Estos tres hechos, dentro de los muchos que pudiéramos citar, expresan no solo la agitada vida deportiva de los países de América Latina, sino también la voluntad gubernamental de apoyar una actividad que proporciona medallas y reconocimiento social, al tiempo que contribuye a mejorar la salud de la población, prevenir el consumo de drogas y alcohol, formar el carácter de adolescentes y enriquecer valores como la disciplina y la solidaridad.
Organizaciones como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) han establecido también alianzas con varios Gobiernos de la región para el desarrollo de estrategias que logren la máxima participación y acceso al deporte de niños y niñas; mientras, no pocas naciones reciben hoy la colaboración de especialistas cubanos en diversas áreas de la cultura física.
Sin embargo, lo más trascendente del despertar latino en esta actividad parece descansar en los niveles de asistencia y resultados concretos no solo en eventos internacionales (Juegos Olímpicos, Copas del Mundo, campeonatos universales y torneos), sino en las miles de confrontaciones locales nacidas más allá del fútbol —el de mayor tradición y universalidad—, las cuales han permitido recreación, esparcimiento y nuevos ídolos a nivel de barrios, municipios, distritos, provincias, etcétera.
La construcción de instalaciones y centros de entrenamiento, la acogida de más certámenes de primer nivel —en el 2016, Brasil recibirá por segunda vez en Latinoamérica unos Juegos Olímpicos—, la gratuidad extendida en la práctica de muchas disciplinas, la creación de nuevas confrontaciones (Juegos del ALBA) y el amplio intercambio de personal calificado son huellas imposibles de obviar, aun cuando queda camino por recorrer.
Paradigmas de entrega y honor para pueblos enteros: el marchista Jefferson Pérez (Ecuador), el tenista Alejandro Olmedo (Perú), la corredora Ana Guevara (México), el esgrimista Rubén Limardo (Venezuela), el lanzador Denis Martínez (Nicaragua) y la ciclista Mariana Pajón (Colombia), vuelven una y otra vez a la memoria popular como leyendas vivas y posibles de imitar; incluso muchas involucradas en proyectos sociales en sus tierras natales.
Por supuesto, el deporte para discapacitados también gana espacios con firmeza en nuestras sociedades, al tiempo que aumentan las lides para aplaudir a esos atletas con la demostración más certera: valen más la vida y la alegría de esos hombres y mujeres que las medallas entregadas por convención.
La integración deportiva de América Latina y el Caribe viene dando pasos sólidos y no es un sueño lejano que Ecuador tenga campeones en voleibol, Nicaragua en atletismo, Bolivia en ciclismo, Argentina y Brasil en béisbol, Uruguay en sóftbol o Venezuela en remos, por solo retratar en voz alta algunos ejemplos, a los cuales habría que agregar mejor calidad de vida, menos violencia y más recreación.
Fidel advirtió en 1959: “Vamos a llevar el deporte tan lejos como sea posible”. Y lo hicimos. Por eso Cuba comparte hoy con nuestro continente sus experiencias sin reservas. Y lo lejos se ha convertido para todos en una posibilidad real.