El tema escogido por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para la celebración este 16 de octubre del Día mundial de la alimentación entrelaza sistemas alimentarios sostenibles y salud, dos de las aristas más comprometidas con la supervivencia humana, porque ¿cómo pensar en una población sana sin los debidos consumos de nutrientes?
Es por eso que al diseñar una estrategia para concientizar a los Estados sobre la necesidad de erradicar el hambre, la FAO se planteó metas que contribuyen a la comprensión de los problemas y las soluciones en la lucha contra ese flagelo.
Los esfuerzos no son en vano. A principios de la década de los años 90 del siglo pasado, la subalimentación afectaba a más de mil millones de personas: Hoy la cifra se ha reducido en casi 30 millones.
Aun aquellos países donde el hambre no constituye un problema de salud, como Cuba, deben continuar en la búsqueda o perfección de sistemas alimentarios saludables, basados no solo en la producción (que es imprescindible), sino también en la promoción de hábitos que garanticen la satisfacción de las necesidades nutricionales por encima de los gustos del consumo.
Otra alerta de la FAO es válida para todos: también hay que corregir los modelos insostenibles de desarrollo, porque están degradando el ambiente natural, amenazando los ecosistemas y la biodiversidad que serán imprescindibles para nuestro abastecimiento futuro de alimentos. Los sistemas alimentarios están formados por el entorno, las personas, las instituciones y los procesos mediante los cuales se producen, elaboran y se llevan hasta el consumidor los productos agrícolas.
Comer mucho no es comer bien
La política de alimentación en Cuba garantiza seguridad alimentaria y nutricional para toda la población y enfatiza en los segmentos más vulnerables como son los niños, las embarazadas, ancianos y enfermos crónicos. El país tiene el mérito de haber eliminado la desnutrición infantil; la aguda en niños menores de cinco años no constituye un problema de salud y el retardo del crecimiento y la desnutrición global presentan índices muy bajos.
No obstante, los malos hábitos alimentarios prevalecen en la población cubana —nada tienen que ver con necesidades puntuales— y son de larga data. La II encuesta nacional de factores de riesgo arrojó que el 24 % de los adultos consultados no tiene costumbre de desayunar, el 28 % usa sistemáticamente manteca para cocinar y el 12 % agrega sal a los alimentos en la mesa. Solo aproximadamente el 14 % consume frutas y vegetales diariamente.
Este registro también hizo una alerta por los elevados porcentajes de mujeres y hombres que tienen algún grado de sobrepeso u obesidad, condiciones que pueden propiciar el padecimiento de una amplia gama de enfermedades crónicas no transmisibles, que nunca llegarían a aflorar si se eliminaran los riesgos antes mencionados.
En las áreas de la atención primaria de salud se deben promover conocimientos sobre la relación entre alimentación y nutrición con relación al grado de salud, la manera más sana de preparar y consumir los productos con que contamos actualmente y su conservación, con lo cual también se evitan brotes de infecciones gastrointestinales.
A los agricultores corresponde la tarea de diversificar la producción de alimentos y buscar por todas las vías posibles la obtención de mayor cantidad de renglones que hayan sido tratados con la menor dosis posible de sustancias químicas —sin proponernos la utopía de que todos sean productos orgánicos—, lo que redundará en consumos más sanos.
Cuba cuenta también con guías alimentarias, derivadas de investigaciones desarrolladas por el Instituto de Nutrición e Higiene de los Alimentos, sobre la base del cuadro de salud de la población en relación con la dieta, la disponibilidad y accesibilidad a los alimentos.
Diversificar la producción
Si para muchos países, e incluso para la FAO, todavía la tenencia de la tierra, la mitigación y adaptación al cambio climático, la volatilidad de los precios de los alimentos y los biocombustibles constituyen un problema esencial en la seguridad alimentaria, está claro que el reto en Cuba está en aumentar y diversificar las producciones no solo para contar con variedad y calidad, sino además, contribuir a que los precios sean asequibles a la población.
El desarrollo de los programas de la agricultura urbana y suburbana y el rescate de las producciones de viandas, granos, frutales, carnes y lácteos, deben dar el espaldarazo que reclama el país. La FAO recuerda que son las zonas rurales donde más azota la pobreza, por lo que insta a hacer inversiones en la pequeña agricultura, una alternativa viable. Una población sana depende de sistemas alimentarios saludables.