Al cierre tenía lugar en el teatro Karl Marx el espectáculo Meñique a flor de labios, de la compañía de teatro infantil La Colmenita y con él concluía el V Festival Leo Brouwer de Música de Cámara.
Hace un lustro, en la Sala Taganana del Hotel Nacional, el destacado músico cubano y su esposa, la musicóloga Isabelle Hernández, informaron de los festejos que organizarían, por única vez, a propósito de los 70 años del Maestro. Ponderarían melodías poco o nunca escuchadas, compuestas o arregladas para esos ensambles diversos que permite la música de cámara.
El programa de entonces fue especial y no superó los 5 conciertos, pero organizadores y público quedaron con deseos y llegamos así al II, III, IV, V festivales.
Indiscutiblemente estamos ante un evento que crece. De las pequeñas salas integradas al programa cultural de la Oficina del Historiador de La Habana, saltó a los más grandes coliseos de la capital. La música se imbricó cada vez más con las diversas manifestaciones artísticas y a la par de los conciertos, se gestionaron exposiciones, muestras de cine y puestas teatrales.
Finalmente, en la edición de este año, salió de La Habana por primera vez; llegó a Santiago de Cuba y a Pinar del Río. Entre las tres sedes completaron 20 conciertos en los que participaron más de 300 músicos de 10 países.
Los invitados han sido de lujo. Las presentaciones de algunos de ellos son incosteables para las instituciones culturales del país, pero el prestigio de Brouwer los ha traído a casa. Es así que hemos tenido en Cuba al laudista Edin Karamasov, a las pianistas Katia y Marielle Labeque y en días pasados al guitarrista gaditano Paco de Lucía y su grupo, entre otros. Similar poder de convocatoria tiene este evento entre los músicos cubanos, los consagrados y las jóvenes promesas. Todos han encontrado aquí un espacio de superación y confrontación inigualables.
La rigurosidad de la mayor parte de los programas demuestra esmero y un profundo sedimento cultural que no podría ser obra de una sola persona. Si bien Brouwer es el inspirador, el maestro (en el sentido literal de la palabra), innegable es la influencia del pensamiento musicológico de Isabelle y del equipo que ha conseguido nuclear alrededor de la oficina que dirige.
No obstante, y ante lo visto en el V Festival, sería plausible repensar la tendencia que hacia el crecimiento cuantitativo ha mostrado la edición de este año. Ello podría ir en detrimento de la esmerada preparación de cada concierto, cualidad que los ha distinguido hasta ahora.
Inagotables son las reservas de “músicas inteligentes” de que disponen. Material tienen para un festival tan eterno como la espiral que inspirara al Maestro en 1971. Pero un programa demasiado cargado conduce a la dispersión de las fuerzas y atenta, además, contra la posibilidad de una estrategia comunicativa efectiva que consiga atraer al público y enfrentar ese síndrome de la sala vacía o a medio llenar, que afecta los eventos de este tipo en la isla, aunque bien sabemos que ese es un demonio de muchas cabezas.