Lo sucedido aquel 6 de octubre de 1976 paralizó a todos. El silencio se apoderó de las calles de ese pueblo, él que enmudece en cada aniversario. A Wilfredo y Tomás se les recuerda siempre con sentida conmoción. Se les llora aún. También se les honra en cada aniversario.
Matutinos especiales, actos de recordación, conversatorios, barrio debates sobre el terrorismo se realizan en la central provincia de Villa Clara para rendir tributo a las muertes injustas de este triste acontecimiento.
En cada uno de estos encuentros los trabajadores y estudiantes participantes piden justicia por el terrible hecho que cumple ya 37 años y que dejó sin vida a 73 personas y exigen la liberación de los cubanos prisioneros del Imperio por combatir el terrorismo.
El Orlando Bosh que conoció mi abuela
Como salida de lo más profundo del mar la voz de la abuela se escuchó fuerte, creo que por primera vez para todos en la casa ella había perdido la dulzura que siempre le acompañó, cuando supo que el acto terrorista lo había cometido un contemporáneo suyo de pésima reputación en el pueblo.
“Ese, antes de poner bombas ya era asesino”, se refería a Orlando Bosch con quien había estudiado la primaria en la escuelita urbana del poblado
“Siempre fue un abusador, altanero, arrogante, prepotente, tenía necesidad de protagonismo, se hacía el gracioso, miren a donde fueron a parar sus gracias”, expresaba con rabia.
Ella conoció bien a quien en pleno gobierno auténtico desde posiciones oportunistas atacó al mismo capitalismo que respaldó y que fuera en 1945 representante del Ala Derecha de la Juventud en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara donde pierde las elecciones estudiantiles.
De ese momento recordaba que armó un gran escándalo en ese centro, con armas de fuego incluidas, para ser restituido como dirigente. Lo cual no puede conseguir por la intervención de Severo García Pérez, director del plantel docente. Al retirarse, Bosch a todo pulmón exclamó: ¡Ustedes verán, no se olviden!
“Y nadie ha olvidado hasta donde llegó su prepotencia y su arrogancia”, decía.
“Se hizo pediatra, pero siempre me he preguntado cómo podía ir esa profesión con ese hombre. Sus pacientes eran solo gentes influyentes. Nunca atendió a pobres, yo sé de quienes tocaron a su puerta para que le atendieran a un hijo enfermo y no abrir, o decir que estaba en otros asuntos. Recuerdo de un niño que murió sin su atención, eso es un crimen sin poner bombas ¡Antes de poner bombas ya era asesino!”, repetía mi abuela Marta.
Aquel día en el silencio del viejo comedor mis hermanos y yo entendimos que era el terrorismo. Mi abuela murió hace algunos años, y durante toda su vida estuvo pendiente de los pormenores de este caso, nunca sintió la satisfacción de ver condenados a sus autores.
Su testimonio sobre Orlando Bosch quedó en la familia y entre algunos colegas, en especial José Antonio Fulgueiras, quien lo tomó como parte de su crónica en el libro WELCOME HOME. Por considerarlo personal nunca lo había compartido públicamente, pero nada es personal cuando se trata de terrorismo.