Un camino enrevesado, que se abre paso desde el borde de la carretera principal de Guanahacabibes, Pinar del Río, lleva sin tropiezos a la casa de la carbonera Águeda León Castro.
A sus 63 años empuña hacha y machete con una fortaleza increíble y, se adentra cada día en el montecito que se levanta a una buena distancia de su casa, con la compañía de su perrito Leal y un cigarrillo en la boca.
Como una mambisa de este siglo, desmocha, corta la leña y lleva el vagón con la madera hasta el sitio donde construye el horno de carbón. Nada detiene a esta sexagenaria, oriunda del poblado de Candelaria de la actual provincia de Artemisa. El campo ejerce, algo así como un hechizo sobre ella.
“Aunque nací en el pueblo, toda mi vida fue en las montañas del Brujito, Soroa. A pesar de los sacrificios que representa el monte es una cosa que me llama, me tienta. Me gusta el campo para trabajarlo, para obtener de él lo que yo necesito”, reflexionó.
“Desde las 5:30 de la mañana, empiezo las labores cotidianas de la casa -explicó-, atiendo a mi esposo, adelanto el almuerzo y me digo: ´bueno, hacia el monte voy´. Por lo general regreso a medio día, hago todo rápido y vuelvo al trabajo, porque hay que aprovechar la fresca; pero a veces me paso, olvido que tengo al viejo en la casa”, sonríe pícara.
Águeda lleva 20 años haciendo carbón, a partir del ejemplo paterno, y el último mes logró entregar 80 sacos a la empresa forestal integral Guanahacabibes, cerca de 30 por encima de su plan. “Me esmeré y lo logré, todo es cuestión de sacrificio y trabajo.
“Cuando murió el padre de mis hijos y por otras situaciones familiares tuve que dedicarme por completo a este oficio para mantenernos. Ahora, mi actual esposo tiene una enfermedad que le impide hacer peso y sigo aquí para ayudarlo. Mi hijo es quien me da una mano en estas labores”, aseguró.
Diosmalkis, su hijo, reconoce que es un trabajo duro para su mamá pero “a ella nadie la aguanta”, refirió. “He tratado pero nada, así que la apoyo. Unas veces le corto la leña, otras cargo el vagón. En estos días ya le voy a dar candela a su horno y al mío”.
La aguerrida mujer no teme a la soledad del campo ni a los animales. “La gente me pregunta si no le tengo miedo al ganado que casi siempre anda por aquí y yo les digo que nada me detiene”, comentó entre carcajadas.
Una voluntad de hierro la mantiene sana y fuerte para el trabajo. “Estaré aquí mientras tenga salud y hasta que Dios me acompañe. Gracias a nosotras las mujeres, nuestra patria avanza y por eso invito a las que se sientan jóvenes y enérgicas a incorporarse. La vida del carbonero es muy bonita, aunque parezca difícil.
“Yo estoy bastante satisfecha con lo que he logrado. Cuando empecé ni imaginaba que sola podría hacer mi horno de carbón, ni cumplir con los 25 sacos, me tracé metas y sí pude. Aquí seguiré”, afirmó.
Águeda no concibe estar lejos del monte y el trabajo. El fruto de su labor la rejuvenece cada mañana y la hace decir convencida que “una y otra vez volvería a ser carbonera, con mi orgullo de revolucionaria, de guajira de monte adentro, de la tierra de Polo Montañez, una guajira natural”.