Las últimas noticias llegadas desde la Federación Internacional de Voleibol (FIVB) son poco halagüeñas para Cuba. La oficialización del calendario de la XXV Liga Mundial (LMV), que se disputará entre finales de mayo y mediados de julio, ofrece menos, mucho menos de lo prometido en una primera versión del documento.
En síntesis: la selección cubana actuará en el tercer nivel de la justa (el más discreto), no disfrutará de partidos en La Habana, no podrá acceder a la disputa de las medallas y solo tiene garantizado jugar seis choques, a lo sumo ocho si llega a la final de su segmento.
Lo anterior se concreta de la siguiente forma: los chicos de Rodolfo Sánchez comparten el grupo F con Túnez, México y Turquía. La primera cuadrangular acontecerá del 6 al 8 de junio en tierra azteca, y la segunda del 13 al 15 en una localidad tunecina. Turquía será la anfitriona de la final de este tercer nivel (27-29 de junio), animada además por los líderes de las llaves F y G (PUR, CHN, ESP y SVK), así como por el mejor de los segundos lugares. Por este camino quedarán definidos los puestos del 21 al 28 en la venidera LMV.
La pregunta clave versa, a mi juicio, sobre si nuestro elenco merece estar ubicado en el escalón más profundo del certamen, tomando en cuenta que es el vigente subcampeón universal, séptimo escaño del ranking mundial (RM), lugar 13 de la LMV y uno de los siete países que han logrado reinar en la importante lid.
Visto así, la respuesta sería un NO rotundo. Pero sucede que ese no es el marco de análisis establecido, pues la Liga es un evento marcadamente comercial y su Consejo Mundial —integrado por federativos y hombres de negocios— mueve los hilos del dinero sin nostalgias ni apasionamientos de ninguna índole.
En términos deportivos, la sexteta cubana debiera figurar en la segunda franja de la competencia (apartados C, D y E) —como se planteó inicialmente—, desplazando a conjuntos de inferior clase e historia como Bélgica, Australia, Finlandia, Japón, Corea del Sur, Portugal o República Checa. Ello le permitiría celebrar al menos 12 partidos, la mitad ante nuestra afición en el coliseo de la Ciudad Deportiva, y conservar opciones de llegar al reparto de medallas.
La respuesta a por qué fuimos apeados de este nivel es compleja y en alguna medida polémica: la FIVB considera que la calidad real de nuestro equipo varonil no se corresponde con la ubicación actual en el RM; y también que la sexteta antillana ha perdido atractivo ante los sponsors que ponen la “plata” y garantizan la existencia del torneo. Concuerdo con la primera idea, pero la otra es discutible. ¿Acaso belgas, fineses, checos o australianos despertarán más encanto en el mondoflex que los cubanos? Difícilmente.
La cuestión está marcada, y mucho, por razones financieras. Cuba es el único participante que abona su cuota de inscripción y honra otros gastos al finalizar la Liga, descontándolos del premio obtenido. El riesgo ha sido que nuestros resultados no alcancen para devolver el “préstamo”, posibilidad remota en los años 90, pero real a partir del 2001, tal y como sucedió en la edición del 2013.
Según datos manejados públicamente por algunas federaciones, la Liga 2014 exige un monto inicial de 60 mil euros para los inquilinos del tercer nivel, y de 250 mil para los del segundo. Se comprende, a todas luces, la tensión que significaba colocar a la actual formación cubana en el “vagón” intermedio.
La Liga Mundial es clave para el desarrollo de nuestro voleibol, pero sus reglas son severas y únicamente sorteables con un accionar eficiente. Directivos, federativos y jugadores están convocados a quitar la espada que pende sobre el futuro cubano en esta lid.