Me refiero en específico al transporte, cuyas deficiencias, aunque muy criticadas, lejos de disminuir adquieren cada vez nuevos matices y dimensiones; y lo que es peor, se erigen como un nido de donde levantan vuelo aves rapaces con el nombre de desidia e insensatez, al no comprender que 40 centavos no echados a la alcancía conspiran contra el bienestar de todos.
¿Cómo entender que en la madrugada del 22 de octubre pasado, en un ómnibus P 9 —el 533, para más señas— que en viaje de ida debe llegar a Coppelia sobre las 4:10 a.m., el chofer y otra persona también con el uniforme del transporte urbano, tapiaran la alcancía con papeles y se apropiaran del dinero de los pasajeros?
Bastante se ha censurado el fenómeno, por ello, cuando veo tal desfachatez, pienso primero en las estructuras de dirección que deben velar porque eso no suceda. Por ser tan elevada la ofensa a la decencia y al decoro popular, he llegado a creer —ojalá equivocadamente— que no pocos mecanismos e instancias estatales aún no aterrizan de manera objetiva sobre ese mal.
Si hablo de madrugadas, no olvido las tolerancias a la luz del día en el transporte urbano; a quienes también a la vista de todos se apropian del dinero de la economía; o a los muchísimos pasajeros con pretensiones dadivosas, quienes dan al chofer un dinero que no le pertenece.
Lo ocurrido en esa madrugada de octubre no es único ni excepcional, a pesar de la conocida normativa de que no pueden tocar el dinero. Dicho en buen cubano, “a la cara” dejan a un lado los llamados pesos machos y billetes para apropiárselos después.
En fechas más recientes muchos choferes se han convertido en los otrora conductores, pues se ocupan de cambiar el dinero a algunos pasajeros. Cualquier lector avispado habrá comprobado el ardid de esos choferes para quedarse con algo que no es suyo. Sencillamente, un delito.
Por etapas, siempre en horas de la madrugada, se ha generalizado la norma de situar agentes de la Policía Nacional Revolucionaria en el ómnibus a fin de garantizar la disciplina y el cuidado del transporte, una plausible idea. Sin embargo, considero que también deberían vigilar el cobro del pasaje.
Hace unos 10 años funcionarios del transporte en La Habana explicaron por qué no era factible en aquel momento implantar un sistema más avanzado para el cobro del pasaje. La razón principal era económica, dadas las dificultades financieras del país —algo entendible—. Ahora, a la distancia de 10 años, creo que se ha perdido mucho más no instaurándolo.
Si está establecido que cada chofer entregue al final de cada viaje una cantidad de dinero ya prefijada, independientemente de lo recaudado; si choferes comentan que las moneditas en CUC depositadas en la alcancía son repartidas entre varios en las terminales, entonces pienso que algo anda mal, o dicho con mayor claridad, muy mal.
De seguro no pocos de los pasajeros comprenden el mal y estarían dispuestos a combatirlo, pero no se deciden a hacerlo “con la manga al codo”, pues sin lógicas salvaguardas esa oposición podría traer aparejado un desenlace impredecible.
Es incuestionable que la solución de cualquier fenómeno similar en nuestro país pasa por el más amplio tamiz popular, problemas como los aquí planteados habrá que resolverlos de raíz, con prevalencia de la legalidad, con la aplicación de las normas y procederes establecidos. ¿Si no, cómo desterrar esa impunidad, esa desidia? Eso nos lo exige la existencia misma de la Revolución.