La imagen de destrucción del centro escolar perseguirá a sus trabajadores por siempre, pues a las ocho de la mañana del 26 de octubre del 2012 era imposible reconocer la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) Capitán Orestes Acosta, devastada por el huracán Sandy la noche anterior, en Santiago de Cuba.
Un cuadro desesperanzador vio la luz ese día. En el patio central de la escuela se amontonaban colchones, ventanas, árboles, escombros, vidrios y hasta trofeos ganados en disímiles competencias.
Sin embargo, el trabajo y empeño de sus profesores posibilitó que el 4 de diciembre regresaran los estudiantes. En ese momento “restaban muchas cosas por hacer, pero lo esencial era recomenzar el curso lo antes posible”, aseguró Nidia Ortiz, subdirectora de la EIDE.
El maratón recuperativo involucró a todos. Los principales objetivos fueron los dormitorios y áreas dedicadas al aprendizaje deportivo. Así, a media máquina, reiniciaron el curso.
Afortunadamente, luego de más de un año de espera, la situación de filtraciones en la cubierta de los techos, una de las más críticas tras el paso de Sandy, encontró solución. Según confirmó Nieves Rodríguez, directora del centro, desde diciembre del 2013 se trabaja en la recuperación de los impermeabilizantes, aunque falta por restaurar una parte de los dormitorios.
El gimnasio central de la EIDE sufría considerables filtraciones que habían calado fuerte en los tabloncillos especializados de lucha, taekwondo y boxeo, los cuales exhibieron las huellas de la humedad hasta hace poco tiempo. Ese fue el primero de los edificios en recibir mantenimiento y ser impermeabilizada su cubierta, pues en dicha instalación se celebran buena parte de las 34 disciplinas impartidas.
La institución docente no estaba diseñada para soportar los embates del fenómeno, poco frecuente en la zona. “Esta era una escuela bonita, pero no muy fuerte”, suspira Ortiz, en tanto mira al lugar donde se adivinan indicios de lo que fue un ventanal de aluminio.
Es cierto, las antiguas comodidades del centro han disminuido: el espacio es menor en aulas y dormitorios, faltan segmentos de cerca perimetral y de algunas áreas especializadas, y la iluminación no consigue satisfacer todas las necesidades competitivas y residenciales.
Sin embargo, mil 175 alumnos siguen entrenando, con las cimas de la Sierra Maestra como paisaje habitual y bajo la exigencia de un claustro decidido a no dejarse vencer por nada.
Sin esperar refuerzos
Únicamente viendo las imágenes de aquel amanecer es posible comprender la magnitud del esfuerzo realizado por los trabajadores del centro de estudios, quienes iniciaron la restauración de inmediato.
Toda la ciudad había sido afectada y era previsible que la ayuda demoraría, situación que los forzó a tomar la iniciativa. La subdirectora cuenta que, en ocasiones, debieron levantar paredes donde antes hubo ventanas, y los vidrios de aulas inhabilitadas se trasladaron a otros sitios más necesarios.
“Casi todo lo que se puede ver ahora es gracias al trabajo de los miembros de nuestro colectivo, quienes hicieron de albañiles, electricistas, carpinteros o lo que hiciera falta”, recuerda. Lo cierto es que, a más de un año del desastre, la EIDE santiaguera se las ha arreglado para no detener su camino, sorteando de una forma u otra los contratiempos.
Hoy, en la Orestes Acosta, se escuchan risas de todas las edades, los trofeos regresaron a sus vitrinas y por sus pasillos ruge la vida, encarnada en estudiantes de entre 8 y 18 años de edad, quienes, junto a sus profesores, solo tienen una meta: seguir adelante.