Pura casualidad: con el Festival de Teatro cambió el tiempo en La Habana. Las lluvias anuncian una nueva situación meteorológica, pero no han bastado para que la gente se quede en la casa. Las salas, en su mayoría, han estado llenas, algunas más allá de sus capacidades. Y eso que la programación es francamente pantagruélica: nadie podrá tener una noción completa de la calidad de la muestra porque es sencillamente imposible verlo todo.
Lo malo de esto es que uno no sabe —sobre todo con las propuestas extranjeras— muy bien qué va a ver. Como las obras están tan poco tiempo en cartelera, cuando alguien te dice que esta o aquella son recomendables ya se acabaron las representaciones. Lo hemos escrito una y otra vez: sería bueno que la muestra fuera más pequeña y contundente, de manera que se pudieran programar al menos cinco funciones de cada puesta.
Pero de eso hablaremos con más calma la semana que viene, en el comentario resumen de la cita. Por ahora destacaremos algunos de los espectáculos, como la Anna Karenina del Teatro Estatal Académico Evguéni Vajtángov, de Rusia (se presentaba al cierre de esta edición en la sala Avellaneda). Se trata de una versión coreográfica de la celebérrima novela de Tolstói. Algunos quizás esperaban una historia contada con pelos y señales, debieron salir algo estupefactos del teatro.
La novela, se sabe, es monumental, así que circunscribirla a poco más de dos horas resulta un ejercicio arduo. Quizás hubiera sido mejor ignorar algunos núcleos del texto, como el de Levin y Kitti, de manera que la acción se centrara en los avatares de Anna Karenina, su amante y su marido. Pero el caso es que la puesta es hermosa y hasta sobrecogedora.
El gesto se poetiza hasta la metáfora más o menos diáfana, pero siempre pletórica de plásticas significaciones. Los actores —que no llegan a tener una formación académica de danza (al menos buena parte de ellos no parecen tenerla)— lucen cómodos y resultan particularmente expresivos, sobre todo en los unísonos clamorosos. Particularmente es notable el trabajo de Olga Lerman, Evgeny Kniazev y Dmitry Solomykin que conmueven por la fuerza de su interpretación en los roles protagónicos.
Parece que Anna Karenina marca este festival, porque en el Trianón se presenta desde hoy una obra del cubanoestadounidense Nilo Cruz que hace singular referencia del personaje: Ana en el trópico, coproducción de Teatro El Público y FundARTE que reúne a actores cubanos radicados en nuestro país y en los Estados Unidos.
Carlos Díaz respeta la esencia del texto de Cruz y despliega un entramado de fuerte vocación lírica, contenido y bien equilibrado, que habla con la fuerza de la nostalgia de la emigración cubana a la Florida, en los años veinte del pasado siglo. Habla de mucho más, claro, la puesta tiene ecos universales. Es una buena opción.
También fue interesante La decisión de John, que Teatro del Noctámbulo (España) presentó hasta ayer en la sala Hubert de Blanck. Con una extraordinaria economía de recursos (solo cuatro actores en un círculo de luz) se recrea una historia llena de peripecias, con personajes bien dibujados que se debaten en las movedizas aguas de la orientación sexual. Muy bien logrados los cambios de escena, las transiciones, y el movimiento espacial de los intérpretes, que lucen muy implicados en la historia, a pesar de que algunos no encajan con las características físicas de sus roles.
En estos primeros días de festival hemos asistido a propuestas que nos parecen menos convincentes, como Estudio 44, de Teatro El Puente, España (demasiado simple y previsible en su estructura y planteamientos), y El vuelo, de El mura Arte & arte (Uruguay), que se resiente por tanta pretensión filosófica.
El Festival de Teatro de La Habana solo comienza. Todavía hay una semana por delante. ¡Suerte!