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Gay Talese y el periodismo fuera del tanque

grafitti drones usa

Genio y figura. Al instante de pulsar el timbre de esta casa en el Upper East Side de Manhattan, el anfitrión abre la puerta. Aquí está Gay Talese. Su estampa resulta literaria. Por su propia profesión –narrador de historias reales– y por su porte. Desciende de una estirpe dedicada a coser, sastres de profesión. Incluido su padre, Joseph, que emigró de Maida, en Calabria, y, previo pasó por París, desembarcó en Nueva York el 23 de diciembre de 1920. Tras una corta estancia en Ambler (Pensilvania), se instaló en Ocean City (Nueva Jersey).

“Existe un tipo de trastorno mental leve que resulta endémico en la profesión de sastre”, escribe Talese en Los hijos (‘Unto the Sons’, 1992), libro en el que el autor cuenta las tribulaciones de su familia y, por extensión, la diáspora migratoria. Desde los orígenes en el sur de Italia, cuando aún no era Italia, hasta que Gay ha cumplido los 11 años, punto que marca como el fin de su infancia.

“Aunque nunca ha atraído la atención de los científicos, con lo que no se puede adjudicar un nombre oficial –dice Talese del mal del sastre–, mi padre la describió como una forma prolongada de melancolía que se presenta esporádicamente en ataques de mal humor; el resultado, sugería mi padre, de excesivas horas de un trabajo lento, exigente y microscópico que avanza puntada a puntada.” Sin Twitter ni Facebook –sucumbió al e-mail porque cuenta que en The New Yorker no le aceptaban el envío de artículos en papel–, ejerce de lo que es, de reportero. Informando de y sobre la calle desde la calle, no como esos “indoors” que se incrustan en la silla y sólo beben de las fuentes de Internet. En breve, sacará un libro sobre constructores de puentes –es un oficio que pasa de padres a hijos, explica, ha trazado un árbol genealógico–; prepara otro sobre su matrimonio y algo más, de lo que no desea hablar, por si acaso.

¿Para qué tanto?

Mi tremenda curiosidad sigue funcionando. Aunque viva en la misma casa, con la misma mujer, los mismos hábitos y disposiciones, todavía estoy interesado en la gente de afuera, la que es diferente a mí y que, pese a disponer de una visión diferente, formamos parte de lo mismo.

Defina curiosidad…
Esta curiosidad es como una enfermedad. Es una enfermedad que no te mata, pero que si la pierdes, te mueres. La necesitas. Como una adicción a una droga buena que ha de tener cualquier periodista.

Entre sus hábitos figura el levantarse a las seis de la mañana. Saca a dos terriers australianos que responden por Bricker (él) y Bronte (ella). Luego dedica un par de horas a la lectura de diarios, de lo local a lo global, Siria, Ucrania, Rusia, China…

¿Qué piensa de…?

Pienso que si estuviera ahí, en Rusia, en China, explicaría las noticias de forma diferente.

¿En qué sentido?

Por ejemplo, leo en los diarios que los drones han matado a nueve militantes. Utilizan esta palabra, ese es el titular, nueve militantes. Pero, ¿quiénes son los militantes? El periodismo no es específico y hay que volver para hablar de quiénes son esos militantes. Se hace la información sin ningún tipo de comprensión del punto de vista del otro. Si son nuestros amigos, como los israelíes, nunca son terroristas, protegen su tierra y su seguridad. Decimos que Putin está equivocado por reclamar esa parte de Ucrania, decimos que es Hitler, pero él asegura que protege a su país de la OTAN. O Cuba, llevamos 60 años combatiendo a la pobre Cuba, intentando matar a Castro, diez veces, pero Castro es para otros Simón Bolívar, un liberador. El periodismo adopta la actitud de nuestro gobierno en Washington para definir quién es quién. Pero es el periodismo el que ha de averiguar quién es quién realmente. Esta es una gran misión.

Contradecir al poder tiene precio.

Edward Snowden (ex analista de la CIA que filtró el espionaje masivo) es un héroe.

¿Lo cree así?

Snowden está haciendo el trabajo que el periodismo no hace. Es el único buen periodista, encontró la noticia, descubrió los secretos de los mentirosos y los denunció. Este es el tipo, llámale whistleblower (denunciante, o literalmente, el que toca el silbato), filtrador, ladrón, terrorista, da lo mismo, pero él consigue sacar la verdad y hace que el presidente de EE.UU., la administración estadounidense, lo acosen y lo califiquen de mentiroso.

El Gobierno estadounidense ha denunciado a cinco militares chinos por piratear secretos comerciales…
Afirmamos que los chinos invaden nuestro espacio y nosotros hacemos lo mismo. Snowden dio la prueba. Y ponemos a cinco chinos en el cartel de más buscados. Es ridículo. O esos magnates rusos que colocamos en la lista de malos chicos porque no nos gusta lo que está haciendo Putin. Como si fuera el director de una película, Washington elige que unos sean héroes y otros villanos, unos son militantes y otros ángeles de compasión. El periodismo no está haciendo un buen trabajo.

¿Demasiado cerca del poder?

Ahí está el problema. Hay demasiados periodistas en Washington. Reciben la información del gobierno, les tiran las migajas como a las palomas. Se debería cubrir desde la distancia, pulsar cómo afecta el gobierno en Iowa, en Colorado o en Texas.

¿Debe Snowden dejar Moscú y regresar?

¡Es una locura! Lo meterían en Guantánamo. No aceptamos la crítica. Hablamos de libertad de expresión, de democracia, señalamos con el dedo al que viola los derechos humanos, pero siempre que no se aplique a soldados estadounidenses. Nuestros soldados han cometido atrocidades en Irak, Afganistán… Kadafi era mejor que lo que hay ahora. Incluso Hussein era mejor que lo de ahora. No tenemos problema con los dictadores. Nuestro general en Egipto era Mubarak y ahora está preso. Nadie en el periodismo subraya esta hipocresía. Lo hizo Snowden.

¿Ha cambiado este oficio desde su época en The New York Times?

Cuando era joven había reporteros valientes. Un nombre, Harrison Salisbury. Durante la guerra, insistían en que los vietnamitas cometían fechorías en el sur del país, pero nosotros no. Salisbury entró en el norte, por sus vías, porque no daban visados, y descubrió que los aviones estadounidenses bombardeaban hospitales de Hanoi matando a inocentes. Lo escribió en The New York Times . El gobierno contestó que era falso, que Salisbury era comunista. Pero escribió la verdad. Lo mismo podría decir de David Halberstam. Pero ya no hay Halberstam, en Irán no hubo Salisbury.

Irak, otra época bélica.

Había esa gente estúpida, esos corresponsales con chaquetas de camuflaje y cascos dentro de las unidades estadounidenses, en los tanques, ¡cubriendo la guerra desde un tanque! ¿Qué clase de reporterismo es ese? Nos hemos convertido en sirvientes de los militares, en sus relaciones ­públicas.

El presidente Obama ha ­jugado fuerte contra los filtradores…
La cárcel es un lugar honorable en el que estar, mejor que ganar el Pulitzer por las estupideces que se hacen en la actualidad. El periodista ha de tener coraje. No se supone que sea un trabajo fácil. Se supone que es peligroso. Para ganar dinero se va a la escuela de Derecho.

¿Cómo ha de ser el periodismo?

Ha de ser la profesión más horrible porque se dedica a decir la verdad. En el periodismo ha de haber menos mentirosos que en cualquier otra profesión, menos que en la política, en las finanzas, en los negocios o entre los abogados. En el periodismo, cuando mientes, son los propios compañeros los que te denuncian. A Jayson Blair (que escribía reportajes falsos en el Times), ¿quién lo expuso? Los compañeros de la redacción. No fue el presidente del Tribunal Supremo ni el decano de la escuela de periodismo, no, fueron los propios reporteros.

El glamour atrae cada día más, ¿para qué ser valientes?

El asunto es que no tenemos héroes en el periodismo. Los periodistas son títeres del poder, están seducidos por el poder. Las Pussy Riot vienen aquí, las llevan por todos los sitios, posiblemente la CIA les ha puesto el dinero, ¿quién paga las facturas? Todo para avergonzar a Putin. Todo el que insulta a Putin tiene visado en EE.UU. Sin embargo, a Gabriel García Márquez se lo negaron varias veces. ¿Por qué? Era amigo de Castro.

El país de la libertad de expresión…

Es una burla. Uno de los más grandes escritores en el mundo no puede acceder a la tierra de la libertad porque es amigo de Cuba. Al morir se le han dedicado grandes obituarios, pero en vida fue vilipendiado. Y nadie protesta. Protestamos por las Pussy Riot, que entraron en una iglesia ortodoxa e hicieron “ruido”. Ve a la catedral de San Patricio o a la gran sinagoga del templo de Emanu-El, ambas en la Quinta Avenida, y haz lo que hicieron ellas, a ver cómo responde el rabino o el cardenal.

Perdone, está muy crítico.

Cuanto más mayor me hago, peor me parece la situación. Cuando tenía 30 años, viajaba a Italia, a Francia, a cualquier lugar, y los estadounidenses éramos apreciados. Tenía la sensación de formar parte de un buen país. Hoy no lo siento. A EE.UU. ya no se lo mira con ese respeto. No me siento amenazado al viajar, pero me avergüenza. Esperaba que el presidente Obama lo cambiara.

Cuenta usted que su padre hacía patrullas en Ocean City como estadou­nidense, vigilando que no ­llegaran los submarinos nazis, pero sufría por sus hermanos ­enrolados en el ejército ­enemigo de EE.UU.

Sí, sus hermanos eran “militantes”. Escribir este libro me representó una experiencia de formación, me ayudó como periodista a plantearme que hay otros puntos de vista. Así que lo que estamos hablando sí que tiene que ver con mi libro. Represento ese otro punto. El periodismo se supone que ha de ser crítico, y yo estoy siendo crítico con los críticos. Al contrario que mi padre, el periodismo se ha empequeñecido ante el poder.

Usted ejerce la contra.

Aunque nací en EE.UU., en cierto modo me siento extranjero, tengo una manera de ver las cosas como un forastero. Tengo la actitud del hijo de un emigrante. Soy estadounidense, pero he visto mucha de la hipocresía de EE.UU. Este es el libro de un forastero, y los periodistas se supone que deben ser forasteros: militantes, traidores, acaso terroristas en el sentido de que el ordenador debe ser un adversario, no irrespetuoso, pero sí descreído del poder. El periodista no puede ser cortesano, porque estos quieren viajar en el Air Force One o ir empotrados en el ejército. Ese no es el lugar en el que ha de estar el periodista. Ha de estar fuera del tanque.

(Tomado de Revista Ñ)

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