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No soy un niño diferente

Carlitos, junto a su maestra Ana Isabel Sáenz O‘Farrill en el taller de jardinería.
Carlitos, junto a su maestra Ana Isabel Sáenz O‘Farrill en el taller de jardinería.

Solo quienes están acostumbrados a escucharlo, lo entienden a la perfección. Tiene dificultades en el habla, pero cuando no logra ser comprendido con las palabras lo hace con la sonrisa, con los ojos y hasta con los abrazos.

Así nos presenta a Carlos Rodríguez Hernández, síndrome de Down, Pilar Medina Fuentes, directora de la escuela especial Sierra Maestra para escolares con retraso mental; educadora empeñada en que cada uno de estos niños y adolescentes, una vez egresados del centro, se incorporen a la vida útil e independiente.

Carlitos, como todos le llaman, goza de una gran simpatía, ganada con el afecto que de alguna manera él brinda a quienes los rodean en esa casa grande, donde llegó con seis años, proveniente de un círculo infantil especial, cuenta su maestra del taller de jardinería Ana Isabel Sáenz O`Farrill, una de las personas que lo recibió desde el comienzo en Sierra Maestra.

Hoy ya tiene 17 años y todos allí le auguran éxito en su vida laboral, que deberá iniciar en el próximo curso, pues se le ha preparado para eso. Para la directora lo más importante es que salga con un empleo y pueda desenvolverse en su barrio; aunque la escuela le dará seguimiento, al igual que la defectóloga de la comunidad, quien después debe velar por su desarrollo.

“Es muy bueno para dirigir —dice Pilar entre risas— y tiene habilidades para barrer, organizar, limpiar; por eso creo pueda ser muy útil donde sea ubicado. Tenemos Down que han aprendido a leer y a escribir, pero a él, a partir de su discapacidad intelectual, le ha sido muy difícil este aprendizaje. Entonces, hemos logrado un escolar muy trabajador y, como otros, dispuesto, alegre, y participante activo en todas las actividades”.

Pilar Medina Fuentes, directora de la escuela especial Sierra Maestra
para escolares con retraso mental.

Agregó que su incorporación social guarda mucha relación con su familia, que ha cooperado en su educación y acompañado a la escuela en todos los propósitos educativos, lo cual ha redundado en su conducta independiente.

“Carlitos es un niño —ya es un adolescente, pero todos lo ven así por el tiempo que lleva en el centro— que camina el barrio, lo conoce todo el mundo, tiene habilidades para buscar el pan, hacer mandados; y para nosotros es muy importante que ellos sean aceptados en la comunidad”, enfatizó.

Terapia de los afectos

Caricias, abrazos, palabras dulces. Todo eso y más abundan y caracterizan el quehacer educativo en la escuela Sierra Maestra, ubicada en el municipio capitalino de Plaza de la Revolución, donde estudian 143 niños y adolescentes, 21 de ellos con síndrome de Down.

Y ese contexto afectuoso, donde el amor lo puede todo, ha sido el fruto —en buena medida— de Pilar; una educadora (especialista en trastornos emocionales de la conducta y Máster en Educación Especial) que creció bajo las enseñanzas y el ejemplo de su madre, quien en otra época también laboró en una escuela de este tipo.

Estos escolares tienen la característica —explicó— de que son conocidos en los barrios, sobre todo cuando la familia los potencia para alcanzar tal socialización, pues muchas veces el problema no lo tienen ellos, sino los demás.

“Los Down, u otros con este tipo de discapacidad, se sienten como cualquier otro niño, adolescente o joven. Les gusta correr, jugar, caminar la zona donde viven. Lo disfrutan, pero a veces los padres impiden o limitan ese desenvolvimiento cotidiano. Sin embargo, cuando el entorno familiar entra en el carril de la escuela y trabaja en función de esa integración, todo sale bien”.

Ellos tienen su espacio y muchas cosas que contar.

Entorno familiar: más que importante, decisivo

Según los especialistas en el tema, hasta que la familia no pasa el llamado “duelo de aceptación” no es capaz de ayudar a los hijos con esta discapacidad. Ella necesita entender que al seno del hogar llegó una persona con características diferentes y por lo tanto debe aprender a aceptarla.

Para quienes laboran en la enseñanza especial y, de manera particular en la atención de estos niños, resulta crucial ayudar a la familia a transitar por todas esas etapas de aprobación, pues es la única manera de poder trabajar en función de esa persona.

“Es muy común —comentó Pilar— que aparezcan los síntomas de sobreprotección, lo cual no los ayuda, o el rechazo de varios tipos (encubierto, abierto), pero contamos con familias muy valientes que han asumido a sus hijos y los aman como son.

“Un ejemplo de eso es la mamá de Amanda, una niña con el síndrome de Down, que al principio era muy tímida, retraída, todo el tiempo encorvada, escondiéndose. Y ahora con ella, gracias al trabajo desarrollado entre la familia y la escuela, se han alcanzado cosas increíbles. Incluso recientemente, en la última olimpiada especial, ganó medalla de oro en gimnasia rítmica”.

Todavía hay mucho irrespeto en la sociedad hacia este tipo de personas…

“Ciertamente. Esto es una tarea no acabada y difícil. Pero pienso que trabajos periodísticos como este nos ayudan a sensibilizar. Es fundamental la labor orientadora de la escuela a fin de que padres y madres no escondan al pequeño en la casa. Él debe y tiene el derecho de participar en la comunidad, asistir a los parques, salir a los balcones, jugar fuera del hogar, pues pasan por las mismas etapas que otros de su edad.

“Es importante que la gente sepa que ellos tienen su espacio, cosas que contar, pues de las personas con Down todos debemos que aprender. Ellos tienen esa posibilidad de encantarnos”.

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