El primer teatrista al que se le dedicó una Feria Internacional del Libro en Cuba falleció en su casa y desde entonces ningún medio se ha resistido a dedicarle el espacio que merece. No gustaba de estar en los primeros planos, pero su obra lo colocó allí y ahora la muerte lo ha sembrado para siempre en el panteón de la cultura cubana.
Hombre sencillo, tímido se definía, coqueteaba con el tiempo. En sus obras rompía con la rigidez de la cronología, movía a sus personajes según convenía a la historia que contaba. Irrespetaba el tiempo y este le fue benévolo otorgándole una larga vida.
Nació en 1925, en Unión de Reyes, Matanzas. A los 60 pidió poder ver el nuevo siglo y allí estuvo en el 2001. Luego, en el 2005, comentó que le “gustaría vivir hasta el 2010” y lo sobrepasó. Finalmente vivió 88 años en un mundo que es “una locura”: “No sé si el hombre podrá cambiar la violencia”, decía, “pero hay que esforzarse para caminar a favor de las cosas buenas”.
Estorino llegó a la capital en 1946. Vino a estudiar cirugía dental, especialidad a la que dedicó poco tiempo pues la circunstancia de compartir la casa y los años intensos de la primera juventud con el pintor Raúl Martínez y el dramaturgo Rolando Ferrer dieron un vuelco definitivo a su vida: “Me uní a ese mundo, pero la gente del teatro me veía como el que está pegado”. Era un diletante interesado en el teatro.
Es por esa época cuando escribió Hay un muerto en la calle, obra inspirada en Eduardo Chivás y en el gansterismo político en la época del presidente Carlos Prío. Luego entrega El peine y el espejo, pieza que definió como “llena de problemas sociales y políticos”, y que fue estrenada en la sala Granma, del entonces Ministerio de Obras Públicas, en 1960.
Pero la verdadera oportunidad de mostrar sus potencialidades llegó con El robo del cochino. Con ella obtuvo mención en el premio literario Casa de las Américas de 1961y su primera puesta, en la sala Hubert de Blanck en el verano de 1961, impresionó a quienes la vieron.
Creativo y metódico —“No puedo trabajar con ruidos, ni con música, ni con gente dando vueltas alrededor. Ni hacer dos cosas a la vez”, confesó en una ocasión— Estorino expresó en su creación la incesante búsqueda de lo que denominó “coherencia histórica” de las raíces sociales, políticas y sicológicas de los cubanos: “Todas mis obras están dedicadas a hurgar en el ser humano y sus conflictos internos”.
En algunas refleja la desintegración de las familias, el machismo endémico, cuestiona los roles asociados al género y gusta de personajes femeninos fuertes, de “hembras que se las traen”, como las describiría un crítico. En El robo…, La casa vieja, Vagos rumores, Parece blanca, y otras, aparece también, de manera más o menos explícita, el lenguaje, el modo de pensar y las actitudes de los cubanos que fueron testigos —y parte— del cambio trascendente que significó para la Isla la Revolución de 1959.
El estilo de este dramaturgo evolucionó desde el llamado “teatro realista” hasta incorporar fórmulas innovadoras en las que explora procederes propios de la vanguardia y la experimentación. Tales están presentes en La dolorosa historia del amor secreto de don José Jacinto Milanés y en Morir del cuento, obras consideradas como de “madurez”: “Yo he hecho un teatro imaginativo siendo realista, es decir, cuando hablo de Milanés hay una sensibilidad y un propósito de desmitificar esta historia de que murió de amor”, aclaró el autor.
Obras suyas fueron traducidas y representadas en Checoslovaquia, Noruega, Suecia, Chile, Venezuela, México y Estados Unidos, país al que le impidieron regresar no obstante sus exitosas temporadas en Nueva York y Miami: “No me dejaron entrar más desde que firmé una carta contra el fascismo junto con otras decenas de intelectuales”, denunció entonces.
Al morir, Estorino era académico de número de la Academia Cubana de la Lengua y había sido premiado con la Distinción por la Cultura Cubana, el Nacional de Literatura (1992) y el de Teatro (2002): “Yo sé que hay dos personalidades importantes en Unión de Reyes, Malanga (1) y Regino Pedroso”, reconoció con proverbial modestia hace unos años. Esta semana, a esa lista, se ha sumado una nueva estrella.
(1) Malanga (José Rosario Oviedo) fue un rumbero local cuya muerte fue eternizada con un coro que cantaba “Unión de Reyes llora porque Malanga murió”