Muchos ven la vejez como la parte oscura de la vida. Para ellos atrás quedan la frescura de los años mozos, los sueños, las energías de la juventud y hasta la compañía de quienes un día estuvieron al lado. Otros, en cambio, resistiéndose al paso del tiempo, esperan el mañana con optimismo, fuerzas y deseos de vivir.
Lo cierto es que Cuba envejece y esta realidad podrá acrecentarse en los próximos años, pues el grupo etario de personas con 60 años o más se incrementa en relación con el de los niños y adolescentes. Los demógrafos apuntan a ciertas tendencias de las que el país no escapa, aunque se conoce que en nuestro caso las razones son múltiples, entre estas los bajos índices de mortalidad y fecundidad, y los avances en materia de educación y salud.
Si en 1985 el 11,3 % de la población tenía 60 años o más, en el 2010 se elevó al 17, 8 % y en el 2012 —según el Censo de Población y Viviendas— fue de 18,3 %, con 2 millones 41 mil 392 adultos mayores.
Como perspectiva de la dinámica demográfica entre el año 2011 y el 2025 la población de Cuba habrá disminuido en valores absolutos en algo más de 203 mil 111 personas, y la edad promedio pasará de 38 a alrededor de 44 años, como recoge la Encuesta Nacional de Envejecimiento Poblacional, realizada en el 2010.
El asunto —considerado “muy serio” en octubre pasado por el Presidente Raúl Castro Ruz durante una reunión del Consejo de Ministros, y recogido en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución— es de máxima prioridad, si se tiene en cuenta lo que ello significa para el relevo laboral.
De esta manera, el envejecimiento poblacional reclama no solo una mirada diferente, sino una atención desde todos y cada uno de los factores que inciden en este indicador. Los medios de prensa, impulsados por las propias investigaciones que sobre el tema se han realizado, alertan continuamente acerca de una realidad que, prácticamente, está al doblar de la esquina.
¿Cómo afrontarla?, ¿qué políticas implementar?, ¿cómo hacer más llevadera la vida de personas de la tercera edad? Sin duda, no son respuestas cómodas y tales interrogantes encuentran obstáculos difíciles de vencer, en muchos casos por las propias limitaciones económicas del país.
Sin embargo, mucho sí puede hacerse en el pedacito donde día a día cada cual se desenvuelve. Por ejemplo, si en una oficina de trámites —entre estos los registros civiles, notarías, bufetes colectivos u otras— la respuesta es correcta y rápida, ¿cuántas visitas y hasta disgustos los ancianos podrían ahorrarse?
Paradas de ómnibus distantes, instituciones bancarias donde la espera se hace a pleno sol y sin posibilidades de ocupar un asiento, barreras arquitectónicas, son algunas de las dificultades que este segmento poblacional afronta a diario.
La vejez puede ser tan linda como la niñez. Hay que concebirla como un momento de la vida, en la que la familia debe desempeñar el papel que le corresponde. Los ancianos necesitan de afecto, ser escuchados, mimados, queridos y hasta abrigados cuando el tiempo lo requiere. Todo ello resulta esencial, básico, indispensable.
La sociedad debe asumirlos y valorarlos como un tesoro. ¡Hay tanta sabiduría en esos años! Y si no que lo digan los miles que se incorporaron al trabajo, hoy indispensables; los maestros jubilados que aportan sus saberes en las escuelas; o aquellos que en distintos oficios permanecen en los puestos laborales aun cuando ya están en edad de retiro.
Está demostrado, y los estudios realizados lo validan, que cuando son tenidos en cuenta por voluntad propia se incorporan a disímiles actividades en las comunidades, ya sean deportivas, culturales o de otra índole, la calidad de vida aumenta.
Ahí están las experiencias de las cátedras del Adulto Mayor, donde muchos se gradúan, cuyos módulos de asignaturas comprenden aspectos relacionados con la salud y las enfermedades propias de la edad, y hasta cómo llevar la “abuelidad”.
Numerosos son los desafíos en este sentido, y los ministerios de Salud Pública, Educación, Trabajo y Seguridad Social tienen la alta responsabilidad de buscar las mejores alternativas para lograr una ancianidad sana, feliz y plena, que viva al compás de la vida como cualquier otro grupo poblacional.
Necesidades hay pero debe quedar claro, tal y como dice un grafiti callejero que por estos días encontré en las redes sociales: “Un hombre no envejece cuando se le arruga la piel, sino cuando se le arrugan los sueños y las esperanzas”.