Increíblemente, no son pocas las entidades donde ello ocurre. ¿Cómo explicar que de un centro de carga de ferrocarriles o de una empresa de camiones desaparezca determinada cantidad de combustible y nadie se percate de ello? ¿De qué manera pueden extraerse neumáticos o algún motor de un área de trabajo como si fueran simples objetos?
En esos lugares, por lo general, existe un agente de protección, está elaborado un amplio plan de prevención y el tema del delito se analiza en todos los espacios de discusión (dígase consejos de dirección, reuniones del núcleo del Partido o asambleas sindicales); sin embargo, no se aprecian los resultados.
Si esto ocurriera solo en el transporte podría decirse que bastaría con ejercer un control más eficiente y estricto en esos vulnerables centros; no obstante, no es así, ese mal que corroe la economía y la moral del país pulula en otros sectores de la sociedad: comercio, industria, agricultura o construcción, por solo poner esos ejemplos.
¿Cuántos casos aún existen, a pesar de las advertencias, de empresas donde se roba dinero a través de nóminas alteradas, o se firman cheques sin tener el más mínimo recato de lo que se hace?
Hoy para el país enfrentar hechos de esa naturaleza es una prioridad, si se quiere hacer un uso eficiente y racional de los recursos de los cuales dispone el Estado, empeñado en impulsar planes y concretar la actualización del modelo económico cubano.
¿Dónde se falla? ¿Acaso basta con la denuncia ante las autoridades y quizás sean sancionados uno o varios individuos, cuando se puede descubrir la fechoría?
Para nadie es un secreto que detrás de un hecho delictivo o un fenómeno de corrupción está como caldo de cultivo el descontrol, lo cual permite que aquellos dispuestos a delinquir tengan abiertas las puertas para cumplir sus propósitos.
Es cierto que en una empresa o institución todas las personas somos responsables, pero nadie tiene dudas de que la máxima autoridad en cada entidad es el jefe. Él tiene ante sí el compromiso de velar por los recursos materiales asignados y eso no se puede hacer desde un buró o solamente mediante el chequeo de informes.
Hay que comprobar, regularmente visitar los sitios considerados más sensibles, hacer un recorrido nocturno imprevisto; dando el frente, los demás se educan. Pero no bastaría solo con un jefe corriendo de un lado a otro para controlar, si el resto del colectivo no lo asume como una acción cotidiana. Si los ojos de los trabajadores están bien abiertos para cuidar sus bienes, nadie les puede robar.
En toda esa batalla, el plan de prevención es importante, mucho más cuando nace desde el seno de los trabajadores, quienes contribuyen a diseñarlo, porque ellos, mejor que nadie, saben por dónde se puede “romper el saco”.
Luego, no es para guardar ese plan en una gaveta, debe ser un libro abierto, casi como una cartilla, que todos identifiquen de memoria.
Recientemente, durante la última sesión del Parlamento cubano, la contralora general de la República, Gladys Bejerano, al intervenir ante la Comisión de Asuntos Constitucionales y Jurídicos, subrayó como “causales de las insuficiencias en el control interno, que generan condiciones para el delito y la corrupción, las debilidades en la conducta de los cuadros para establecer orden, disciplina y exigencia”. Y también destacó la importancia del control obrero, como mecanismo democrático para revertir esas distorsiones.
Para los trabajadores y el movimiento sindical es vital librar esa batalla, de forma sistemática y eficiente, porque ninguna aspiración podrá materializarse desde una economía de escasos recursos bajo los impactos de manos inescrupulosas.