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El cartógrafo de la Revolución

Ante la maqueta del combate de La Plata, en el departamento de Restauración del Museo de la Revolución, Otto Hernández Garcini rememora cuánto tuvieron que hacer para confeccionarla. Foto: Gabriela López Dueñas.

No figura entre los fundadores, pero de sus 87 años de vida, Otto Marcel Hernández Garcini ha dedicado más de la mitad al intenso quehacer de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado (OAHCE), que este domingo arribó a su aniversario 50. Todo comenzó a inicios de la década de los 70 del pasado siglo, cuando se presentó ante Celia Sánchez Manduley, en cumplimiento de una solicitud formulada por ella.

Por entonces se desempeñaba como subdirector del Instituto de Geodesia y Cartografía, perteneciente a la Dirección de Operaciones del MINFAR, y el doctor Cañas Abril, el director, no dudó en confiarle la misión porque Otto conocía al dedillo la geografía del país debido a que había sido comprador de diferentes compañías.

Surgen las expediciones

“El propósito de Celia, quien luchaba mucho porque no se perdiera nada de la historia de la guerra y se precisaran bien los hechos y lugares —dice—, era reflejar en mapas las acciones para que los investigadores pudieran comprender mejor las explicaciones de los testimoniantes. Inicié un trabajo de mesa, pero me resultaba difícil porque estos últimos no podían señalar los lugares en los mapas que les mostraba.

“Impuse a Celia de esa dificultad y de la necesidad de realizar esa labor in situ. Me preguntó si estaba dispuesto a hacerlo y ante mi respuesta afirmativa quiso saber qué hacía falta para ello”.

Transcurrido un mes, la Heroína de la Sierra le mostró un camión Zil equipado con lo esencial para efectuar el trabajo: cocina de gas, una plantica eléctrica de un kilo, catres dobles tipo literas, ropa de cama, víveres…, en fin, hasta un yipi.

“En las expediciones participábamos alrededor de 10 personas, entre ellas, durante un tiempo, Francisco Pividal Padrón. Por lo general se mandaba el camión delante con la indicación de los lugares adonde iríamos. Eso lo hacíamos cada 15 días. Además, en ocasiones íbamos con unos testimoniantes y cuando acabábamos con ellos los llevábamos al aeropuerto y recogíamos a otros. Del mismo modo obrábamos con los campesinos. De todas esas coordinaciones se ocupaba personalmente Celia, quien en determinado momento se dio cuenta de la necesidad de otro yipi y lo proporcionó.

“El primer trabajo fue el desembarco del Granma; todo salió bien y Celia propuso a la revista Bohemia la edición de un número especial con los mapas y la información recopilada, en ocasión del XX aniversario de la llegada del contingente expedicionario.

Celia en unión del general de brigada Calixto García, al centro, y Otto, durante la reconstrucción de la batalla de Guisa. Foto: Raúl Corrales.

“Encargó la redacción del material a Pedro Álvarez Tabío, quien por entonces laboraba en el Instituto Cubano del Libro; finalmente pasó a la OAHCE y se sumó a las expediciones”.

A ese trabajo siguieron los de los combates de La Plata, Arroyo del Infierno, Uvero, así como los concernientes a las batallas de Guisa, El Jigüe y uno general de la Ofensiva de Verano, todos más complejos por tratarse de acciones de mayor envergadura.

“Cuando íbamos a salir para los lugares, Celia me encomendaba ver cómo estaban determinados campesinos residentes allí y que lo anotara todo. A mi regreso le informaba los resultados del trabajo, tras lo cual me preguntaba infinidad de cosas sobre esas familias, las mismas que, en el momento menos esperado veía llegar a la Oficina procedentes del hotel Riviera, donde las alojaba en tanto hacía revisar por los médicos a sus integrantes y, en caso de alguna dolencia, les procuraba el ingreso hospitalario.

“Era una forma de demostrarles su cariño, pues por sus responsabilidades estatales le resultaba difícil ir a visitarlos a la Sierra”.

Refiere Otto que cuando fueron a realizar la reconstrucción de la batalla de Guisa, Celia fue con la expedición, como una más del grupo de investigadores. Hablaba con los campesinos y los combatientes, con quienes discutía si ofrecían algún dato que no se correspondía con la realidad.

Las maquetas: todo un reto

“Gracias al contagioso entusiasmo de Celia se pudieron hacer tantas cosas”, recuerda, y explica que en una ocasión le preguntó si podían hacer maquetas. “¡Qué le iba a decir! Le respondí que sí, aunque nunca había hecho ninguna.

“Inmediatamente me puse a buscar información e incluso, con ese objetivo, me envió a Alemania, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Empecé a aportar ideas mías, porque las formas en que arquitectos, ingenieros y otros especialistas me decían que las confeccionaban no me convencían; ni tampoco los materiales empleados: cartón, yeso, plastilina… Decidí hacerlas con poliespuma, con lo cual se simplificaba el trabajo y resultaban más manuables.

“La primera fue la del desembarco del Granma. Celia quedó encantada e invitó a Fidel a verla; él también se mostró entusiasmado. A partir de entonces Celia indicaba qué maqueta hacer, en número de dos o tres, porque había que entregar algunas a los museos. La maqueta cumbre, estimo yo, fue una de 15 metros de largo en la cual reflejamos toda la Sierra, el Turquino, La Plata, las acciones bélicas más importantes. Fue colocada en el quinto piso del Palacio Presidencial, adonde Fidel solía acudir con los visitantes para explicarles todo lo relacionado con la guerra”.

Comenta con orgullo que esa labor le dio la oportunidad de trabajar junto a los principales dirigentes de la Revolución, unas veces minutos; otras, horas, y en ocasiones días; lo cual para él “no tiene precio; es mi razón de existir”.

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