Mario Coyula es uno de los incómodos más imprescindibles en el debate de la Cuba de hoy. Y justo ahora en que nuestro país necesita discutir sobre su presente y futuro nos enteramos de su fallecimiento en la mañana de hoy lunes.
Destacado arquitecto, entre sus obras sobresale el Parque de los Mártires, en Infanta y San Lázaro, La Habana; y el Mausoleo a los Héroes del 13 de Marzo, en el cementerio de Colón. Dirigió importantes centros como la Escuela de Arquitectura de la CUJAE , la oficina de Arquitectura y Urbanismo de La Habana, el Grupo para el Desarrollo Integral de la Capital y la Comisión de Monumentos de La Habana.
Este currículo que parecería suficiente, es quizá el aporte menos importante de Coyula. Su magisterio principal es de otro tipo, es el de la crítica oportuna y consecuente, aquella que detecta los problemas y propone soluciones y no se pliega ante el peso engañoso de la unanimidad.
Trabajadores se suma a las voces que lamentan su fallecimiento y comparte con ustedes un par de trabajos que permiten vislumbrar la lucidez de este importante intelectual cubano.
El amor por su ciudad
por Alina M. Lotti
Sobre todo en el ámbito profesional, Mario Coyula Cowley (La Habana, 1935) es casi un “Dios”. Se trata de un hombre —arquitecto— que ha dedicado a la investigación, al estudio, y a enseñar lo que sabe, cada pedacito de su ocupado tiempo.
Admirado por sus estudiantes, y querido por muchos de quienes han compartido con él jornadas académicas o de trabajo, Coyula es un ser sencillo, afable, con una inteligencia que, a todas luces, ha cultivado.
Vive en la barriada del Vedado, en un hermoso apartamento, donde todo está colocado con un gusto exquisito: los cuadros, las plantas, el mobiliario que no presume de moderno, las fotos familiares…
Detrás de todo eso, de cada espacio, de cada rinconcito, seguramente no solo habitan sus recuerdos, sino su quehacer creador, buscando siempre la fusión de lo bello con lo práctico, lo asequible, lo realmente cómodo.
Arquitecto y urbanista, intelectual genuino, escritor, patriota probado, protagonista de excepción de las transformaciones acaecidas en La Habana en la segunda mitad del Siglo XX —según el decir de su colega Roberto Segre*— son algunos de los epítetos que servirían para caracterizarlo.
Ha confesado que lo que más le interesa es la cultura urbana; la forma en que la gente usa la ciudad para bien o para mal. “Por eso le doy mucha importancia al entorno. Si te mueves por una ciudad destruida, sucia, desbaratada, desordenada, entonces ni trabajas, ni vives bien, ni sientes respeto por todo eso.
“De ahí que siempre digo que la identidad nacional empieza por el barrio y el patriotismo por la cuadra. Hay que querer el lugar donde se vive, hay que entenderlo, lo otro se vuelve abstracción”.
Por eso quizás —y porque precisamente su profesión lo haya alimentado— ame tanto La Habana, la ciudad donde nació, creció, fundó un hogar, estudió y se desarrolló como profesional.
De ella tiene disímiles recuerdos, de Habana del Vedado, de Miramar y de aquellos barrios que un día representaron el dinero y el poder; de la zona del este, del sur profundo, de Casablanca, Atarés y Tallapiedra. Esta ciudad le ha permitido tejer su propia vida.
“El Morro, el Paseo del Prado, el Malecón, la vista que se observa desde Casablanca o desde la Colina Lenin, en Regla”. Esas imágenes no las olvidaría nunca. “Pero también las callecitas secundarias, los repartos. Son muchas Habanas distintas, y eso es lo grande de esta ciudad; es que siempre estás descubriendo cosas nuevas”.
Mario Coyula: La belleza no es prescindible
por Daniel Urbino
Crítico, profundo y severo en el discurso, esas son características que, sin duda alguna, pueden definir a Mario Coyula Cowley (La Habana, 1935). Pero ¡cuidado con extraviarse y asociar tales virtudes a un excesivo empaque de las formas o a un carácter resabioso! Nada más lejos de la realidad. Un refinado sentido del humor, conducido de la mano de la ironía, hace gala en este hombre, quien denota una lealtad indiscutible con la ciudad en la que vive.
El claustro, la escritura, el urbanismo y la crítica son apenas algunas de las faenas en las que ocupa su tiempo. Sobre una de ellas comenzó la conversación.
“¿Urbanista? Aquel que atiende los problemas, formas y funciones de las ciudades. Es quien estudia la manera en que las personas usan —o deberían hacerlo— ese espacio donde se desarrolla la sociedad. En fin, todos los asuntos que giran alrededor de los asentamientos urbanos; un campo muy amplio.
“En Cuba casi siempre fueron los arquitectos quienes dedicaron su vida a estos estudios, aunque poco a poco la composición se ha mezclado y en la actualidad hay sociólogos, economistas y geógrafos, entre otros perfiles”, explicó Coyula, quien fuera director de la escuela de arquitectura de la Cujae y del Grupo para el Desarrollo Integral de la Capital.
“A diferencia de otros países, el urbanismo aquí no es una disciplina. Hace unos años llegó a ser una especialización para formar profesionales, que se impartía en pregrado en los dos últimos años de la carrera de Arquitectura, pero en algún momento y de manera inconsulta, se eliminó. La idea entonces fue promover un arquitecto que valiera para todo. La realidad demostró que un recién graduado no puede aspirar a enfrentarse con el abanico de problemas que tiene la profesión.
“Comenzó a aplicarse una política inteligente de cursos de posgrado. Por esta vía se apuesta a la madurez del estudiante y a una mayor capacidad y perspectiva para entender y comprender los problemas”, opinó.
“Hay dos tendencias principales en el urbanismo: el de planes directores que atiende lo macro, a 30 años vista, y que casi nunca termina como empezó, pues todo se modifica por el camino y al final no es el propuesto; y la otra es la de proyectos. Este parte de que la ciudad no se hace por planes, sino por partes. Son piezas que van ensamblándose, y cada sector se agrega a lo existente. Es más realista, pero hay que combinar ambos”.
Ciudad
“Tres cuartas partes de la población de Cuba vive en ciudades. Un fenómeno propio de las naciones caribeñas, aunque La Habana nunca fue una ciudad típica de la región, no obstante los colorines y la música alta que ahora la habitan en cada esquina.
“Es en este espacio donde la sociedad se desarrolla, por lo que la ciudad se convierte en un organismo vivo en constante renovación. El punto radica en saber hasta dónde hacerlo.
“En ocasiones el pasado es barrido y ese trauma no es bueno. El reto está en hacer intervenciones contemporáneas, aliadas de la modernidad, que reflejen el espíritu local y universal, pero con respeto por lo existente, lo de atrás. Muchas veces desde la tradición se puede extrapolar y reinventar.
“Las criticadas barbacoas son un buen ejemplo. Bien hechas pueden llegar a convertirse en un dúplex. Igual sucede con las casetas en las azoteas, que terminan convirtiéndose, en el mejor de los casos, en penthouses.
“En esta renovación debería jugar un gran peso el papel del arquitecto de la comunidad, pero como sus funciones fueron permutadas por la burocracia, hoy vemos miles de errores brotar por doquier, ausentes de una guía que los lleve por el buen camino.
“La Habana Vieja es un claro ejemplo de cómo la ciudad se puede pagar a sí misma, gracias a la tradición y al patrimonio. De ser una carga, un lastre del Estado, el centro histórico ahora aporta mucho más a la economía de la nación que lo recibido en el pasado.
“Creo que hacia esa descentralización están enrumbados algunos pasos y es una oportunidad para rescatar otras zonas. Claro, los riesgos son muchos y merecen un estudio profundo y detallado.
“Tampoco puede perderse la perspectiva y creer que otros barrios, digamos el Juanelo, en San Miguel del Padrón, por mencionar uno, van a tener el atractivo económico del centro histórico de la ciudad”.
Arquitectura = mala construcción
“Hace años hubo un gran debate que tuvo como eje a las escuelas de arte de Cubanacán. Si en la segunda mitad de los años 60, cuando se paralizaron estos proyectos, estabas a favor de una arquitectura donde la belleza y la expresividad de las obras fueran importantes podías recibir la etiqueta de ser un tipo elitista, con los pies en las nubes, preocupado solo por el arte y desinteresado de la economía y la construcción, o sea, ajeno a toda realidad.
“Por el contrario, si estabas en contra de la belleza de las escuelas como manera de hacer arquitectura eras considerado por algunos un individuo estable, asegurado, preocupado por satisfacer las necesidades sociales y que no estaba en la bobería. Por supuesto, la segunda opción ganó.
“Todo ello conllevó a una pérdida paulatina de la estética. Comenzó a construirse feo y monótono, pero indiscutiblemente bien hecho. Lo terrible es que con el tiempo dejó de ser así. Entonces, ni bonito ni bueno. La conclusión que yo saco de esto es que la belleza no es prescindible ni postergable. Si no se cuida y preocupa uno por estos aspectos, al final termina despreocupándose de todo.
“Para colmo de males se promovieron tecnologías propias del antiguo campo socialista que poco tenían que ver con nuestras tradiciones y cultura. Técnicas autóctonas dejaron de ejecutarse y hoy podemos apreciar cómo el ladrillo es casi exótico en una construcción, cuando hace unos años se utilizaba en toda la isla. Ahora lo que nos sobran son paneles prefabricados, ¿cómo no se van a hacer cosas feas?
“Hay un culto a la chapucería. Los pisos cubanos eran famosos por su calidad y ahora parecen alfombras estrujadas y porosas. Lo mismo pasa con las escaleras, donde es difícil encontrar dos pasos iguales, en fin, la chapucería ha primado.
“Creo que tanta improvisación es el motivo. La disposición es más importante que el resultado: fulano hizo mal el muro pero dio lo mejor de sí. Quizás la próxima vez le quede mejor. Y el muro pandeado para la eternidad”.
Indisciplina o incultura
“Hay una expresa voluntad política de acabar con el descontrol pero va a ser muy difícil. Hay barbaridades hechas, atentados contra el urbanismo y la planificación física que no pueden volverse atrás por el hecho de que hay gente viviendo adentro. Durante años hubo un enorme descontrol, el cual dejó como legado esta pérdida de fachadas, de jardines y de muchas cosas más. Hemos perdido la ciudad y ahora el tema es complejo.
“Hay un peligro en caso de una mejoría de la economía individual. Ahora mismo las personas no tienen un gusto concebido sobre estos temas. Hay una marginalidad urbana latente que nunca logró eliminarse por completo. Todos vemos las azoteas con gallos de pelea, las tapias que esconden los jardines, las chapas y rejas de los nuevos garajes, en fin.
“Una rara puntería para copiar lo peor de todos lados, se está volviendo endémica; lo mismo del extranjero que de las telenovelas. Recuerdo que cuando se transmitió Tierra Brava hubo una explosión increíble de la absurda moda de la tapia con tejitas. ¡Nunca hubo tapias en La Habana, mucho menos con tejas!
Así mismo llegaron los balaustres con las mujercitas fondilludas y la imitación de los leoncitos del Prado a pequeña escala en yeso, o los enanos en colores en los jardines.
“El gusto hay que formarlo. Cuando el personaje de éxito es el ‘maceta’, lo marginal pasa a ser dominante. Por eso es imprescindible una mejora económica acompañada de una valoración cultural entre la población y por la creación de buenos modelos replicables”, concluyó.