Los organizadores del Festival Internacional de Teatro de La Habana muy bien que pudieran seguir el ejemplo de la recién finalizada temporada escénica Mayo Teatral. Salvando las distancias, por supuesto, son dos citas con peculiaridades.
Pero la contención e intencionalidad a la hora de escoger espectáculos y el alineamiento con un eje temático que han caracterizado a esta edición del encuentro de teatro latinoamericano, serían virtudes más que deseables para nuestra principal convocatoria de las artes escénicas.
A estas alturas van quedando pocos “megafestivales”. Casi todo el mundo apuesta por selecciones más pequeñas y rotundas, que tributen a una propuesta central bien pensada. Ese es el camino, nos parece.
Lo cierto es que este Mayo Teatral ha presentado ofertas de alto vuelo, y otras no tanto; pero toda la muestra ha formado una plataforma reflexiva muy interesante, en la que el concepto del cruce ha sido abordado en sus disímiles dimensiones.
La relación de esa idea primigenia de la representación escénica con soportes más o menos novedosos (como el cine y el video), la incursión de la música como elemento esencial de la proyección dramática, la alternancia de lenguajes en una representación… han marcado buena parte de las puestas.
