De Copenhague a Varsovia, las mismas piedras en el camino

De Copenhague a Varsovia, las mismas piedras en el camino

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Cartel: Elsy Frómeta
Cartel: Elsy Frómeta

Por René Camilo García Rivera, estudiante de Periodismo

Si los míticos cíclopes existieran envidiarían a Haiyan, el tifón que azotó Filipinas hace solo unos días. La tormenta asiática, con vientos sostenidos de hasta 315 km/h y rachas de más de 350, mostraba un descomunal “ojo” de cerca de 40 km de diámetro.

Mientras una profusión de reportes desoladores sobre el meteoro inundaba los espacios mediáticos, poco eco tenían los reclamos que lanzaban la mayoría de los participantes en la XIX Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP19), clausurada el pasado sábado con pocos acuerdos y muchas deudas.

Durante la cita polaca el comité organizador convocó a una jornada de donaciones para los afectados por Haiyan, pero toda caridad ocasional fue poca para un país que recibe un promedio de 20 tifones al año. Sobre la verdadera ayuda se debatía al interior del cónclave, donde se pretendía limitar la emisión de gases de efecto invernadero y por consiguiente el calentamiento global.

Según los pronósticos más aceptados, al ritmo actual se llegaría a un incremento de 2 grados Celsius (ºC) a nivel planetario para 2100. Este fue uno de los puntos fundamentales debatidos durante la cumbre de hace cuatro años en Copenhague, donde se acordó desarrollar políticas que impidieran el aumento de la temperatura más allá de lo previsto.

Desde entonces no se ha podido adoptar un plan común de medidas, pues en la cumbre de Doha del pasado año potencias industriales como EE.UU., Rusia, China, Canadá y Japón se negaron a firmar acuerdos que regulen su emisión de gases dañinos a la atmósfera.

A pesar de los esfuerzos de las naciones en vías de desarrollo la meta parece inalcanzable. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente denunció recientemente que incluso “las posibilidades de limitar el aumento de la temperatura del planeta a 2 ºC están disminuyendo sensiblemente (…) Las emisiones aumentan de continuo cuando debieran disminuir pronunciadamente”.

A la par, la Agencia Internacional de Energía pronosticó que la temperatura podría elevarse hasta 3,6 grados si los gobiernos no hacen nada para impedirlo. Otros científicos más pesimistas indican un incremento de hasta 5,5 grados para los próximos cincuenta años.

Varsovia: El crimen de hoy y el castigo de mañana

La COP19 podría haber significado un giro hacia la salvación ambiental. Convertirse en lo que el representante filipino Yeb Saño rogó en la cumbre del 2012:

“El resultado de nuestro trabajo no debe responder solo al interés de nuestros líderes políticos, sino a lo que exigen los 7 mil millones de habitantes del mundo. Les pido a todos: por favor, no más demoras, no más excusas. Por favor, hagan que Doha sea recordado como el lugar donde hallamos la voluntad política para cambiar las cosas”.

Si Doha no consiguió impulsar el cambio, en Varsovia se retrocedió, pues durante el evento algunos Estados se desentendieron de sus compromisos anteriores a la cita de Catar. Japón anunció que no cumplirá la meta de reducir al 75 % su emisión de gases de efecto invernadero para el 2020; en su lugar se “comprometió” a rebajarla solo en el 3,8 %. Australia indicó que recortaría los impuestos por la emisión de CO2 a sus industrias y que solo contraerá la emisión en 5%. Canadá, por su parte, también planteó su imposibilidad para cumplir los compromisos pactados.

A lo largo del cónclave siguió acentuándose lo tragicómico del evento. A mediados de la última semana un hecho inaudito sorprendió a todos los participantes, periodistas y observadores, adelantando la inevitable decepción en que desembocaría el encuentro.

Tras su rimbombante discurso de inauguración, donde afirmó que “prometo que en Varsovia y en los próximos 12 meses no voy a escatimar esfuerzos para encontrar un consenso que mitigue el cambio climático”, el ministro polaco de Medio Ambiente y presidente de la COP19, Marcin Korolec, fue removido en plena cumbre el miércoles de su cargo gubernamental por el primer ministro conservador Donald Tusk.

Ya desde antes del comienzo de la reunión se apuntaba a Polonia como un potencial obstáculo para la toma de acuerdos, pues el país sede es el principal consumidor de carbón de la Unión Europea y cuenta con la mayor central térmica de hulla del mundo.

Por otro lado, los viejos intereses capitalistas también sepultaron las posibilidades de resultados tangibles y radicales. Las grandes economías industrializadas rechazaron de plano la propuesta del Grupo de los 77 + China sobre compensación por “daños y pérdidas”, en el que se pretendía responsabilizar a los contaminadores históricos e indemnizar a los países pequeños. El plan también promovía viabilizar las donaciones prometidas de más de 100 mil millones de dólares desde el 2009, de las cuales los países en vías de desarrollo aún no han visto ni un solo centavo.

La renuencia tajante por parte de los demandados a aceptar los principales acuerdos del proyecto desembocó en la retirada del Grupo de los 77 de las conversaciones. Al día siguiente –el jueves— más de 130 ONG ambientalistas también entregaron a los organizadores sus credenciales acreditativas, en señal de protesta por falta de acuerdos en cuanto a reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y de financiamiento para mitigación del cambio climático.

Fuera del estadio de Varsovia, sede del encuentro, un grupo de jóvenes activistas realizaban lo que quizás haya sido el mayor aporte a la causa ambientalista. Los jocosos muchachos, con gran sentido del humor, organizaron una venta pública de limonada para suplir los fondos que niegan los más ricos y egoístas.

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