“La vida de un langostero es fuerte; es fuerte porque todo es hecho casi por el hombre, no como la pesca del camarón que es mecánico, un día aquí reporta como dos o tres en la agricultura”.
Así comienza Gervasio Anaya García a narrar algunas de las peripecias de un pescador del crustáceo; pero lo enuncia con una sonrisa, con alegría.
El sol está en el medio del cielo y Gervasio, junto a sus hombres, sigue en sus labores: sin almorzar, sin pensar en la hora, calmado. Le interrumpo para entrevistarlo y me dice que sí, que él puede hablar mientras guía a Argus VII, su barco, porque ya cumplieron con su plan de entrega, pero hay otros atrasados y nunca está de más la ayuda.
El 35% de la captura de esta especie del mes de la Empresa Pesquera de Santa Cruz del Sur “Algerico Lara” (EPISUR) se obtiene gracias al esfuerzo de este marinero, quien además de ser uno de los héroes del trabajo de la provincia de Camagüey, es el secretario de la sección sindical de la tropa langostera.
Por la ruta del agua
“Entré en este mundo por el año 1973 – cuenta Gervasio –. Soy de Oriente, de la parte de Niquero, en Granma. Cuando me licencio del servicio militar obligatorio vengo para Santa Cruz del Sur porque casi toda mi familia estaba instalada aquí. Entonces comencé a trabajar la pesca.
“Primero estuve en una brigada de corte de jaca, que hacía las artes para atrapar langosta, y ahí fui adquiriendo conocimiento. Claro, también estudié en el Insituto Marítimo Pesquero “Andrés González Lines”, en Manzanillo, para patrón de plataforma.
“Así me dieron la posibilidad de ser marinero de un barco como 15 años. Ese se llamaba Ferrocemento 17, un langostero. Era como una escuela, en donde todos militábamos en la Unión de Jóvenes Comunistas y nos preparaban para ser patrones.
“Ya después como reconocimiento por ser buen trabajador me dan una embarcación y es cuando comienzo a dirigir el Argus VII, donde llevo más de 20 años”.
Por amor al agua
Gervasio tiene el alma pura como todo “guajiro del mar”, por eso habla con total transparencia de la familia, de las tradiciones, de los problemas con los ilegales que irrumpen en sus zonas. Pasa 10 días en el agua y cinco de pase, no hay nada más importante para él que la captura de la Reina del Caribe, como le llama a la langosta.
“Para pescar nos levantamos a las seis de la mañana –cuenta– y podemos estar hasta las siete de la noche o incluso hasta las nueve esperando, si no hay capacidad cuando vamos a descargar en la enviada, que lleva las producciones a puerto.
“Hoy usamos el pesquero elevable ahogado. Este método es más beneficioso, en primer lugar porque no te lo cogen, precisamente por eso lo tiramos. Como es debajo del agua, nadie lo ve y le pasan por arriba.
“Antes no era así, le poníamos una boya y venían y lo sacaban. Después lo tiraban y cuando uno regresaba no había nada y hasta estaba roto el arte de pesca. Perdíamos así mucha producción”.
Su familia “ha cogido un poquito el modo del mar”, dice. El hijo forma parte de la tripulación, la hembra trabaja en la industria de la empresa y su esposa es la verdadera heroína, pues se encarga sola de cada problema que se presenta en la casa porque sabe del gran amor de su esposo.
“Igual que un chofer de carro –explica Gervasio– uno le coge cariño al trabajo. A mi me gusta y emociona cuando aparece la langosta; además, hemos adquirido un sistema de vida bastante bueno porque se paga la tonelada a mil 400 pesos y 280 dólares, eso estimula”.
Lleva tres días en alta mar, las noticias de casa le llegan por el radio, la diversión es un poco de dominó con cuentos de tormentas, pero no importa esto le apasiona, pero “al principio no –aclara– porque yo era pequeño agricultor, pero este trabajo supo aguantarme y me he quedado”.