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Tierras de fuego

El trío de protagonistas —Kristell Almazán, Carlos Luis González y Laura Moras— hizo su trabajo sin problemas. Foto: Raúl Pupo/ Juventud Rebelde
El trío de protagonistas —Kristell Almazán, Carlos Luis González y Laura Moras— hizo su trabajo sin problemas. Foto: Raúl Pupo/ Juventud Rebelde

En Cuba el público les pide a las telenovelas lo básico: peripecias, enredo, estira y encoge… El pulso del amor, la intriga como medio, el triunfo del romance. Pero de las producciones del patio también  se espera un acercamiento crítico al contexto social. Es singular, porque no se les reclama eso a las telenovelas  extranjeras.

La Cuba de Tierras de fuego (lunes, miércoles, viernes, Cubavisión), más allá de comprensibles estilizaciones y omisiones, sí es Cuba. Muchos de los campesinos que viven en cooperativas como la que aquí recrean, con fincas,  animales y sembrados, tienen ollas arroceras, DVD, televisores de muchas pulgadas, muebles bonitos y casas con  techo de placa… Los conflictos de los personajes, relacionados con la vida en el campo, con sus retos y posibilidades, también pueden ser los de los agricultores cubanos.

Por supuesto, estamos ante un folletín, hay una evidente —y más que legítima—  suspensión de la realidad.  Acercamientos más realistas  y comprometidos es mejor  propiciarlos con otros géneros.

Los que acusan a esta telenovela de ser un trasnochado  ejercicio de realismo socialista, solo por el hecho de estar  ambientada en una cooperativa, deberían pensar que en  esa corriente la trama romántica, en el mejor de los casos,  sería secundaria. Importarían  más los planes de producción  o la lucha del campesino por  aportar más a la sociedad.  No es el caso. Aquí se habla,  obviamente, de trabajo, de  proyectos, de problemas en la  cooperativa, de conflictos entre los agricultores… pero el  eje central —como se espera  de una telenovela típica— son  los encuentros y desencuentros amorosos de los protagonistas.

Esta es otra de tantas historias soportadas en el esquema shakesperiano de Romeo  y Julieta: amor problemático  de dos miembros de familias  opuestas. Sin grandes arrebatos melodramáticos, sin  escenas grandilocuentes, se  sigue ese camino.

La puesta en pantalla de Tierras de fuego es uno de los principales logros de la serie. Hacía mucho tiempo que la televisión no fotografiaba con tan buen gusto los exteriores. Hay una paleta de matices bien explotados, hay regodeo en las composiciones. La  construcción escenográfica,  particularmente de las casas  del campo, también está lograda. La musicalización, en  sentido general, es también  funcional. Y la edición no comete los atropellos a los que  nos tienen acostumbrados  nuestras teleseries.

¿Cuáles han sido entonces los principales problemas de Tierras de fuego? Primero, la apacibilidad de la narración (que de por sí no es un defecto, pero que en este caso puede llegar a serlo).

No es que a Tierras de fuego le faltaran peripecias, lo que le faltó —sobre todo en los primeros capítulos, no tanto al final de la teleserie—  fue sorpresa, “trampas”, agilidad en la exposición. El espectador pudo imaginar desde el  principio todo lo que sucedería. El río de acontecimientos  fluyó sin grandes accidentes,  sin cascadas ni meandros.

Los conflictos están planteados con cierta inocencia,  una diafanidad que no llega  a singularizar, a provocar,  a sugerir… Y la realización  no apostó por hacer grandes  aportes a lo escrito. Ojo, no es  que faltaran puntos de giro,  agudizaciones de conflictos,  distensiones… es que estuvieron representados con demasiada cautela.

Los mensajes promocionales de la telenovela, francamente, eran más emocionantes que la telenovela misma. En cuanto a actuaciones, la mayoría de los actores están correctos. Pero son notables desempeños inorgánicos,  fuera de situación, que muchas veces no tienen que ver  con la capacidad del intérprete, sino más bien de una  selección desacertada.

Tierras de fuego ha tocado con elegancia y sentido común un tema preferido por la  teledramaturgia nacional: la  vida del campesino contemporáneo. La visión, de acuerdo, es parcial. La zambullida  no es tan profunda. Pero ha  sido un buen comienzo.

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