Cuatro décadas de ausencia física no han podido borrar de las mentes y los corazones de los cubanos su nombre, sus ideas y su obra. Mencionar a Lázaro Peña es hablar de trabajadores, lucha, sindicatos, unidad, patria, socialismo, futuro. Y sigue mostrando el camino porque, como dijo Martí, no hay más que un modo de perdurar y es servir.
Aún se sienten los ecos de su última batalla, el XIII Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba, que magistralmente él supo enrumbar para poner al movimiento sindical a tono con el momento de medulares transformaciones que vivía el país, un encuentro distante en el tiempo pero similar en trascendencia a la recién concluida vigésima cita de la CTC.
Muchos que lo vieron participar en incontables asambleas donde abordó sin medias tintas los asuntos más escabrosos y ayudó a esclarecerlos con esa peculiar capacidad de comunicarse con las masas y de ser comprendido por ellas, se hicieron la misma pregunta expresada en su sepelio por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz: “¿De dónde aquel hombre, cuya salud estaba ya minada por la enfermedad, extrajo aquella inagotable energía, aquella extraordinaria lucidez, aquella infinita paciencia, abnegación y bondad con la que trabajó para el éxito del Congreso?”
Fue, como subrayó el propio Fidel, en lo único que aquel militante disciplinado desatendió los ruegos de sus compañeros y las exhortaciones de su Partido, y lo que lo hizo actuar así fue su amor entrañable por los trabajadores.
Era el mismo hombre que poco después de fundada la CTC y ser elegido secretario general, confesó que nunca dejó de sentirse obrero, tabaquero como en sus orígenes, y “esa representación de los míos es la credencial que ostento con orgullo”.
La conquistó desde los tiempos en que Rubén Martínez Villena descubrió en él, cuando contaba poco más de 20 años, la virtud de reunir en su personalidad los bríos de la juventud y la madurez de un veterano. Así empezó a liderar desde la base las batallas de sus hermanos de clase, y por su valentía política, sagacidad, poder de persuasión, dotes organizativas para juntar a las masas laboriosas e infundirles confianza en sus fuerzas, y la defensa sin claudicaciones de la unidad frente a todos los obstáculos, se convirtió en el guía indiscutible de los trabajadores cubanos.
Cuando la victoria lo puso ante nuevas tareas las asumió ya veterano pero todavía con bríos de juventud, porque lo que nunca escatimó fue su ejemplo, en las batallas sindicales de los nuevos tiempos, en la defensa, en los trabajos voluntarios, en la superación… Tampoco dejó de ser, como lo calificó Nicolás Guillén, un líder alegre, simpático, que a una inteligencia brillante sostenida siempre por la acción, añadía el don de lo criollo.
Siendo ya un dirigente consagrado, que integró con sobrados méritos las filas del Comité Central del Partido y era considerado uno de los cuadros más sabios, maduros, reconocidos y respetados de la Federación Sindical Mundial, siguió sintiéndose obrero. Por eso, en varias ocasiones, al pasar por la fábrica de tabacos.
La Corona, entraba a la galera, buscaba un puesto de trabajo, pedía materias primas y se ponía a hacer tabacos. Su credencial más preciada, que fue la representación de los suyos, la hizo valer hasta el último aliento. Cuentan que nunca perdió el optimismo y antes de que la enfermedad agotara por completo sus fuerzas, se mantuvo al tanto de los trabajos de la CTC para hacer realidad los acuerdos del Congreso, y cuando le hablaban de constituir la comisión organizadora del Primero de Mayo posponía su creación porque no quería delegar en nadie los preparativos y aspiraba a mejorar para participar en los festejos…
Dejó de existir el 11 de marzo de 1974, pero parece dicho para hoy el llamado que realizó meses antes en una de las plenarias previas al XIII Congreso: Hay que avanzar con toda la tropa, sumar, movilizar, ganar a todos, unirlos para la acción necesaria.