Todo está en calma. Solo silencio se escucha en ese lugar algo agreste que se encuentra alejado de la bulla citadina. A lo lejos algunos hombres instalan cables, dinamitas y anuncian una explosión preventiva. Luego se siente otra, pero el polvo impide ver y solo se oye: boom, boom.
La teoría del problema
Una detonación marca el inicio de la vida allí en medio de la nada, donde se encuentra la Unidad de Base Empresarial (UEB) Cantera de Guáimaro, perteneciente al municipio homónimo de la provincia de Camagüey. Ella es la única del país que orienta su producción, o sea, la extracción de rocas ígneas, a la reparación y construcción de las vías férreas.
Para los 76 trabajadores del lugar las voladuras de las piedras o tiros, como le nombran por herencia local, son las que permiten obtener las primeras rocas que luego, procesadas y minimizadas, se instalarán en las líneas ya como otro elemento llamado balastro. Pero para ello se necesita mucho más que pólvora, hacen falta también: obreros calificados, equipamiento tecnológico, transportación adecuada, deseo de trabajar, motivación… y seguridad de que no cierren el lugar.
Desde hace meses no existe certeza de estimulación salarial, la productividad de épocas pasadas ha mermado y algunos obreros incluso dudan de la estabilidad de la empresa porque ahora solo “machacan piedras”.
Braulio Romero Alamar, mecánico que arribó a estas tierras cuando triunfó la Revolución, no cree que la “sangre llegue al río” porque como es la única que tiene el país para la reparación de las vías “no la van a cerrar porque es necesaria para el ferrocarril”.
Realidades explosivas
Fundada en 1943, dicha UEB cuenta con maquinaria de aquellas fechas, aunque algo modernizadas gracias a las varias inversiones que ha recibido, como la iniciada a finales del 2010. Esta última, a cargo de Vías y Obras de la Construcción perteneciente a la Unión Nacional de Ferrocarriles, no ha concluido y el polvorín, que permitiría el almacenamiento de los explosivos, tampoco se ha alistado.
Ernesto García Villafaña, especialista en mantenimiento, aseguró que “se instaló un nuevo molino, se potenció el equipamiento tecnológico y lo que no servía se sustituyó”. No obstante el pasado año tropezaron mucho para alcanzar buenos números: solo podían detonar dos o tres veces en el mes ya que la “materia prima” era agenciada a más de 100 kilómetros y por ende gastaron una mayor cantidad de combustible.
Mario Brito Escobar, jefe del departamento de Logística y director en funciones cuando la realización de este trabajo, explicó que “dentro de la inversión estaba la reparación del polvorín con el objetivo de tener las reservas en el radio de acción y así, con un carro pequeño, hacer varios tiros a la semana.
“Ahora tenemos que mover muchos vehículos para buscar la dinamita y eso lleva un gasto excesivo de tiempo, combustible y recursos porque si llega tarde en lo que se prepara, y algunos son muy complejos, puede empezar a llover y perderlo todo”.
Sin embargo les toca esperar porque como aclara William Bacallao Mayedo, especialista en ensayo físico y mecánico: “la construcción está a medio hacer, solo falta la red hidráulica y la red contra incendios, pero el MININT no da el habitable”.
Más rocas en el camino
Estos hombres, además, se enfrentan a diario a la ausencia prolongada de piezas de repuesto, situación que para muchos pendía de un hilo cuando a finales del 2011 comenzaron a ser atendidos por la Empresa Industrial de Instalaciones Fijas de Villa Clara.
Pero en su ADN está enraizado el sentimiento de oposición a mantener los brazos cruzados gracias a la experiencia en roturas, por lo que despliegan todo su ingenio en las averías, como cuando decidieron reparar y alistar el molino encargado de triturar las rocas con soluciones alternativas, pues era inconcebible parar cerca de tres meses.
Cuando el demoledor colapsó tocaron varias puertas hasta encontrar uno allá por Villa Clara; el clasificador, el encargado de colar la piedra, es otro de esos equipos que se estropea regularmente, pues se le afecta la malla por el roce con las rocas, por lo que ellos, muy dispuestos, montean algunas cabillas.
Y es que “hay que hacer inventos para poder echar pa’lante”, como dice Bacallao Mayedo, quien fungió como director durante varios años. Allí muchas familias se han formado, han crecido y hombres como Braulio han llegado para quedarse.
Los jóvenes que hoy trabajan en la cantera no conocen de durezas pretéritas: ahora tienen uniformes, palas, camiones que facilitan el traslado, grúas, se les paga por lo que hacen y antes de que comenzaran todos esos problemas técnicos alcanzaban cifras muy estimuladoras.
La demora de la reparación desafía el eco de la onda expansiva de trabajo de estos hombres, que desean que las piedras con más calidad no sigan durmiendo bajo tierra. Y como dice William: “la voluntad y el empeño están, solo hace falta garantizar los materiales”.