Por Betty Beatón Ruiz y Ángel del Toro Fonseca
Soledad Purón Rodríguez acapara con sus grandes ojos de un verde metálico el espacio de su consulta, y uno asume que concentra en ellos toda la intensidad de la profesión que escogió.
Como cada uno de los trabajadores del sector de la Salud, esta joven médica, especialista de primer grado en Medicina General Integral, anda feliz con el incremento salarial, pero ni menciona el tema durante el diálogo periodístico; prefiere concentrarse en comentarnos de sus pacientes, de la prevención de salud que realiza con ellos, de sus retos y anhelos como timonel del consultorio del médico y la enfermera de la familia del reparto Cabrera, en el municipio de Contramaestre, distante a unos 80 kilómetros de la ciudad de Santiago de Cuba.
Asumir tal faena tuvo de inicio sus complejidades pues luego de pasar dos años y ocho meses en el estado de Anzoátegui, en la República Bolivariana de Venezuela, le tocó la tarea de llenar el espacio que dejó entre sus mil 30 pacientes el doctor Francisco Sánchez Licea, a quien le correspondió partir a la patria de Chávez.
La experiencia de cinco años de trabajo le dan a Soledad la certeza de saber que sustituir a un médico de la familia no es cosa fácil, no se trata del clásico “quítate tú para ponerme yo”, por eso tuvo que asimilar el estudio sociodemográfico de la comunidad y las características de cada paciente, pero al final de la historia se siente reconfortada. “Me encanta el trabajo en consultorios, aunque en los primeros momentos sea una tarea difícil hasta que se organiza todo. En este caso se trata de un médico excelente, por lo que estar yo aquí para que él cumpla su deber internacionalista es un doble compromiso.
“No deja de ser complejo el cambio porque la población hasta expresa: ¡Se llevaron a mi médico!, pero cuando comienzan a llegar hasta ti y a conocerte, a saber cómo trabajas, entonces todo cambia”.
A sabiendas de lo vital de su desempeño, ella pone todo su interés en hacer realidad la sentencia martiana que aprendió desde sus años de estudiante: “La verdadera medicina es la que precave”.
“En el consultorio no solo se atienden las enfermedades crónicas, sino que te enfrentas a variadas tareas, lo mismo con pacientes sanos que con discapacitados; hay todo tipo de patologías, sobre todo se trabaja en la actividad preventiva para evitar que la persona llegue a la atención secundaria”. En tal sentido organiza las faenas de acercamiento a su comunidad sin importar cuán intrincados caminos le toque desandar. “Si hay organización se puede atender una mayor población. Puede ser que en las mañanas se ofrezcan consultas y que en las tardes se hagan recorridos en el terreno, en mi caso trabajo mañana y tarde de lunes a viernes, y los sábados hasta el mediodía.
“De acuerdo con las fichas de cada paciente ordeno las consultas y recorridos de conjunto con la enfermera y de manera regular programamos las visitas hasta el más recóndito de los lugares”.
No siempre las jornadas de la doctora Soledad Purón son todo lo feliz que pudieran ser, pues a ratos siente que no todos le dan la importancia que requiere la sistematicidad en la atención personalizada a cada paciente.
“Lo que más me contraría y me preocupa es la inasistencia de alguien a quien cité luego de haberle hecho un seguimiento por alguna patología. También sucede en ocasiones que me puedo tardar examinando, interrogando a un paciente, los otros se desesperan y alguno hasta se marcha, o interrumpe la consulta, sin darse cuenta de que la calidad de un tratamiento o la entrega de una receta médica dependen de un examen riguroso y detallado”.
Especial atención presta Soledad a las madres con niños pequeños y a las embarazadas, por eso se siente partícipe de los resultados que exhibe hoy el municipio de Contramaestre en el Programa de Atención Materno Infantil —con una mortalidad infantil y materna de cero, al igual que la de menores de 1 a 5 años y prescolar— en lo cual resulta clave el quehacer en los 113 consultorios del médico de la familia. De ello y más se siente orgullosa la doctora Soledad, quien aprecia a más no poder aquellas cosas espirituales que recibe a cambio de su trabajo, ese que ahora será mejor remunerado, colmándole el alma de goce por partida doble:
“¡Para mí lo más reconfortante es que llegue un paciente con una dolencia, lo examine, le ponga un tratamiento y al cabo de un tiempo regrese y me diga: ‘¡Doctora, qué bien me siento!’”