En Cuba Miguel Hernández tiene infinidad de admiradores, tanto por el sentido humanístico de sus textos como por su extraordinaria valentía durante la Guerra Civil Española. Al terminar esta e intentar salir de España, fue detenido en la frontera con Portugal y posteriormente condenado a pena de muerte, que se le conmutó por la de 30 años, pero no llegó a cumplirla: murió de tuberculosis, el 28 de marzo de 1942, en la prisión de Alicante. Tenía 31 años de edad.
El autor de la memorable Nanas de la cebolla1 vuelve a enriquecer nuestra espiritualidad con la publicación de Los amigos cubanos de Miguel Hernández (Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau), de los colegas Tania Cordero y Amado del Pino, un libro que no nació solo, al decir de los escritores. Más que el arduo trabajo de investigación en Cuba y España, así como las exigencias de la redacción y las sucesivas precisiones o adiciones, constituye un hecho mayor: el homenaje cubano al gran poeta.
Según Tania, también Máster en Gestión Cultural por la Universidad Complutense de Madrid, “el punto de arrancada de este libro está en aquella primera conversación con Víctor Casaus y María Santucho, contándoles nuestra pasión por el tema. Varias veces uno hace gestiones de esa índole. Lo raro es que encuentre tanta receptividad. Los que siguen la labor del Centro Cultural Pablo dirán que ese espíritu es el estado natural de la institución”.
Amado, además dramaturgo y crítico teatral, dijo que luego vino un proceso de indagación y gestión que arrojó como resultados tres ricas jornadas “hernandianas” en La Habana, gestadas por el Centro Pablo en colaboración con la Fundación Cultural Miguel Hernández, de Orihuela, en la que se juntaron especialistas cubanos y españoles. “Hubo exposiciones de carteles, conciertos, ediciones, concurso de canciones y el estreno, por Argos Teatro —puesta en escena de Carlos Celdrán—, de la obra Reino dividido, que tejió una doble biografía escénica: Miguel Hernández y Pablo de la Torriente volvían a encontrarse sobre las tablas”.
Tania y Amado destacaron el apoyo recibido por la institución con sede en el pueblo natal del poeta: “Debemos agradecer especialmente a Juan José Sánchez Balaguer, durante mucho tiempo director de la Fundación Miguel Hernández y los sabios especialistas Aitor Larrabide y César Moreno”.
Los autores de este valioso volumen contaron con el apoyo de prestigiosos y diversos estudiosos cubanos. “Desde el conocimiento fundacional acerca de Pablo de la Torriente, de Casaus o de Denia García Ronda, hasta la visión de novelista de Leonardo Padura o la continuidad de la décima popular vista por Alexis Díaz Pimienta. Se rastrearon las huellas de Hernández en nuestra lírica a través de consagrados ensayistas: Guillermo Rodríguez Rivera, Jesús David Curbelo y Virgilio López Lemus”, precisó el reconocido dramaturgo, autor, entre otros, de El zapato sucio (Premio de dramaturgia Virgilio Piñera, 2002, y de la crítica, 2003) y de Penumbra en el noveno cuarto (Premio de Teatro José Antonio Ramos, de la UNEAC, 2003).
También distinguieron el apoyo de los investigadores del Instituto de Literatura y Lingüística, entre ellos, Cira Romero —quien presentó el libro en esta feria, en el Centro de Estudios Martianos—, Ricardo Hernández Otero, Zayda Capote y Jorge Domingo.
De interés para estudiosos y críticos de literatura hispanoamericana, es la pesquisa realizada para este volumen en torno a la relación amistosa de Miguel Hernández con grandes figuras de la época. “Trata de los vínculos de Hernández con Pablo de la Torriente y algunas figuras más, esenciales del siglo XX cubano, como Lino Novás Calvo, Alejo Carpentier, Juan Marinello y Nicolás Guillén, entre otros. También, el decisivo aporte de escritores españoles que vivieron y trabajaron en Cuba: Manuel Altolaguirre, María Zambrano, Juan Chabás…”, apuntó Tania, la multipremiada colega acreedora, entre otros del Premio Razón de Ser, de la Fundación Alejo Carpentier, en el 2004.
Si la amistad entre creadores en momentos cruciales del siglo XX es tema central del libro, el apoyo también afectivo, la pasión por la obra de Miguel Hernández y sus contemporáneos hizo posible su escritura. Ahora el lector puede tenerlo entre sus manos.
1Encontrándose en prisión, Miguel Hernández, su esposa Josefina Manresa le envió una carta en la que afirma que solo tenían pan y cebolla para comer. En respuesta a tan fatídica noticia, el bardo compuso este poema, posteriormente popularizado en la voz de Serrat.