Nervioso y visiblemente emocionado salió el cantautor al escenario del teatro Lázaro Peña. Al fondo, desde una plataforma ligeramente más alta, aguardaban los 28 primeros atriles de la Orquesta Sinfónica Nacional dirigidos por Enrique Pérez Mesa. Más cerca, los músicos de la banda, los mismos que desde hace unos cinco años le acompañan. No hacía falta más. El resto de los ingredientes que harían de estas presentaciones de Álvaro Torres en Cuba una experiencia inolvidable llevaban dos décadas de espera.
El salvadoreño estaba advertido, pero el público consiguió sorprenderlo. La ovación final, los gritos y la entrega lo conmovieron hasta las lágrimas. “Lo he visto emocionarse cuando le ha cantado a su hija, a sus padres, en El Salvador, en Chile; sin embargo, lo de esta noche llegó al tope”, me confesó uno de los músicos minutos después de concluido el primer concierto.
Y cómo podría ser si en cada ocasión más de 3 mil personas, no pocas al punto del frenesí, silenciaban al cantor una y otra vez con aquello de nada se compara contigo, las emociones más profundas y tantas ilusiones juntas …; te va doler, tarde o temprano ya verás lo que te toca…; sencilla y bella como el brillo de la Luna, apetecible como el fruto más prohibido; más romántico que nadie, adicto a la ternura… romántico irremediable; o a ti mi amor, que con santa paciencia has aceptado esta vida modesta y humilde…esperando a mi lado un mañana mejooooor...
Fueron casi dos horas de baladas románticas en las que muchos se reencontraron con el background de sus vidas. Y es que más allá de la evidente cursilería de algunos temas, Álvaro ha permanecido fiel a ese modo latino de sentir, amar y sufrir, donde las emociones están a flor de piel y hallan en la música su cauce natural. Guste o no, es auténtico. También lo es su público cuando lo aclama desenfrenadamente.
Autor de cientos de títulos y unos 40 discos, Torres se siente en deuda con los nacidos en Cuba por el amor y la fidelidad que desde hace décadas le profesan. Seis de los músicos de su banda actual son de acá. Lo son su mánager José Luis Castro, y su pianista y director musical Daniel Escudero. Por este último supimos que “dondequiera que Álvaro se presenta encuentra cubanos, siempre los distingue y les hace un pequeño homenaje cantando La guantanamera, de Joseíto Fernández. Él es un profundo admirador de nuestra música y cultura”.
Los discos de Álvaro Torres han recorrido la isla en cuanto soporte han encontrado: copias piratas, memorias flash, teléfonos móviles…, para acompañar a la gente en dolores y alegrías. Temas suyos aparecen con frecuencia en audiovisuales de recién casados y quinceañeras (costumbre que va camino a la tradición), lo que sin duda también ha contribuido a la difusión de la música del salvadoreño, más, diría yo, que la radio y la televisión nacionales.
Mañana Torres estará de regreso a Estados Unidos, país donde reside desde hace varios años. Allá le esperan un concierto navideño en Tampa el próximo 21 de diciembre, un nuevo disco y otras urgencias. Atrás quedarán las emociones vividas en la sede de la compañía de teatro infantil La Colmenita, en la Escuela Nacional de Arte, frente al busto de Monseñor Romero, asesinado hace unos años en El Salvador, y sobre todo en las tres noches de conciertos en el Lázaro Peña. Todo será (lo es ya) combustible para el regreso:
“El bien que aquí me han dado es sagrado —me reveló el viernes, minutos antes de salir a cantar. El apoyo, la aceptación masiva, es lo mejor que un cantautor puede recibir. Por eso volveré aunque sea de rodillas, como quien va a una romería. Ya tenemos el permiso del ministerio de Cultura y del Instituto Cubano de la Música para cruzar la isla de punta a punta en el 2014. Llevaré mi música a cada pueblo que me quiera tener”.