Brasil apenas precisó siete minutos para que Thiago Silva los pusiera a ganar ante Colombia, pero ese fue solo el inicio de uno de los mejores partidos que nos ha regalado el Mundial 2014.
Los colombianos llegaban a Fortaleza con las ganas a cuestas, con el hambre de grandeza de una generación que creció sin verse representada en una Copa del Mundo, instancia a la cual regresó tras 16 años de ausencia. Colombia, de la mano de un manojo de goles y soñadores, se enfrentaba al pentacampeón del orbe con el desparpajo de un niño que juega a ser rey.
Ambas plantillas arribaron al estadio con los deseos de ganar intactos, pero la gran diferencia antes del partido es que a los colombianos nadie les exigía nada, y para Brasil su afición solo había dejado un camino: la victoria.
Colombia, sin Falcao y con Pékerman recogiendo los destrozos de anteriores administraciones, ya había encantado con su fútbol, con la capacidad de desdoblarse al ataque y defender como una muralla troyana. Colombia, sin proponérselo, también había conquistado ya la gloria y los corazones en este mundial.
Pero, como suele pasar en el deporte, la casta de los campeones fue demasiado fuerte. Ojo, en el deporte la casta no debe ser tomada como simple orgullo. En el deporte, la casta es un hábito constante de ganar, uno que —llegado el momento— marca la diferencia, y los goles.
Fueron dos tiempos trepidantes, con llegadas a los dos arcos y atajadas importantes del portero colombiano, pues en los primeros 70 minutos poca acción tuvo Julio César para defender el arco brasileño.
Mas, al minuto 75 ya la canarinha ganaba por dos. Un soberbio disparo desde más de treinta metros cobrado por David Luiz de manera impecable parecía sentenciar a los cafeteros benditos. Aún así, cinco minutos después, una falta de Julio César en el área fue pitada por el principal para que James Rodríguez anotara desde los doce pasos su sexta diana del Mundial.
Los diez minutos siguientes fueron un bombardeo colombiano, una verdadera lluvia de café en el campo del Castelao, allá en Fortaleza. Pero el segundo gol de los centroamericanos no cayó y al final el peso de la camiseta, y de la historia, terminó por coronar a Brasil en estos cuartos de final.
Los brasileños, con un juego poco convincente y no muy vistoso, se han colado en semifinales. Pero Neymar salió lesionado, Hulk y Fred no concretan, y Thiago Silva se perderá la semifinal contra Alemania. Sin duda, un cuadro poco esperanzador para la torcida, que aspira a alzar una Copa en suelo propio y exorcizar los fantasmas del Maracanazo.
Para Colombia las palmas, y una reverencia profunda. Este es un equipo de grandes empresas, uno de esos conjuntos que puede permitirse el lujo de soñar en grande, y esta Copa Mundial —no lo dude— es solo el inicio de un grueso volumen de historias cafeteras.
Por ahora, las semifinal regala un clásico de los Mundiales: Alemania vs. Brasil. Aquí ya el peso de la historia nos ha dejado sin sorpresas.