Los que habitamos en Guantánamo, la más oriental y montañosa de las provincias cubanas, sentimos, entre nuestros más preciados orgullos, el ser hijos de esta tierra singular y heroica por donde, después de años de exilio, nuestro Héroe Nacional José Martí se reencontrara con su amada Patria.
Pero el conocimiento del Maestro de Guantánamo se sucede años antes; primero, a través de su amigo queridísimo Fermín Valdés Domínguez, radicado en la villa de Baracoa, y luego al nombrar como Delegado del Partido Revolucionario Cubano en la región al patriota Pedro Agustín Pérez, la figura más excelsa del mambisado en el Alto Oriente cubano.
El 11 de abril de 1895, a la hora en que unas negras nubes se empeñaban infructuosas en tapar una luna roja, un bote, cargado más de sueños que de armas, toca tierra guantanamera por La Playita, en Cajobabo.
Acompañado por un reducido grupo de patriotas liderados por el veterano General Máximo Gómez, es Martí, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, el último en bajar de la embarcación, y tras saltar al empedrado terreno, siente la Dicha Grande de estar en Cuba.
Desde ese momento comienza para el Apóstol el gozo de un nuevo encuentro con la naturaleza de su país, es un torrente de sensaciones que mucho disfruta y que no experimentaba a plenitud desde los tiempos en que siendo un niño su padre lo lleva a pasar una temporada en Hanábana.
Su primera noche en Cuba la duerme en el suelo de su tierra amada y extrañada en décadas. En el territorio perteneciente al actual municipio guantanamero de Imías escribe sus primeras impresiones del paisaje patrio.
El 14 de abril apunta en su diario “Día manbí. Salimos a las 5. A la cintura cruzamos el río y recruzamos por él. Luego, a zapato nuevo, bien cargado, la altísima loma, de yaya de hoja fina, majagua de Cuba y cupey de piña estrellada. Vemos acurrucada, en un lechero, la primera jutía. Y a continuación: Loma arriba. Subir lomas hermana hombres”.
Es también en estas lomas guantanameras donde, rodeado de la exhuberante vegetación de Monte Tavera es ascendido al grado de Mayor General. Mientras el día 18 en Monte Pavano nos narra: “Decidimos dormir en la pendiente. A machete abrimos claro…La noche bella no deja dormir. Silva el grillo; el lagartijo quiquiquea y su coro le responde; aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y empinada; vuelan despacio en torno a los animitas; entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima”.
Es en tierra guantanamera donde Martí se hace soldado, donde vuelve a disfrutar de los baños en el río, de las comidas criollas, del café con miel de abeja, del jugo de la caña, de contemplar las estrellas desde su hamaca y visionar al libertad de Cuba, esa que se debe extender por las Antillas y caer sobre nuestras tierras de América.
La misma por la que ofrendara su vida el 19 de mayo de 1895, cuando tres balas lo hicieran caer de su caballo Baconao, para alzarse desde ese día a la inmortalidad