“¡Al fin hemos llegado!”, afirmó el Mayor General Máximo Gómez cuando, el 20 de mayo de 1902, en el Castillo de los Tres Reyes del Morro, izó la enseña nacional cubana luego de ser arriada la de Estados Unidos. Su patriótica expresión se correspondía con el intenso batallar del pueblo cubano desde el 1° de enero de 1899 hasta ese momento que puso fin a la ocupación militar estadounidense en Cuba y evitó la anexión.
Con el objetivo de profundizar en el significado del 20 de mayo de 1902 que nuestros enemigos nos quieren arrebatar, conversamos con la Doctora en Ciencias Históricas Francisca López Civeira, profesora de la Universidad de La Habana y vicepresidenta de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC).
¿Una fecha demonizada?
En determinado momento fue demonizada, lo cual resultó lógico que ocurriera porque en una revolución triunfante, en cualquier época y país, espontáneamente la gente se lanza a derribar los símbolos del sistema que se está demoliendo para establecer los nuevos. El 20 de mayo de 1902 había sido el gran símbolo de esa república que, con el triunfo de la Revolución entraría en otra etapa, y por tanto se quería barrer todo lo que simbolizara el pasado oprobioso.
Pero después llegó el momento de la reflexión, más aún en el campo de los historiadores, cuyo deber es reflexionar para poder entender el devenir de la sociedad; y al mirar todo el proceso cubano que desembocó en el 20 de mayo de 1902, era necesario plantearse cómo fue posible que en tan adversas condiciones pudiera constituirse un Estado nacional.
Si revisamos el Tratado de París observamos una diferencia en el tratamiento dado a Cuba con respecto al de Filipinas y Puerto Rico, territorios españoles que Estados Unidos también tenía como escenarios de la Guerra hispano-cubano-norteamericana. En el referido tratado se estipuló que España renunciaba a su soberanía sobre esos territorios y la isla Guam y los cedía a Estados Unidos; en tanto con relación a Cuba, renunciaba a la soberanía, pero no habría cesión, sino que quedaría ocupada militarmente. Esta diferencia tenía que ver con la contienda independentista que se había librado en la isla.
La nación norteña no era el país hegemónico que es hoy, sino una potencia emergente que trataba de abrirse un espacio en el mundo, con el cual tenía un compromiso establecido en la Resolución Conjunta, cuyo primer artículo decía que “El pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”.
Se suponía que durante la ocupación militar, Estados Unidos encontraría la vía para dominar a Cuba. En ese camino había distintas posiciones en cuanto a qué hacer, entre ellas una anexionista bastante fuerte, y otra que abogaba por buscar formas intermedias. Cuando en diciembre de 1899, Leonard Wood, convencido anexionista, sustituyó al gobernador militar John R. Brook, daba la impresión de que la anexión había tomado fuerza. Sin embargo, esto no fue posible. Se procedió a la creación de un Estado nacional cubano, con un apéndice a la Constitución —la conocida Enmienda Platt—, un instrumento político y jurídico dirigido a garantizar cierto grado de dominación sobre el archipiélago.
¿Por qué no se llevó a cabo la anexión?
En mi opinión no se realizó porque el pueblo cubano no lo permitió. Por supuesto, no estoy hablando de unanimidades, sino de mayorías que de modo espontáneo, sin organización ni un liderazgo claro, demostró su voluntad de alcanzar la independencia y establecer su Estado nacional.
¿Cómo se manifestó esa voluntad?
Cada vez que en cualquier lugar se exhumaban los restos de un combatiente mambí, la ceremonia devenía gran acto en el cual esas mayorías reafirmaban su anhelo independentista. Como parte de la destrucción de cuánto simbolizaba lo viejo, los nombres españoles de las calles, de los parques, se sustituían por los de los héroes de la independencia: José Martí, Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo, Calixto García, Serafín Sánchez…; o de los valores: República, Independencia, Libertad. ¿Qué nos dice eso? Que el pueblo estaba afirmando sus símbolos, y esas son formas de resistencia.
La entrada de Máximo Gómez en La Habana, el 24 de febrero de 1899, fecha simbólica, fue apoteósica; la gente lo llamaba el gran libertador y decía: “Ahora sí vamos a tener la república”. Es decir, todos los momentos eran aprovechados para demostrar la voluntad independentista; de ahí que aunque en sus informes Leonard Wood indicara que se podía alargar la ocupación para tratar de llegar a la anexión, otras fuentes convencieron a los gobernantes estadounidenses de que no se podía realizar de manera pacífica, sino por la fuerza, y en aquel momento esa nación, que enfrentaba una lucha de resistencia en Filipinas, no estaba en condiciones de hacerlo en dos lugares al mismo tiempo; y mucho menos cuando Cuba había sido el gran símbolo por haber entrado en ella porque su pueblo tenía derecho a ser independiente. Esto los frenó.
Estados Unidos tuvo que acudir a ese expediente terrible que fue la imposición de la Enmienda Platt, incluida en su ley de presupuesto militar para poder decir aquí: o hay enmienda o no hay república. Solo así lograron su objetivo, aunque fueron muy grandes e intensas las protestas, mas fue aprobada porque la mayoría de los asambleístas consideró que el mal menor era la república.
El 20 de mayo de 1902 fue el resultado de una estrategia dirigida a hacer cuanto fuera necesario para que los ocupantes se tuvieran que marchar; ese era el objetivo inmediato y se logró.