De la presencia de un invitado muy especial, el comandante Manuel Quiñones Clavelo, conocido como Pedro Luis Rodríguez, quien, con grado de capitán, en abril de 1961 tenía a su cargo la Sección de Información del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, disfrutaron los asistentes a la más reciente edición del espacio Memorias de la guerra, en el Centro Cultural Dulce María Loynaz.
En esta ocasión, el encuentro que habitualmente se celebra el segundo jueves de cada mes, estuvo conducido por el Doctor en Ciencias Históricas Joel Cordoví Núñez, quien recabó del testimoniante rememorar lo acontecido con los mercenarios capturados durante la invasión a Playa Larga y Playa Girón.
“Según mis cálculos —indica Pedro Luis—, de los mil 511 miembros de la Brigada de Asalto Anfibio 2506, de la cual no todos lograron desembarcar, capturamos mil 205. El día 19, una vez derrocada aquella fuerza compuesta por un batallón de paracaidistas, cinco de infantería, todos reforzados, y uno de armas pesadas, pero carentes de un ideal justo que defender, se inició su traslado hacia la Ciudad Deportiva y después fueron llevados hacia el hospital Naval, cuya construcción no se había terminado. De allí los condujeron semanas más tarde hacia el Castillo del Príncipe”.
Señaló que de ese total, 14 connotados asesinos, entre ellos Ramón Calviño Ínsua; Jorge King Yun, el chino King; Emilio Soler Puig, el Muerto; Roberto Pérez Cruzata y Antonio Valentín Padrón, fueron llevados hacia Santa Clara, donde en septiembre de ese año los juzgaron: a los cinco mencionados les aplicaron la pena máxima, y el resto fue condenado a 30 años de prisión.
“En el segundo juicio, celebrado en marzo-abril de 1962, en el Castillo del Príncipe, solo comparecieron mil 181 mercenarios porque uno huyó y se asiló en la embajada de Ecuador, y nueve habían muerto asfixiados debido a que durante el traslado a La Habana el oficial responsable no abrió la compuerta de la rastra ni efectuó parada alguna en el trayecto. Ese hecho indignó a Fidel, y orientó decir la verdad al respecto”.
Según sus responsabilidades dentro del contingente invasor, a los enjuiciados se les impusieron diversas sanciones de prisión o indemnización monetaria por diferentes montos.
Un hombre todo humanidad
Refiere que durante ese proceso dos hechos demostraron una vez más el humanismo del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, y explica: “Uno estuvo relacionado con el que se asiló en la sede diplomática ecuatoriana. Se trataba de un muchacho joven que padecía hepatitis y Fidel dispuso su envío, sin custodia, al sanatorio de San Miguel de los Baños, en Matanzas, de donde escapó en dos oportunidades: en la primera lo detuvimos en su casa y Fidel ordenó que se procediera de igual modo; en la segunda, no logramos detenerlo y logró su propósito.
“El otro hecho es que desde el mismo día de la llegada de los mercenarios al Naval, autorizó la visita periódica de los familiares e hizo hincapié en que no podían escapar ni sufrir tan siquiera un rasguño; en esto contamos con el apoyo del Batallón Femenino Lidia Doce.
“Fidel iba casi a diario al Naval, se acercaba a los prisioneros, entre quienes había varios cientos con preparación, y los invitaba a discutir de guerra, sociedades, historia, propiedad privada; en fin, sobre cualquier tema”.
Recuerdos imborrables
De aquellas jornadas, el comandante Pedro Luis Rodríguez atesora innumerables recuerdos: “A principios de mayo, recibí la visita de la madre de uno de los fallecidos en la rastra. Había viajado desde Estados Unidos para ver a su hijo. Le expliqué lo sucedido, así como que había sido por un grave error nuestro. Jamás olvidaré su reacción: ‘Hijo, ahora yo me doy cuenta de que esta Revolución no puede perder jamás, porque ustedes prefieren echarse la culpa, pero decir la verdad’.
“El otro hecho es que durante los interrogatorios un mercenario me refirió que el día 18, a las 12:15 había tenido a Fidel en la mirilla de su fusil. Le pregunté por qué no le había tirado, y me confesó: ‘No pude, porque yo no podía concebir que el Primer Ministro estuviera al frente de aquello, mientras los jefes míos estaban huyendo’. Cuando se lo conté a Fidel, este fue a hablar con él y al escucharlo confirmó: ‘A esa misma hora, yo estaba allí’”.