El 17 de julio de 1959 la primera plana del periódico Revolución amaneció con un enorme titular de letras negras de cinco y media pulgadas que anunció la impactante noticia: Renuncia Fidel. Y abajo, con letras de una pulgada, añadía: Explicará hoy al pueblo los motivos de su decisión.
Cinco meses atrás, el Comandante en Jefe había asumido el cargo de Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, pero decidió hacer dejación de esa responsabilidad por serias discrepancias con el entonces presidente de la República, Manuel Urrutia, quien estaba retrasando la puesta en práctica de leyes prometidas al pueblo durante la lucha insurreccional, y con sus actitudes y pronunciamientos ponía en riesgo a la Revolución misma, en un momento crítico para la nación.
En comparecencia televisiva, Fidel expresó ese día: “Yo quiero que el pueblo razone y me diga si en mi condición de Primer Ministro, sin renunciar, yo podía venir a hacer esa declaración aquí. Y yo quiero que el pueblo me diga, honradamente si creía que fuese el procedimiento correcto, después de todo lo que se está tramando, después de las angustias que ha estado viviendo el país, de las campañas de calumnias, presentar una acusación que trajese como consecuencia la destitución del señor Presidente, y que me presentasen a mí ante el mundo entero como un caudillo clásico quitando y poniendo presidentes de la república; que me diga si tenía otro procedimiento sino el procedimiento de renunciar para poder expresar estos hechos”.
Con esta decisión, se apegaba a las normas constitucionales, ya que dejaba en libertad a los restantes miembros del Consejo de Ministros para decidir sobre la destitución o no del Presidente.
A las once de la noche Urrutia anunció su renuncia a la presidencia, lo cual se dio a conocer en la comparecencia. El Consejo de Ministros la aceptó y poco después fue designado por unanimidad para desempeñar la Primera Magistratura de la nación, Osvaldo Dorticós Torrado, hasta ese momento ministro vinculado a las leyes revolucionarias. Solo habían transcurrido 15 minutos para que el Gobierno Revolucionario tuviera un nuevo presidente. El acuerdo fue comunicado por Armando Hart a los habaneros congregados frente al Palacio Presidencial, ya que muchos estaban siguiendo por sus televisores las palabras de Fidel.
El reclamo por su regreso al Premierato se convirtió en un clamor popular. Esa petición se la hicieron el 22 de julio los participantes en el Congreso Obrero Textil a cuya clausura asistió el líder de la Revolución. Allí le dijeron que no saldrían del acto hasta que él retirara su renuncia. Él les respondió que ese problema se iba a resolver en consulta con todo el pueblo de La Habana, convocado para la conmemoración del 26 de Julio a efectuarse en la entonces Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución.
Asumiendo el sentir de la inmensa mayoría de los cubanos, ese mismo día el comité ejecutivo de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) convocó a un paro de una hora, que como narró el entonces secretario del Consejo de Ministros, Luis Buch, “duró desde las 10:00 a.m. hasta las 11:00 a.m. y fue total. Todas las actividades de la nación quedaron suspendidas incluso los aeropuertos. Las campanas de las iglesias repicaron con toques continuos”.
Llegó la fecha en que se conmemoraban, por primera vez en libertad, los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. El día anterior había arribado a la capital una caballería de más de 10 mil campesinos procedentes de Yaguajay, encabezados por el comandante Camilo Cienfuegos para sumarse a la celebración. En la mañana, un gran desfile de pueblo frente al Capitolio Nacional fue presenciado por Fidel junto al expresidente mexicano Lázaro Cárdenas; después el Comandante en Jefe se trasladó al litoral habanero donde se efectuaron maniobras aéreas y disparos desde tierra con tanques sobre blancos ubicados en el mar, en los que participó Fidel desde un tanque Sherman. Finalmente en horas de la tarde se dirigió hacia la Plaza Cívica.
Al intervenir en el acto, el presidente Dorticós hizo la pregunta que todos aguardaban: “¿Desean o no que el doctor Fidel Castro siga al frente del Gobierno?” Le respondió un contundente “¡Sí!”, que se adueñó de la Plaza, reforzado con el relucir de miles de machetes alzados por los campesinos y sombreros de yarey lanzados al aire.
Al anunciarse que el Comandante en Jefe aceptaba retomar su cargo, el júbilo fue inmenso.
Fueron 10 días decisivos para Cuba, en los que la crisis creada en el Gobierno fue resuelta por Fidel con inteligencia, total respeto a la constitucionalidad, y, como siempre, contando con el pueblo.