Era el año 1983. Yo era un muchachón que llevaba pocos años en el mundo periodístico. No sé aún por qué me habían designado jefe de Información del periódico Escambray, en la central provincia de Sancti Spíritus. La mayoría de los subordinados tenían más edad y experiencia.
Un día, a eso de las 7:45 a.m., Rafael García, entonces director del diario, avezado periodista que desde Europa, donde trabajaba como corresponsal de Prensa Latina, llegó a la ciudad del Yayabo a tratar de encaminar aquel rotativo, me sacó de la oficina: “Vamos, que conoceremos a una personalidad de la cultura cubana”.
Fuimos hasta el motel Los Laureles, ubicado justo a la entrada de la urbe, yendo de occidente a oriente. Preguntó en la carpeta y fuimos hasta una de las habitaciones (tipo cabañas). Tocó a la puerta y un hombre alto, calvo, sin camisa y de ademanes educados abrió y de inmediato extendió la mano para saludar. También estrechó la mía, aunque no me conocía. “Te presento a Onelio Jorge Cardoso”, dijo Rafael. Y a mí me temblaron hasta los pies. En el tiempo que llevaba tratando de aprender a hacer periodismo, había conocido a pocas personalidades de su altura.
Se puso una camisa, salió al portal y nos invitó a sentar. Él y Rafael recordaron días vividos juntos en Polonia, a donde —si mal no recuerdo— Onelio había asistió a un evento internacional de escritores. Yo solo escuchaba; no me atrevía a pronunciar ni una palabra.
En ese momento pasaron por mi mente Taita, diga usted cómo, El caballo de Coral, Negrita… y muchos de sus cuentos que había leído con mucho placer, porque su forma de decir clara y con raíces muy criollas me fascinaba y me fascina.
Casi al despedirnos me atreví a decirle algo a Onelio. La conté que hacía poco había tenido en mis manos una revista Bohemia de antes del triunfo de la Revolución, en la cual aparecía un excelente reportaje suyo sobre una localidad costera de Sancti Spíritus llamada Tunas de Zaza, de la cual dijo en el texto: “Si el mundo tiene fondillo, Tunas de Zaza es el fondillo del mundo”. Le pedí permiso para retomar el material y escribir de ese pobladito de pescadores, donde el influjo del proceso revolucionario había realizado algunas transformaciones, no las necesarias, pero que habían cambiado en alguna medida el panorama social”.
Se levantó de la silla. Me puso la mano en el hombro y me dijo: “Te hago una propuesta: yo debo venir próximamente de nuevo y podemos ir juntos”. El corazón me saltaba en el pecho. ¿Ir a Tunas de Zaza con Onelio Jorge Cardoso? ¿Poder contar con sus apreciaciones y experiencias? Eso era demasiado para mí.
Me fui del motel Los Laureles como muchacho con juguete nuevo. Había conocido a un hombre extraordinario y a la vez, extraordinariamente sencillo y con una maravillosa idea revoloteando en la mente.
Quisieron los avatares de la vida que “El cuentero mayor” no regresara tan pronto como imaginé, quizás por las muchas tareas que ejecutaba como miembro del Ejecutivo de la Sección de Literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), al cual pertenecía desde el año 196, y que poco tiempo después yo me fuera a otra provincia en busca de nuevos aires.
El viaje quedó pendiente, pero la promesa permanece aún en mi corazón.