Estadio Latinoamericano, barrio del Cerro, La Habana. Miércoles 30 de octubre, 9:30 a.m. Las puertas interiores no abren el paso a los deportistas. Esta vez, entre risas y conversaciones amenas, han llegado hasta el mítico parque los ganadores del concurso Cuba Deportiva 2013.
Varios meses antes se enfrascaron —junto a muchos otros— en responder el tema de esta séptima edición; sin embargo, apenas trece de ellos consiguieron incluirse entre los premiados. Ahora, luego de la espera, están en la catedral del béisbol en Cuba, listos para recibir lo ganado.
Algunos ya se conocen desde hace varios años. Otros se han convertido prácticamente en familia, hermanados en la pasión por el deporte y por una profesión que no ejercen, mas sienten como propia.
En este 2013, el concurso Cuba Deportiva intentó buscar en la memoria de sus participantes los recuerdos que la pelota trae de alguna manera a los cubanos. La meta era escoger el mejor equipo para cada quien, según sus criterios y la significación que tuviesen en sus vidas, no sustentados por las cifras o las actuaciones.
El palco de la prensa los recibió en el Coloso del Cerro. Allí los acompañaron los miembros de la dirección de Trabajadores y como buenos anfitriones se sumaron Higinio Vélez, presidente de la Federación Cubana de Béisbol, Ibrahim Averof y Carlos del Pino, directivos de la comisión nacional de béisbol, así como el magnífico torpedero Rodolfo Puentes y el nuevo director del estadio, Eduardo Delgado.
No fue un acto extenso, las palabras muchas veces solo entorpecen, incluso cuando se trata de un agasajo. Además, entre amigos las formalidades sobran. Jesús González Barriga, primer premio del certamen, agradeció con sencillez y emoción, sin imaginar que quienes debíamos agradecer éramos nosotros por la suerte de contar con ellos.
Luego de un recorrido por el estadio —incluido el bello club house terminado—, salpicado con anécdotas de varias generaciones y memorias comunes, con fotos del grupo, intercambio de números telefónicos y direcciones, llegó la hora de la despedida.
Eran apenas las once de la mañana y la vida seguía impasible en la barriada habanera. En las miradas y los gestos nada había de tristeza. Por el contrario, en todos asomaba un ligero “hasta pronto”, un simple saludo de manos y la seguridad del reencuentro.