal dependiente en detrimento de las industrias nacionales. Esto produjo una crisis propia de las periferias subdesarrolladas del sistema capitalista.
Ello nos hace ver cuánta razón le asiste al General de Ejército Raúl Castro Ruz cuando insistentemente alerta del peligro que entraña ir con más prisa de lo objetivamente posible sin antes sopesar todos los riesgos, aunque como bien ha dicho, no haya pausa.
Las consecuencias de las inconsecuencias
El caso es que el juego con el neoliberalismo, en vez de despertar las esperanzas de los pueblos, hizo caer en ellos las consecuencias de los amargos experimentos. Estos y otros errores, sobre todo en lo político, les sirvieron en bandeja de plata a los enemigos internos y externos lo que estos estaban esperando.
En fecha tan cercana a lo expresado por Fidel, como el 9 de noviembre del propio año 1989, Günter Schabowski, miembro del Comité Central del Partido Socialista Unificado de Alemania, hizo un pronunciamiento que él jamás pensaría fuera motivo de lo que sucedería inmediatamente: “Hoy decidimos aprobar una legislación que posibilita a todo ciudadano de la RDA (República Democrática Alemana) salir del país por cruces de frontera”.
Al preguntársele a partir de qué momento, dijo inseguro: “Según entiendo, inmediato, sin demora”. Ahí se disparó la debacle, el Muro de Berlín se fue a pique. Esa fue la primera ficha que cayó, detrás se desplomaron todas las piezas europeas, incluyendo la parte asiática de la URSS.
Fuera de Cuba, pocos pensaron que esta resistiría la fuerza centrífuga generada por tal huracán. La euforia inmediata surgida en Estados Unidos llevó a vaticinar a su Gobierno y a los grupos contrarrevolucionarios de Miami para días o semanas el colapso de la Revolución Cubana.
Estos últimos llegaron a realizar gestiones para la integración de un Gobierno que en breve tiempo sustituiría al existente. Muchos prepararon sus maletas para, de un momento a otro, aterrizar en La Habana.
Y no era para menos, si se ignoraba el poder de resistencia del pueblo cubano y la magistral capacidad de su dirigencia. En 1989 el 85 % de las relaciones comerciales de Cuba se concentraban en el campo socialista, principalmente en la Unión Soviética, además de contar con una serie de beneficios financieros que contribuían a cierta bonanza de la economía. Todo eso, en muy poco tiempo desapareció, y la capacidad de compra, que en ese año era de 8 mil 139 millones de pesos, bajó a 2 mil millones en 1993, año en que se tocó fondo. El producto interno bruto bajó en 35 por ciento.
La dirección de la Revolución fijó como el mayor objetivo preservar lo más preciado alcanzado hasta el momento, y que de perderse dejaría al pueblo completamente en el abandono, por eso la consigna fue: Salvar las conquistas del socialismo, sobre todo la gratuidad de la salud y la educación. Y fueron salvadas.
Para ello la estrategia consistió en no hacer nada que no estuviera avalado por el consenso de la población y a fines de 1993 la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó desarrollar un amplio debate con los trabajadores, y el 10 de enero de 1994 la CTC hizo la convocatoria pública para discutir en todos los centros de trabajo sobre la actualidad económica y financiera del país, un proceso conocido como Parlamentos Obreros.
Se urgía a responder, entre otros asuntos, cómo resolver el déficit presupuestario, qué gratuidades se podían suprimir; en qué medida y hasta qué punto subsidiar a las empresas irrentables; cómo enfrentar el exceso de circulante monetario… Mientras que cada colectivo se debía plantear las acciones que habría de llevar a cabo para estimular la disciplina laboral; producir más y mejor con menor costo; reducir o eliminar el subsidio estatal…
Los resultados arrojaron la reiteración del compromiso de los trabajadores con la Revolución y el socialismo como única vía posible para solventar las dificultades.
Después que los planteamientos fueron reunidos por el Comité Nacional de la CTC, se efectuó un encuentro con la máxima dirección del Gobierno. En ese intercambio se determinó a grandes rasgos las medidas que se priorizarían para sanear la economía y acelerar algunas soluciones demandadas por los trabajadores; aunque este fue el primer paso, después vendría un conjunto de tareas en función de llevar a la práctica todo aquello que era posible realizar.
Los Parlamentos Obreros les dieron la necesaria legitimidad y aceptación por parte de los trabajadores a las decisiones que posteriormente habría que tomar, pues el proceso contó con casi el 80 % de apoyo en todas sus etapas.