Finalizaba el primer mes del año 1959. Fidel, después de visitar al Che en La Cabaña, pasó en auto, junto con el capitán Antonio Núñez Jiménez, por el Malecón. En plena medianoche, vieron una numerosa manifestación obrera y ante el asombro de los participantes, el Comandante en Jefe se bajó del vehículo y comenzó a conversar con ellos. Cuando le dijeron que acababan de visitar el Palacio Presidencial para exponer sus demandas, les expresó: “Tengan confianza en nosotros, en la Revolución. Ustedes se convencerán pronto de que no será necesario hacer manifestaciones para satisfacer sus necesidades”.
El incidente demostraba la certeza de una afirmación hecha por Fidel minutos antes a Núñez, cuando este le hablaba de transformar la naturaleza cubana. Es preciso –dijo– transformar primero al hombre. Lo reiteraría meses más tarde cuando señaló que si bien los sentimientos del pueblo eran revolucionarios, su mentalidad no lo era todavía.
Contribuir a ese cambio fue el centro de cada una de sus intervenciones desde el mismo primero de enero en las que recalcó que los trabajadores y el pueblo habían sido los verdaderos protagonistas del triunfo conquistado, y que la Revolución se había hecho por ellos y para ellos.
Por ellos, porque de sus filas surgió la mayoría de los participantes en las acciones del 26 de julio de 1953 y de los expedicionarios del Granma. De cubanos humildes de la ciudad y del campo se nutrió fundamentalmente el Ejército Rebelde, y fueron los trabajadores con su formidable respuesta al llamado de huelga general revolucionaria los que dieron el puntillazo final a los planes de escamotearle al pueblo la victoria y contribuyeron a consolidar el triunfo de las armas.
Para ellos, porque el objetivo de la conquista del poder era, por primera vez en nuestra historia, alcanzar la justicia social.
El cambio de mentalidad en las masas empezó a producirse aceleradamente, al calor de los grandes acontecimientos que vivió el país en el transcurso de 1959 y de la confianza depositada en la dirigencia revolucionaria, lidereada por Fidel, que había demostrado su capacidad de interpretar las aspiraciones populares, y la voluntad de hacer realidad las promesas hechas.
El propio Comandante en Jefe señaló en la clausura del X Congreso de la entonces Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), realizado en noviembre, que esa misma clase obrera relegada y maniatada por la dictadura batistiana, ya en el primer año de Revolución se había convertido en un factor preponderante y decisivo en la vida nacional.
Manos trabajadoras empezaron a construir en medio de inmensas dificultades una sociedad nueva, que pronto se reconoció socialista, y fueron forjadoras y a la vez beneficiarias de sus avances. En manos trabajadoras la Revolución puso las armas para salvaguardar ese rumbo independiente, que fue defendido de manera ejemplar en Playa Girón, en cada rincón del país donde el Gobierno estadounidense sembró bandas contrarrevolucionarias, ante los inmensos riesgos de la Crisis de Octubre, y frente a las permanentes amenazas a nuestra soberanía.
En este archipiélago comenzaron a ocurrir hechos inéditos: mientras en otras latitudes las masas laboriosas recibían impotentes la noticia de la implantación de legislaciones lesivas a sus intereses, aquí el Gobierno Revolucionario, incluso en las más duras condiciones del período especial, no aplicó medida alguna sin consultarla con los trabajadores, como hicieron los Parlamentos Obreros. De igual modo ha procedido con otras muchas disposiciones sometidas a debate antes de convertirlas en ley, de lo cual es ejemplo el reciente análisis amplio, democrático y participativo en cada colectivo laboral, del anteproyecto de Código de Trabajo.
Nunca, por complejas que fuesen las circunstancias, se impusieron en esta tierra paquetes de ajustes ni habrá espacio para ellos, como expresó el General de Ejército Raúl Castro Ruz, durante la clausura del Segundo Período Ordinario de Sesiones de la VIII Legislatura de nuestro Parlamento, ni tampoco se han aplicado ni se aplicarán terapias de choque a diferencia de lo que ocurre a diario en naciones de la desarrollada Europa.
Y es que la Revolución, en estos 55 años, ha estado dirigida por revolucionarios comprometidos con el bienestar de los trabajadores y el pueblo. Juntos hemos construido, en medio de grandes obstáculos y no sin tropiezos, lo que constituye aún una utopía para muchos: una obra independiente y soberana que despierta admiración en el mundo.