por René Camilo García Rivera, estudiante de Periodismo
Ya es casi el final del recorrido y lo tengo frente a mí. Pudiera tocarlo si me decidiera, pero tiemblo y no lo hago. El estremecimiento me paraliza, no es de miedo, sino de amor; o tal vez sí temo, ¿acaso no es el amor un miedo?
Lo cierto es que lo tengo al alcance de mis dedos y nadie está mirando. La guía ofrece explicaciones adelante y yo me quedo atrás, escucho el murmullo sordo de los visitantes y la música confusa de los niños en el patio.
No sé bien. Al frente hay un retrato de Pepe. Se ve joven, quizás con la misma edad que hoy tengo yo. Desde cualquier posición que me ponga me mira. Sus ojos inquisitivos me congelan los dedos y me siembran los pies. Otra vez tiemblo, de amor o de miedo; o tal vez de los dos, que son lo mismo. La guía me apura. Yo no hablo. Creo que me quedaré atrás para siempre.