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Céspedes, un sol inextinguible

Carlos Manuel de Céspedes - Demajagua - Cuba

El periodista irlandés James O’ Kelly, corresponsal del diario estadounidense New York Herald, describió así su encuentro con Carlos Manuel de Céspedes: “Por espacio de algunas semanas viajé con Céspedes a través de los más extraños y salvajes escenarios que me ha cabido en suerte contemplar, y tanto me impresionaron los sacrificios y la consagración del Presidente y del grupo de hombres que lo rodea, que si yo hubiera sido contrario a la causa de Cuba, la paciencia con que arrostran las penalidades y hasta la carencia absoluta de todo, me hubiera convertido, haciendo de mí un amigo”.

Y es que aquel patricio que fue el primero en obrar el 10 de octubre de 1868 en su finca Demajagua, donde leyó su proclama de independencia, liberó a sus esclavos y arengó a los cerca de 500 cubanos allí reunidos a llevar a cabo la guerra libertaria, no dudó en renunciar a la vida acomodada que había disfrutado hasta entonces para cumplir su compromiso con la patria, del que nada ni nadie logró apartarlo.

Viudo de un primer matrimonio, Céspedes había ido a la guerra con dos hijos de esa unión, Carlos Manuel y Oscar. Cuando en 1870 este último fue capturado por el enemigo, el Capitán General Antonio Caballero y Fernández de Rodas, quien le ofreció liberarlo a cambio de que Céspedes renunciara a la lucha por la independencia. La respuesta del iniciador de nuestra primera lid libertaria caló hondo en el corazón de su pueblo: “ Dígale —le expresó al emisario— que Oscar no es mi único hijo: soy el padre de todos los cubanos que han muerto por la Revolución”. Y con esta convicción soportó el dolor de saber que su hijo había sido fusilado. A causa de los rigores de la manigua perdió, además, su primer vástago con Ana de Quesada.

Cuando muchos confiaban en las simpatías del Gobierno norteamericano con la causa cubana, Céspedes advirtió tempranamente la verdadera actitud del poderoso vecino del norte. En carta al senador Charles Summer le hizo ver la contradicción existente entre la “neutralidad” de Estados Unidos ante la lucha que se libraba en Cuba con la venta de cañoneras al Gobierno español. “A la imparcial historia tocará juzgar si el Gobierno de esa gran República ha estado a la altura de su pueblo y de la misión que representa en América, no ya permaneciendo simple espectador indiferente de las barbaries y crueldades ejecutadas a su propia vista por una potencia europea monárquica contra su colonia, (…) sino prestando apoyo indirecto, moral y material, al opresor contra el oprimido, al fuerte contra el débil, a la Monarquía contra la República, a la Metrópoli europea contra la Colonia americana, al esclavista recalcitrante contra el libertador de centenares de miles de esclavos”.

Las discrepancias en las filas patrióticas condujeron a que la Cámara acordara deponer de su cargo a Céspedes, quien acató esa decisión con ejemplar dignidad. Ello tendría dañinas consecuencias para la unidad revolucionaria, además, semejante medida contra el símbolo de la independencia resultó para las masas un golpe inexplicable.

Privado de su responsabilidad al frente de la República en Armas, sin escolta ni autorización para viajar al extranjero y reunirse con su esposa e hijos, llegó Carlos Manuel a la finca San Lorenzo, en la Sierra Maestra. El 27 de febrero de 1874 al parecer una delación descubrió al enemigo su paradero. El coronel del Ejército Libertador Manuel Sanguily describió así sus momentos finales:

“Céspedes no podía consentir que a él, encarnación soberana de la sublime rebeldía, le llevaran en triunfo los españoles, preso y amarrado como un delincuente. Aceptó solo, por breves momentos, el gran combate de su pueblo: hizo frente con su revólver a los enemigos que se le encimaban, y herido de muerte por bala contraria, cayó en un barranco, como un sol de llamas que se hunde en el abismo”.

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