Muchos esperaban el momento como uno de los más deliciosos de la recién estrenada 53 Serie Nacional de Béisbol. ¿Qué ocurriría cuando Yulieski Gourriel juegue por vez primera vestido de azul en el estadio Latinoamericano? ¿Cómo reaccionará una afición tan exigente con el antesalista espirituano, devenido industrialista? ¿Los improperios, las ofensas y los motes a uno de los mejores peloteros de Cuba –sino el mejor- se revertirían?
Y la noche del 11 de noviembre fue la escogida. El duelo Industriales-Las Tunas movió unas 20 mil personas al bien llamado Coloso del Cerro y la mayoría —lo dice la encuesta popular, no la científica— estaba deseosa porque apareciera en el terreno el más talentoso de los hermanos Gourriel, quizás el más mediático de los peloteros cubanos fuera y dentro del país en la actualidad.
Cuando anunciaron la alineación los aplausos fueron repartidos a partes iguales entre los nueve hombres de la tanda industrialista y comoquiera que los de casa salieron a cubrir en el terreno, la afición, tal vez en una complicidad no declarada, decidió esperar entonces por el primer turno al bate de Yulieski.
Llegó apenas 20 minutos más tarde, sobre las 7:35 de la noche. Stayler Hernández se había embasado por pelotazo y tras un wild pitch se colocó en segunda, desde donde fue remolcado por un hit de Raiko Olivares a primera, en la cual se combinó un error del inicialista. El locutor se tomó su tiempo y dejó que se acercara lentamente al cajón de bateo el tercer hombre de la escuadra que dirige Lázaro Vargas.
Con su número 01 en su espalda —no es pura coincidencia, es el reverso del que siempre llevó en Sancti Spíritus y aún tienen en el equipo Cuba— Yulieski sentía que ese momento no se parecía a ningún otro, pues lucía de azul en el mismísimo Latinoamericano, tras unos de los traspasos más polémicos de la pelota cubana de las últimas décadas, por más justificadas y entendibles que eran las razones, pues se trataba de la salud de su padre, el legendario Lourdes Gourriel.
Soltó entonces la amplificación local el nombre más esperado de la noche: ¡Al bate, Yulieski Gourriel, tercera base! Los aplausos comenzaron de a poco, el público de la banda izquierda del estadio comenzó a pararse y la ovación iba creciendo en la medida que más personas detrás de home y por la banda derecha se paraban para aplaudir, solo aplaudir, sin ofensas, solo el “aplauso del respetable”, como lo definiera un cronista deportivo décadas atrás.
Pidió tiempo y con el rabo del ojo izquierdo pasó la vista por las gradas. Era cierto, lo estaban apoyando en el Latino sin gritos ni palabrotas, sin comparaciones burdas ni coros desagradables. Se concentró como siempre en el turno al bate y soltó entonces la conexión que parecía sembrarlo al lado de cada asiento, de cada aficionado que dice respirar azul: ¡doble al jardín izquierdo y carrera impulsada!
Luego se lanzó al robo de tercera y provocó una pifia del lanzador al virarse, lo que le abrió las puertas de la tercera carrera. Tres comparecencias más sellaron la noche: base por bolas, roletazo para doble play y línea dura al jardín central. Solo cuando las luces del estadio empezaron a apagarse pude preguntarle por ese rompimiento del hielo en el Latino.
“¡Sorprendente!, ¡Sorprendente!” repitió par de veces antes de sonreír y agregar: “tenía que dar ese batazo porque eso fue lo que me pidieron con esos aplausos. No los podía defraudar. Ellos esperan mucho de mi y lo entregaré todo, como siempre lo he hecho. En el banco me dijeron que había vencido otra gran prueba de juego y puede ser cierto, porque esas cosas uno nunca sabe como agradecerlas”.
Terminó de guardar sus spikes, su guante, el bate y la camisa sudorosa. Con el abrazo y el beso de sus padres —fieles espectadores en las gradas— se montó en la guagua, aunque antes alcanzó escuchar la frase que seguramente se repetirá muchas veces desde esta noche: “Ese es el Yuli, ese el mío….”