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Teresa Parodi en el Centro Pablo: La música en el aire

La cantautora argentina Teresa Parodi
foto: Xavier Pinatel

A lo largo del 2013 el Centro Pablo ha celebrado sus quince años con la sabiduría del que cumple un siglo bien bailado. Particularmente ha sido el año en que hemos vuelto con insistencia al patio de las yagrumas para disfrutar de mujeres cantoras, como si existiera algún juego cuyos códigos aún no descubrimos pero al que asistimos encantados. Primero fueron los hallazgos en las canciones de Liliana Herrero, y hace un par de semanas la dulce savia de las composiciones de Marta Valdés. Ahora nos convocó la Argentina otra vez de la mano de Teresa Parodi, ese canto que es un símbolo de un continente.

Quisiera escribir inexplicablemente Teresa Parodi ha pasado como un silencio por Cuba, pero aparte de ser mentira –Parodi es cualquier cosa menos un silencio- tiene su explicación. Acá en América Latina vivimos tiempos de integración pero, como recordó Fidel Díaz Castro ese mismo día, la integración cultural todavía nos queda demasiado lejos. Resulta que Teresa Parodi es apenas un canto para iniciados; lo que es una lástima porque sus canciones hablan de gente común, de la esperanza, de una abuela anclada en el hogar, del amor sencillo entre un hombre y una mujer.

Y aún sin promoción, y aún con la amenaza de que el aguacero lo arruinara todo como venía haciendo desde hacía más de 24 horas, el sábado 30 de noviembre la sala Majadahonda del Centro Pablo fue insuficiente para albergar a quienes fueron a escuchar a Teresa Parodi.

El público del Centro Pablo, ya se sabe, es uno de los públicos más maravillosos que un músico pudiera encontrar porque no solo degusta lo que ya conoce sino que se acerca con el alma limpia a la canción hermosa y la escucha con el placer del que encuentra la luz. Por eso no es de extrañar el aluvión de aplausos que recibieron Parodi y sus músicos canción tras canción.

Entre zambas y chamamés, entre confesiones y anécdotas, la argentina fue tejiendo un manto cómplice en el que arropó a los asistentes, quienes escucharon entre otras las historias de Pedro Canoero y de esa musiquita natal que ayuda a combatir la lejanía. Emocionada con tanto cariño recibido se atrevió a compartir una canción que apenas acababa de desprender del árbol, una canción dedicada a Cuba y que todavía no toma forma definitiva pero que cuando lo haga volverá a viajar hasta acá.

Con la versión de Construcción, esa canción alguien me dijo una vez era el mejor poema latinoamericano, los músicos argentinos inundaron la sala de un paroxismo del que nadie -no importa la de veces que se haya escuchado la canción- pudo salvarse. En alguna parte del mundo, esa noche, Chico Buarque de Hollanda debió de sentirse inexplicablemente alegre y emocionado,extrañamente feliz. Nosotros sabemos por qué.

Parodi tiene la rara virtud de atrapar la atención sin demasiado alarde,  apelando apenas a la música que viene de un par de guitarras, la percusión y las voces, como esos cantores de pueblo que no tuvieron nunca un millonario equipo de producción y sin embargo arrastraban a todo el barrio cuando desenfundaban los instrumentos. Teresa Parodi vino y millones no se dieron cuenta, pero las raíces de los árboles, los pájaros, las calles y la gente que la vio vivirán agradecidos de haber compartido su paso y su canto por Cuba.

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