“Nunca lo vi como a un tío, sino como a un hermano mayor, y la verdad es que no lo respetaba mucho, ni él a mí”, manifestó César Gómez Barranco cuando solicitamos sus impresiones acerca de la adolescencia de Raúl Gómez García, el joven de 24 años de edad torturado y asesinado por su participación en los sucesos del 26 de julio de 1953.
“Me llevaba nueve años, de ahí que mis recuerdos personales acerca de él comenzaran a sedimentarse en la etapa en que él tenía de 13 a 14 años, cuando vivía en mi casa, en Güines, donde cursó parte de la enseñanza primaria, la primaria superior —hoy secundaria básica— e ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza. Era el hermano menor de mi padre, quien le llevaba bastantes años.
“Muy estudioso, siempre obtenía notas de sobresaliente; y leía cuanto libro caía en sus manos, entre ellos muchos relacionados con la vida y obra de José Martí, en lo cual influyó Virginia, la madre.
“Se caracterizaba por ser muy tranquilo, pero también muy jaranero, y contaba con gran cantidad de amigos de uno y otro sexos, junto a los cuales se le podía ver con asiduidad, porque se buscaban mutuamente para jugar dominó, una de sus pasiones, hacer cuentos o ir de excusión al puente de hierro del río Mayabeque, lugar preferido por ellos. No era bailador”.
Señala César que hablaba muy bien, de ahí que fuera quien siempre lo hacía por la Asociación de Alumnos del instituto. Muy bien parecido y enamoradizo, su don para escribir poesías le ganaba la admiración de las muchachitas y por ello, en ocasiones, a la casa se le aparecían dos y tres noviecitas al mismo tiempo.
Espíritu justiciero
Raúl cursaba el segundo año cuando el director del instituto expulsó a dos estudiantes por haberse expresado contra una acción suya, y en el diario estudiantil La Antorcha, fundado y dirigido por él, publicó un artículo en el que acusaba al directivo de abuso de poder y arbitrariedad.
“Gracias a la intervención de mi padre, también maestro, que había estudiado junto con el director, la expulsión de Raúl, ya firmada, quedó sin efecto, mas fue trasladado al instituto de la Víbora”.
Contra la traición
“Aunque le gustaba la pelota, y sabía de ella, era un valioso jugador de voleibol, y en su momento integró los equipos de cada instituto. Entre estos últimos se realizaban frecuentes competencias, a las cuales por lo general yo asistía porque a él le gustaba andar conmigo y me llevaba a muchísimos lugares.
“En una ocasión en que los equipos de Güines y la Víbora se enfrentaban —ya Raúl pertenecía a este último—, sus amigos del pueblo comenzaron a gritarle, y pidió al entrenador que pusiera a otro, ya que no podía jugar contra su gente porque le parecía que los traicionaba”.