No resulta fácil conversar sobre Camilo con José Antonio Rabaza Vázquez, Tato, porque por momentos sus ojos se nublan y traslucen el dolor aún latiente por la pérdida del hombre que más que amigo entrañable, fue un hermano.
Se conocieron en San Francisco de Paula, adonde la familia Cienfuegos-Gorriarán pasó a vivir en los primeros años de la década de los 30 del pasado siglo.
Para Rabaza, “el Camilo extraordinario, el primero en el combate, el que mientras más escabroso fuera el camino y penosa la marcha, mayor era su empeño en cumplir las misiones confiadas por Fidel; el compañero de todos y cada uno, que no comía hasta tanto todos sus hombres lo hubieran hecho, y con su alegría los animaba, no adquirió esas y otras virtudes en la Sierra Maestra, sino en el hogar, donde todo es importante para hacer del niño un hombre”.
Con sencillas costumbres de decencia y respeto, Ramón y Emilia criaron a sus tres hijos: Osmany, Humberto y Camilo, y se empeñaban en que no solo estos, sino también los de los vecinos, se atuvieran a esas normas.
“Nuestras familias tenían en común su origen español: Ramón y Emilia, y mi madre, Mercedes; y más que eso, compartían ideas de izquierda: Ramón por su quehacer sindical en la actividad de sastrería, y mi madre, como antigua obrera cigarrera de la fábrica Gener, impuesta de todas sus luchas.
“Vivíamos frente a frente. Solo nos separaba la calle de tierra que ascendía hacia la loma. En torno, algunas casas pobres y bohíos, y del vecindario, donde casi nadie tenía trabajo.
“Ramón resaltaba en aquel medio, con sus grandes tijeras de sastre en la mano y asomado a la puerta llamando a sus hijos con voz firme y perentoria. Y ellos, que andaban tras mariposas y lagartijas, acudían corriendo porque la orden era entrar.
“Fue Ramón presidente de la Asociación de Padres, Vecinos y Maestros de las escuelas que frecuentaron sus hijos, a quienes enseñó a respetar a todas las personas, y a rechazar, desde chicos, las injusticias que a su alrededor se daban, tales como el desalojo, el atropello, la discriminación, y decía que al negro no solo lo saludaba, sino que lo sentaba a su mesa. Condenaba el vicio y se oponía al juego”.
Solidaridad con el pueblo español
Cuenta Tato Rabaza que la Guerra Civil Española también llegó para Camilo y todos ellos, por entonces muy pequeños. En la casa de Rabaza sesionó la filial de la Asociación de Ayuda al Niño del Pueblo Español, al frente de la cual se encontraba Ramón.
“Entrada la noche, mi madre y Emilia, a la luz de un quinqué, cosían ropas para los huérfanos de aquella guerra; nosotros gritábamos ‘¡No pasarán!’ y conocíamos un canto del 5to. Regimiento”.
Recuerda que si bien la contienda española concluyó con la derrota de los republicanos, continuó contra el franquismo y sobrevino la ayuda a los exiliados, a quienes tendieron la mano familiar y solidaria.
“Por entonces Camilo tenía siete años de edad y se mudaron para Lawton, donde los maestros de la escuela pública número 105 fijaron en el corazón de los Cienfuegos cuanto su padre había predicado a diario: amor a la patria, a su historia guerrera, a sus héroes y mártires, y a todo lo circundante que, por cubano, era valioso.
“Camilo se distinguió en ese centro como un alumno estudioso, con numerosas inquietudes y una disposición natural para realizar tareas de utilidad, tanto que en alguna oportunidad ganó el Beso de la Patria. Quería a su escuela y a sus maestros, e integraba cuanto equipo se constituía en ella. Amaba el deporte, las caminatas. Alegre siempre, cordial con todos, algunas veces reñía y no siempre ganaba, pero todo pasaba y no había rencor.
“Ese Camilo que, en medio de su adolescencia fue al sepelio de Jesús Menéndez y luego al de Eduardo Chibás, ya escuchaba el canto íntimo por el que daría la vida. La Sierra, que lo conoció así, avivó sus entrañas para darnos al héroe. Ese Camilo que todos admiramos y del cual hay muchos en nuestro pueblo”.