Por Reinerio Lorenzo Toledo
Muy recurrente es la discusión acerca de los bajos salarios y si estos al elevarse arrastrarían consigo a la productividad del trabajo o viceversa.
Pero, ¿cuándo un salario es alto o bajo? Eso no es medible con números simples. Pudiera ser que el promedio en nuestro país fuera de 2 mil pesos mensuales y, sin embargo, su poder adquisitivo no alcanzara a cubrir las necesidades básicas. En este caso el salario nominal sería alto; pero el real, bajo, y ese es el que importa.
¿A qué se debe esto? A algo objetivo, que está fuera de la voluntad de los actores sociales. Para obtener productos o servicios indispensables hay que recurrir al mercado, y aunque este se desenvuelva dentro de relaciones socialistas tiene sus leyes, y las impone. En este fenómeno rigen dos leyes económicas: la de circulación del dinero y la de oferta y demanda. La primera consiste, tratando de simplificar, en que la cantidad de dinero en circulación debe ser igual a la suma de precios de todas las mercancías, dividida por el promedio de ciclos de circulación efectuados por aquel.
Si hay más dinero en circulación que el necesario surge la inflación, o sea, se incrementa el nivel general de precios, causando pérdida de su poder adquisitivo. Lo mismo ocurre con la segunda ley: cuando la demanda excede la oferta, el precio tiende a aumentar.
Por tanto, no se pueden incrementar masivamente los salarios, si no se aumenta la producción de bienes y servicios, y ello es posible solo con la elevación de la productividad y la eficiencia.
Algo casi idéntico sucedió a principios de los años 90 del siglo pasado, con el comienzo del período especial; aunque en este caso no fue el aumento del dinero en circulación, sino la disminución abrupta de la oferta de mercancías y servicios, es decir, el desabastecimiento del mercado; de todos modos se produjo un desbalance entre oferta y demanda.
Por otra parte, el aumento de la productividad social se debe fundamentalmente a uno o más de estos factores: la introducción de avances tecnológicos, el aumento de la eficiencia de los trabajadores y la explotación de nuevos recursos naturales.
Pero las tecnologías modernas, tan necesarias en el conjunto de nuestros medios de producción, necesitan de recursos para adquirirse y estos no pueden provenir si no es de alguno de los otros dos factores.
Poner en producción nuevos recursos naturales depende de si estos existen, y desgraciadamente hasta ahora no han sido descubiertos en cantidades apreciables.
En todo este análisis no podemos olvidar que un elemento que pudiera ayudar al mejoramiento de nuestra tecnología son los préstamos de los organismos internacionales, pero el dominio yanqui no solo los impide, sino que prohíbe la adquisición de cualquier producto tecnológico que tenga componentes estadounidenses.
He oído comentarios de por qué en países con gobiernos progresistas se pueden aumentar los salarios y en Cuba no, específicamente en Venezuela y Bolivia. Para comprender el problema, debemos tener presente que en esas dos naciones todos los medios fundamentales de producción no están bajo propiedad estatal, muchos siguen en manos privadas, bajo relaciones de producción capitalista, e incrementarles los salarios a los trabajadores es disminuirles el grado de explotación a que han estado sometidos. Por otro lado, en las empresas en poder del Estado, ese aumento se respalda por el tercer elemento que expresamos cuando hablamos de la productividad: la explotación de cuantiosos recursos naturales; en Venezuela el petróleo y en Bolivia el gas natural, que ha sido nacionalizado. Sin embargo, no creamos que ello no ha tenido su impacto en la inflación y sobre todo en el desabastecimiento, mayormente en Venezuela.
Volvamos a Cuba. Al tratar este tema, no se pueden obviar los errores cometidos, precisamente por desconocer las leyes de la economía y no ver el problema en su carácter sistémico. El hecho de que trabajadores que realizan trabajos simples perciban haberes muy superiores a otros que se ocupan en labores muy complejas, es por lo menos un desatino. Con ello se tapa un hueco y se abre una furnia, porque lejos de ser un estímulo al trabajo, socialmente es todo lo contrario.
Ahora el horizonte es distinto, hay establecida una política oficial muy clara y precisa, que plantea incrementar los salarios de manera gradual, dirigidos inicialmente a las actividades con resultados más eficientes y a la labor de aquellos trabajadores que aportan beneficios de particular impacto económico y social (Lineamiento 171).
Resalto la palabra inicialmente, porque se infiere que inmediatamente después de que estén creadas las condiciones necesarias de manera paulatina se favorecerán otros sectores, también en el orden de su aporte a la sociedad.
Respondiendo a la pregunta del título de este comentario, la productividad debe ser lo primero, pero muy cerca o en paralelo, el aumento gradual y justificado del salario.