por Orlando Ruiz Ruiz y Georgina Camacho Leyva
Al ver los acontecimientos en Ucrania, alguien comentó: “Tal parece que la historia, de repente, ha retrocedido 70 años”. Bandas fascistas han aparecido en las calles tras la búsqueda de comunistas y judíos, como si se tratara del Berlín de los años 30.
A finales de febrero, el representante de los rabinos ucranianos, Moshe Reuven Azman, hizo un llamamiento a los judíos de Kiev para que salieran de la ciudad y, si les fuera posible, del país. El temor a que vuelvan a ser víctimas de la ultraderecha nazi ha provocado que esta comunidad se haya visto obligada a cerrar sus escuelas y que muchas personas empiecen a abandonar sus hogares.
Tras la ilegal destitución por la fuerza del presidente Víctor Yanukóvich, la imagen de Adolfo Hitler ha sido colocada en edificios de la capital, en homenaje macabro a quien acabó con la vida de más de 20 millones de soviéticos.
En medio de una situación tan grave, resulta insólito no solo el silencio que rodea a todo el aparato mediático de Europa occidental —lo cual podría “comprenderse” si se tienen en cuenta los intereses económicos y geopolíticos que están en juego en Ucrania—, sino también la ausencia de pronunciamientos por parte de los Gobiernos.
Con su vasto territorio, la actual nación del oriente europeo es el segundo país más grande del continente, poblado por más de 44 millones de habitantes y dotado de una agricultura que desde hace mucho tiempo la distinguió como “el granero de Europa”. Estas virtudes de Ucrania ofrecen a la Unión Europea (UE) un mercado potencial enorme para sus mercancías, hoy varadas a causa de la superproducción y la reducción del consumo interno. Pero más allá de estas ventajas se oculta la aspiración de los Estados miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la (UE) de ir sumando Estados de naciones de Europa oriental —muchas de las cuales eran parte de la URSS— a la alianza atlántica, e influir así en el debilitamiento de Rusia.
Origen e historia
Entre los siglos VII, VIII y IX, en la época de la formación del antiguo Estado ruso, los eslavos orientales se dividieron en varias tribus y aparecieron las ciudades rusas más importantes: Kiev, Chernígov, Smolensk y Nóvgorod.
Los primeros intentos de agrupar a los eslavos orientales para estructurar su Estado datan de los siglos VI y VII, con la formación de la Rus (la Tierra Rusa). En el siglo IX, los rusos ya figuran como una gran fuerza dotada de organización política, con príncipes al frente, conocidos fuera de las tierras que habitaban. El territorio que ocuparon entre los siglos VI y IX fue la zona del curso medio del Dniéper y sus afluentes, limitada en el sur por las estepas del litoral septentrional del Mar Negro, con centro en Kiev, que fue designada capital de la Rus.
Alrededor del año 1015 se enmarca el término del primer período de la historia del antiguo Estado ruso. Las referencias originales a Moscú se remontan al 1147. Para el siglo XIV la ubicación geográfica de esta urbe la había convertido en una ciudad más segura que Kiev ante los ataques enemigos.
Crimea tiene también una larga historia. Tras ser conquistada y colonizada en numerosas ocasiones a lo largo de varios siglos, en 1954, por decreto del Presidium del Consejo Supremo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la región fue transferida de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia a la República Socialista Soviética de Ucrania, integrante hasta 1991 de la URSS. Así, tras la desaparición del bloque, formó parte de la jurisdicción ucraniana.
La República Autónoma de Crimea alberga una población cercana a los 2 millones de habitantes, de los cuales el 58 % son rusos y el 24 % ucranianos, a los que se suman en proporciones menores tátaros, bielorrusos, armenios, judíos y otros.
Los orígenes del conflicto
Ucrania arribó al año 2013 al borde de la bancarrota. En medio de esta enorme crisis financiera, el Gobierno de Víctor Yanukóvich tenía de un lado la propuesta de vincularse a un tratado de asociación con la Unión Europea que le proporcionaba entre 600 y 700 millones de euros —ínfima cifra para enfrentar su abultado déficit financiero, además de llevar implícitas las condiciones de la UE— y del otro, la posibilidad ofrecida por Rusia de un préstamo de 15 mil millones de euros y la reducción considerable del precio de los productos energéticos que le suministra, sin contar de la potencial inclusión en el acuerdo aduanero existente entre esta nación, Bielorrusia y Kasajistan. Ante tales opciones, Yanukóvich opta por el ofrecimiento ruso.
Ucrania: puente de una aspiración
Tras las violentas revueltas, caracterizadas por acciones de corte fascista, y la avalancha de falaz propaganda antirrusa, el Gobierno de Vladimir Putin ha adoptado posiciones firmes en defensa de sus ciudadanos residentes en Crimea. Ante esta reacción, occidente trata ahora de satanizar las posturas del Kremlin.
No debe olvidarse que en Ucrania se instaló un Gobierno ilegítimo por la fuerza y que en esta nación con fronteras en el Mar Negro Rusia tiene importantes enclaves militares para su defensa, amparados en un acuerdo soberano con las autoridades establecidas legalmente en el país.
Es precisamente esta barrera defensiva el factor de contención frente a las aspiraciones de las potencias interesadas en posesionar a la OTAN en el estratégico Mar Negro.
Ante estas complejas realidades cabe pensar que la verdadera crisis apenas ha comenzado. Un delicado juego de intereses se ha puesto en marcha y aunque trate de ocultarse, el camino de las intenciones perversas de occidente tiene el rumbo de su brújula orientado especialmente a la desestabilización y el debilitamiento de la Federación de Rusia, sin que medie para ello una confrontación directa con esta potencia nuclear.