Después de la contundente victoria rebelde del verano de 1958, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz dispuso la creación de nuevas columnas destinadas a operar en las provincias de Pinar del Río, Las Villas y Camagüey, así como en los límites entre esta última y la de Oriente, con vistas a garantizar el éxito de la ofensiva final que se proponía lanzar contra el enemigo en los meses finales de ese año.
Los constantes e inevitables triunfos obtenidos por los revolucionarios indujeron a que los grandes colonos y hacendados se negaran a realizar la zafra azucarera a iniciarse en enero de 1959. Para hacer recaer sobre el Ejército Rebelde toda la responsabilidad esgrimieron como argumentos la carencia de combustible y materiales para efectuar las reparaciones, de fondos para pagar a los trabajadores debido a que los bancos de la capital no concedían los créditos necesarios, y de líneas férreas para el traslado de la caña, porque estas habían sido saboteadas como consecuencia de la guerra.
Contundente respuesta
Ante tan ladina actitud, el Buró Obrero del Segundo Frente Oriental Frank País propuso al jefe de este, Comandante Raúl Castro Ruz, la realización de una plenaria azucarera dirigida a recabar el apoyo de los trabajadores con el fin de desmantelar la conjura patronal y garantizar la zafra.
Raúl acogió con beneplácito la idea y sugirió que, ante la necesidad de resolver los problemas de todos los centros de trabajo del territorio libre y del que se liberara en lo adelante, se convocara a un congreso en el cual estuvieran representados todos los sectores que pudieran asistir. Propuso como fecha de su celebración el 7 de diciembre, en homenaje al Mayor General Antonio Maceo Grajales en el aniversario 62 de su caída en combate, y recomendó elaborar un temario que incluyera los asuntos de todos los sectores productivos, políticos y sociales, así como los sindicales.
De inmediato comenzaron los preparativos, los cuales estuvieron a cargo del Buró Obrero, encabezado por el experimentado dirigente ferroviario guantanamero Antonio Torres Chedebeau, Ñico, miembro de la dirección nacional del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7) y encargado de todo lo relacionado con el movimiento obrero; Rafael González Mariño, Uvencio Serrano Torres, también veteranos de las luchas sindicales, y el combatiente rebelde Orlando Lache Chávez, en calidad de secretario.
El Buró Obrero, enlace entre los mandos militares del Frente y los trabajadores de la zona, tuvo su sede en Magueyal, entre las localidades de Mayarí Arriba y Soledad de Mayarí, la última de las cuales resultó seleccionada para tan importante reunión.
Triunfo de la unidad proletaria
Históricamente, la unidad se ha perfilado como objetivo esencial del movimiento sindical cubano. Por ello no es de extrañar que aquel evento, concebido inicialmente como plenaria azucarera, deviniera abarcador congreso en el que, además de los trabajadores industriales y agrícolas de ese sector, estuvieran representados los ferroviarios, portuarios, mineros, de la medicina, el comercio, la construcción, artes gráficas, electricidad, músicos, carpinteros e incluso del Sindicato de Obreros y Empleados de la Base Naval de Guantánamo, cuya constitución lograron los cubanos en 1952.
Un total de 110 delegados resultaron electos para el significativo encuentro, en su mayoría procedentes de las zonas liberadas del Segundo Frente, y el resto de lugares cercanos aún bajo dominio del enemigo, entre ellos Yateras, San Luis, Palma Soriano, Gibara, Antilla, Mayarí, Santiago de Cuba y Guantánamo. Para los días 5 y 6 casi todos los delegados se encontraban en Soledad de Mayarí.
Para lograrlo, muchos vencieron considerables distancias a pie y, en el caso de los de territorio todavía no liberado, burlaron los cercos del ejército.
El día 7, el jefe del Segundo Frente envió una nota a Ñico Torres en la cual pedía posponer la apertura del congreso para el siguiente día, con el fin de garantizar la asistencia de un grupo de delegados que se encontraba en Bayate.
Por esa razón, el 8 de diciembre se inició el evento en el rústico salón de bailes de Juan Clavel, donde el 21 de septiembre había sesionado el Congreso Campesino en Armas. Se encontraban presentes los 110 delegados, de los cuales 12 pertenecientes al MR-26-7 se negaron a reunirse con los comunistas presentes y se retiraron. No obstante, el congreso fue exitoso y se extendió hasta el día 9, con la asistencia también de representantes de la Comandancia del Frente, del Buró Agrario y obreros cafetaleros de Yateras, Tumba Siete y Margot. Los bombardeos de la aviación del régimen sobre Soledad de Mayarí, determinaron que en esa última fecha, por indicaciones de Raúl, las deliberaciones se trasladaran a los cafetales.
El informe central, presentado por Ñico Torres, se refería a los problemas económicos, políticos y sociales que incidían en la vida de los obreros y campesinos, y durante el debate los delegados profundizaron en otras cuestiones, incluidos el análisis del panorama del movimiento obrero, el despotismo de los dirigentes mujalistas, la presión de que eran objeto los trabajadores, el asesinato de los líderes más combativos, y la prohibición del derecho de reunión, huelgas y otras acciones propias del proletariado para la defensa de sus intereses.
Si bien al Comandante Raúl Castro Ruz le resultó imposible asistir por encontrarse ocupado en la ejecución de importantes operaciones militares, entre ellas la toma de La Maya, permaneció en permanente contacto con la presidencia que conducía el congreso y de cuanto en este ocurría.
Acuerdos
En cierta ocasión, Pedro Cardona Bory, Perucho, delegado electo por los trabajadores del central Isabel, de Yateras, contó a esta periodista que entre los 14 acuerdos más importantes adoptados allí, figuraron “garantizar las reparaciones y la zafra; desautorizar que la CTC y la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros mujalistas discutieran o trataran los problemas de la próxima zafra con los hacendados y colonos; convocar asambleas en los centros para destituir a los falsos dirigentes sindicales; iniciar la lucha por el pago del diferencial azucarero; luchar junto a los campesinos por una verdadera reforma agraria, y apoyar incondicional e irrestrictamente al Ejército Rebelde”.
Destacó Perucho la rapidez con que los acuerdos comenzaron a cumplirse en el territorio liberado, en asambleas en las cuales los trabajadores los ratificaron, exigieron a los patronos su ejecución íntegra, destituyeron a las directivas mujalistas y eligieron direcciones sindicales unitarias, así como eliminaron la cuota sindical obligatoria.
“Para todos los delegados fue un privilegio participar en un congreso obrero que, de acuerdo con la información existente, fue muy singular por ser el único en el mundo celebrado en un escenario bélico”, precisó.